Capote o el peligro de conseguir lo que deseas.

Ana Parra.

Decía Oscar Wilde que «en este mundo hay dos tragedias: una, no conseguir lo que deseas; otra, conseguirlo. Esta última es la verdadera tragedia». Truman Capote fue un autor que consiguió lo que deseaba: reconocimiento y fama, pero pagó un alto precio por ello.

El 30 de septiembre se cumplen 100 años de su nacimiento (1924-1984). Es un autor norteamericano al que merece la pena acercarse, ya sea para disfrutar de la lectura de sus obras como para conocer a un ser humano lleno de sombras y recovecos, capaz de escribir lo mejor y de ser lo peor.

Nacido en Nueva Orleans, su madre lo dejó a cargo de sus tías en un pueblecito de Alabama en los años veinte del siglo pasado. Con unos padres totalmente ausentes y criado por ellas, Truman fue un niño bajito, afeminado y de voz aflautada para horror de sus progenitores que esperaban un muchacho más varonil. En la adolescencia asistió a una academia militar que recordaba con horror porque sufrió acoso escolar. Adoptó el apellido del segundo marido de su madre, José García Capote, empresario, que la introdujo en la élite neoyorkina y, por ende, también a Truman.  

Fue un hombre que declaró abiertamente su homosexualidad en un momento en que nadie lo hacía. Con un físico que fue objeto de mofa durante toda su vida, supo hacer de sus defectos sus virtudes. Creó un personaje fascinante, lleno de tantas máscaras que era muy difícil distinguir a la persona escondida debajo de ellas.  Alguna vez llegó a decir «No sabes lo que es ser yo». Una persona muy ambiciosa que buscó el reconocimiento de su obra y de su persona.

Además, fue un escritor, un muy buen escritor con una prosa amena y muy visual. Autor precoz, escribió su primera novela en 1948 Otras voces, otros ámbitos, en la que habla de forma muy clara de homosexualidad, algo realmente transgresor en aquellos años.

En 1951 publicó El arpa de hierba que fue llevada al cine en 1995 por Charles Matthau. No es la única de sus obras que ha sido llevada a la gran pantalla, siendo la más famosa Desayuno con diamantes de 1958, dirigida por Blake Edwards en 1961, con música de Henry Mancini. Sin embargo, Edwards puso un final feliz y dotó de una elegancia a la protagonista —nada menos que Audrey Hepburn— que el relato original que escribió Capote no tenía.

Música para Camaleones, publicada en 1980, está dividida en tres partes: el relato Música para camaleones, Ataúdes tallados a mano (para mí, de los mejores) y, una tercera parte, Conversaciones y retratos, compuesta por entrevistas —una incluso a él mismo— y varios relatos como Intrepidez o Una adorable criatura.

En España, la editorial Anagrama, publicó Cuentos Completos en 2004 y allí podemos encontrar cuentos de gótico sureño como Niños en su cumpleaños (1948), cuentos perturbadores como El halcón decapitado (1946), Miriam (1945), Un árbol en la noche (1945) o diferentes versiones sobre un mismo tema como Un visón propio (1944) y La ganga (1950).

Sin embargo, las dos obras que marcaron su carrera y su vida, para bien y para mal, fueron A Sangre Fría y Plegarias atendidas. Si una le supuso el reconocimiento como autor de culto, la otra precipitó su caída a los infiernos. Capote arriesgó y perdió.

 En su Sociología del riesgo, David Le Breton afirma que: «El riesgo no se reduce a la hipótesis de morir o ser alcanzado físicamente, este también implica la autoestima. Las caras del peligro son innumerables […]. Para conocer a los otros, es necesario sobrepasar sus prevenciones y exponerse a los peligros de la relación» y continúa el texto poniendo como ejemplo de las prácticas sociales que se exponen permanentemente al riesgo de perder el prestigio y la autoestima a la escritura o la investigación pues «el libro de un escritor o de un investigador es una apuesta respecto de su carrera o sobre la fidelidad de sus lectores.

El asumir un riesgo solicita también la cuestión de la autoestima y de la reputación personal, pone a merced de una palabra, de una mirada, de un juicio sin complacencia de los otros, incluso de sus celos o su rencor. El universo relacional, en el seno del cual se encuentra inmerso el individuo, nunca es un factor adquirido, siempre está bajo la amenaza del malentendido, del conflicto y la decepción. »[1]

En 1966 se publicó A sangre fría, obra que el autor presentó como novela de no ficción y que cuenta el cuádruple asesinato de la familia Clutter en un pueblo de Kansas en 1959, la captura de los asesinos, el juicio posterior y su ejecución. Le llevó alrededor de seis años escribirla porque estuvo recopilando información entre los vecinos y los propios asesinos. Esta novela le consagró como autor de culto, pero sus implicaciones psicológicas fueron enormes porque se acabó involucrando personalmente en la historia. A pesar de la fascinación y, al mismo tiempo, repulsión que sintió por uno de los asesinos, Perry Smith, tenía la urgencia de que los ejecutaran para poder acabar su novela. De hecho, desatendió los ruegos de Smith para pagar la apelación y el escritor William Buckley Jr. llegó a decir en The Tonight Show Starring Johnny Carson: «Bueno, solo hemos tenido siete ejecuciones en los últimos cinco años y dos de ellas fueron por necesidad personal de Truman Capote».

En la tarea de la recogida de datos y entrevistas estuvo acompañado por su gran amiga de la infancia, Harper lee, autora de Matar a un ruiseñor, obra ganadora del premio Pulitzer en 1961 y llevada al cine en 1962 por Robert Mulligan.

Hay dos películas que tratan sobre el propio Capote y la elaboración de la novela:  Capote (2005) de Bennett Miller e Historia de un crimen (2006) de Douglas McGrath, y otra sobre la propia novela, A sangre fría,  (1967), dirigida por Richard Brooks.

La Côte basque, 1965 fue el capítulo de Plegarias atendidas[2] que adelantó en la revista Squire en 1974 y que le supuso su caída a los infiernos y su ostracismo social de la élite neoyorkina. La novela se publicó póstumamente en 1986. En este relato se cuentan los secretos que sus amigas de la alta sociedad le habían contado durante años y lo hizo de una manera sórdida y muy poco complaciente, dañando a personas que habían depositado en él su amistad y confianza. Si esperaban un retrato propio de una foto de Richard Avedon, se encontraron con uno digno de Diane Arbus. Esto provocó que sus amigas, a las que apodaba los cisnes, se apartaran de su lado.

Truman Capote se enfrentó con personas con más poder que él y descargó toda la rabia acumulada contra esa sociedad que le fascinaba y detestaba al mismo tiempo. Él pensaba que estaba integrado en la sociedad neoyorkina, era un escritor de fama reconocido, buen conversador, cotilla profesional y los maridos estaban tranquilos porque con él nunca iban a tener problemas conyugales. Pero solo era el entretenimiento de la alta sociedad y Truman, a juzgar por los comentarios de las personas que lo conocieron, era un hombre muy inteligente y tremendamente divertido que podía llegar a ser implacable con el resto.

Consiguió la fama, pero pagó un altísimo precio. Esta publicación le condujo a una espiral de autodestrucción que acabó con su muerte en agosto de 1984. El documental  Las grabaciones de Capote  (2019) de Ebs Burnough muestra muy bien todo el proceso.

En la novela de 1815, Emma de Jane Austen[3], el protagonista masculino regaña a Emma porque ha humillado públicamente y se ha reído de una persona que nunca se hubiera defendido por estar en una situación de desventaja: posición, edad y carácter. La avergüenza delante de los demás por el simple hecho de saber que puede hacerlo y que algunos hasta le reirán la gracia. Lo mismo ocurre en el relato de Truman Capote, El invitado del Día de Acción de Gracias (1967). En un determinado momento la prima reprende al protagonista (el propio Truman) por haber actuado de manera vengativa con su maltratador —todo hay que decirlo—, con una crueldad innecesaria: «Cualquiera que fuese la razón, no puede haber sido algo calculado. Y por eso lo que tú hiciste es mucho peor: tú planeaste humillarle. Fue deliberado. Ahora escúchame Buddy, solo hay un pecado imperdonable: la crueldad deliberada. Todo lo demás puede perdonarse. Eso, jamás».

Capote, al publicar Plegarias atendidas cometió un pecado imperdonable que provocó que una de las aludidas, Ann Woodward, se suicidara. No era una persona que estuviera en situación de desventaja por edad o carácter, pero no pudo defenderse y es curioso cómo, en la serie de Ryan Murphy Feud: Capote vs The Swans, el guionista pone en boca del personaje que se suicida interpretado por Demi Moore la frase de ese relato.

Por eso, resulta chocante ver el desprecio con el que escribe sobre este tipo de personajes y cómo dota de humanidad y dignidad a ciertos personajes marginados que denotan una delicadeza y empatía propias de una persona sensible. Podría enumerar muchos, pero me quedo con la mujer tullida que busca marido en los cementerios en el relato En la antesala del paraíso (1960), el niño que confía en que acertará el número de monedas que hay dentro de una botella, en La botella de plata (1945), la prostituta enamorada en Una casa de flores (1951) o la señora de la limpieza a la que acompaña en su recorrido limpiando casas en Un día de trabajo.

Sin embargo, entre todos ellos, quiero destacar la ternura y la nostalgia con la que habla de su prima Miss Sook, «su amiga», mujer de sesenta años que lo acompañó durante su infancia y que aparece de forma explícita en tres de las narraciones más tiernas y duras que escribió.

Era un hombre cruel, de lengua viperina, acostumbrado a defenderse y a mofarse de sí mismo antes de lo que lo hicieran otros, capaz de afirmar «No dejes que la verdad se interponga en una buena historia», pero, al leer Un recuerdo navideño (1956), El invitado del Día de Acción de Gracias (1967) y Una navidad (1982) hay una luminosidad que se reconoce sincera. Creo que, como dice la canción de Joan Manuel Serrat, Soneto a mamá, Capote aprendió con ella «que lo sencillo no es lo necio» y le reconoció en sus relatos ese amor puro y esa sabiduría que poseen las buenas personas que no tienen dobleces y es muy probable que, por eso, durante toda su vida fuese incapaz de separarse de la caja llena de galletas que había hecho con ella.

Si les gustan los relatos cortos, el gótico sureño, la novela de no ficción o los cotilleos, aunque sean del siglo pasado, Truman Capote es su autor.

Nota: Los cuentos que se mencionan en esta entrada se encuentran recogidos en Cuentos completos y Música para camaleones de la editorial Anagrama.


[1] Le Breton, David. “El riesgo para la identidad”. Sociología del riesgo. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2021. 17-18. Impreso

[2] El título hace alusión a la frase de Santa Teresa: «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas».

[3] Una de sus autoras favoritas si hacemos caso a su cuento Una luz en la ventana.

Foto de New York World-Telegram and the Sun staff photographer: Higgins, Roger, photographer.


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