Y es que además de rubias eran frías, distantes. Sofisticadas sí, altivas, sí, pero sólo para reforzar que son inalcanzables. Imposibles no para un director físicamente no normativo, sino para los grandes seductores del cine. Ni Cary Grant, ni Sean Connery pueden lograr seducirlas y, por obstinarse en ello, pondrán su vida, posición social, y fortuna en riesgo. Estas mujeres en torno a las que se mueve la cámara son simplemente inaccesibles, imposibles. No una femme fatale más del cine negro. Son muertas reencarnadas (Vertigo), ladronas escapistas (Marnie), espías asesinas (North by northwest), peligrosas siempre, un precipicio por el que arrojarse. Si además deciden atacar al perseguidor, entonces resultarán mortales. Véase el caso de Roger Thornhill pidiéndole a Eve Kendall en la habitación del hotel, tras la escena de la fumigación de campos de cultivo con una avioneta: “Apuesto a que podrías llevar a un hombre a la muerte casi sin proponértelo, así que deja de proponértelo.”
Un abismo separa a aquel que pretende acercarse y el motivo es siempre algo oscuro de la más profunda e incomprensible naturaleza humana. Algo arraigado en ellas y también en sus pretendientes. O en sus madres. ¿Qué si no puede explicar que todos los pájaros se conviertan en el más mortal de los ejércitos en el más radiante de los pequeños pueblos de la costa americana cuando el mundo de Mitch Brenner y su madre está a punto de derrumbarse con la irrupción de Melanie? ¿Qué puede haber sucedido en la infancia para que una simple mancha de tinta roja en la camisa le genere a su dueña espanto? El psicoanálisis, su teorización de los sueños y la represión de lo vivido marcaron a Hitchock que lo llevo a la pantalla, incluso de manera explícita (Spellbound). Nunca logró quitarse el fantasma de la rubia gélida, no pudo matarla sin que le pillaran (Dial M for murder), pero tampoco pudo matar al padre (Strangers on a Train). El crimen perfecto nunca logrado. Tampoco con la madre, única figura que dominaba a sus rubias inalcanzables. Madres posesivas, autoritarias, celosas, malvadas, chifladas en el mejor de los casos, que trascienden la vida y la muerte para marcar la de sus hijes. Neuróticas y psicóticos. Psicosis, sí, pero en esa lista tendríamos que incluir casi toda su filmografía. Una vez más Marnie, Strangers on a Train, The Birds…Tal vez fuera más sencillo citar aquellas en que, como en North by northwest o To Catch a Thief, las madres no son lesivas. Sus personajes aquí, además de divertidos, cuestiona la chifladura del hijo/a y quieren que la vida sea más fácil.
No eran todas, no, pero si eran las inolvidables. A veces Hitchock se equivocó y confundió el papel de la morena con el de la rubia (The Paradine case), pero nunca renuncio a la elegancia sofisticada; ni siquiera cuando se escondía detrás de una palurda acompañante de pago (Rebecca), o en una vulgar peluquera (Vertigo). Algo rezumaba distinción en todas, al punto de grabarse en el imaginario colectivo para dar nombre a una prenda de ropa. Si las rubias responden al amor de los admiradores, en el protagonista se dispararán sus fantasmas para hacer de nuevo imposible alcanzar el deseo (Notorius). El deseo nunca será satisfecho.
La distinción, la elegancia, el anhelo de lo que no se es1 le movió siempre y no dejó de volcar sus obsesiones y fetichismos. Al igual que la protagonista de Rebecca, cuyo nombre desconocemos, busca poder igualar a la primera señora de Winter a base de encargar vestidos a refinadas casas de moda en Londres, Hitchcock buscará satisfacer un deseo cuya satisfacción siempre se escapa. Una falta2, una incompletitud inherente a la naturaleza humana. El deseo marcado por la búsqueda constante de objetos simbólicos que puedan llenar esa falta. Las rubias fueron esos objetos simbólicos a los que llegó a nombrar como maniquís3.
A veces esas rubias abandonaron sus personajes, los maniquís se rebelaron y escaparon de la filmografía del director (hoy vemos que eran acosadas a la luz de las cámaras sin que siquiera se nombrara). Él sintió cada vez un doloroso abandono amoroso. Perdió a Ingrid Bergman, Grace Kelly prefirió ser princesa de otro y Vera Miles madre a practicar la necrofilia de Vertigo. Para evitar la «infidelidad” de Tippi, le impidió por contrato trabajar para otros directores, ni siquiera si el director era Truffaut. Ella logró escapar rompiendo su contrato. Tan profunda fascinación, en la vida real cobraba la forma del sadismo.
¿Y ellos? En muchas ocasiones el conjunto de bailarines de las rubias, la encarnación del deseo del director en sus películas. Simples convidados de piedra que asisten deslumbrados al desfile de mujeres sobre terciopelos rojos vestidas de sedas verdes que les devoraban, a la vez que lo hacían con los espectadores cuando por fin aparecen en pantalla esos dos colores4. Sin embargo, existen ejemplos de lo contrario (Torn Curtain, o The Wrong Man). Vamos a cerrar con dos de esas excepciones en las que son ellos los protagonistas. En estas el escenario teatral se convierte en plató cinematográfico. Antes de que la princesa abdicara de Hitchock para hacerse con el Principado de Mónaco, una ventana convirtió en protagonista al fotógrafo varado metido a detective de un crimen inexistente (Rear window). La segunda es The rope en la que una mujer ha generado un conflicto entre dos personajes de reparto, pero es la extraña relación entre los estudiantes que quieren impresionar al profesor de criminología cometiendo el crimen perfecto la que se desplegará delante del baúl: un Brandon psicópata que domina a un dependiente y neurótico Philip que busca complacer a su compañero, cometiendo un asesinato por el que se siente culpable. Una vez más el crimen perfecto (y el amor homosexual) es fallido. Pero hay esperanza, siempre hay esperanza. Señora Danvers, quemará usted Manderley, pero la señora de Winter soy yo.
1I love you for what I´m not, Radio Friendly Unit Shifter, Kurt Cobain
2 La entrada en el mundo, el lenguaje y la cultura de Lacan.
3 El cine según Hitchcock.