Howard Carter y el descubrimiento de «cosas maravillosas»

Elodia Hernández Urízar.

Cuando hablamos de Howard Carter tenemos también que hablar de lord Carnavon: sin la ayuda y apoyo de éste ─no solo de su dinero─ Carter no habría tenido acceso a las «cosas maravillosas» que descubrió en 1922.

Se conocieron en 1907, después de haber renunciado el arqueólogo a su puesto como inspector del Bajo Egipto del Servicio de Antigüedades Egipcias (EAS) y pasar unos años viviendo de vender dibujos a los turistas, actividad a la que se había dedicado en sus primeros años y que le llevó a la Arqueología. Él no tenía trabajo y Carnavon buscaba un arqueólogo para dirigir sus excavaciones en el país del Nilo. Comenzó así una relación laboral basada en la profesionalidad de Carter y la confianza del lord por su empleado. Este llevaba ya una larga carrera como arqueólogo y su colaboración con William Flinders Petrie ─pionero del uso del método sistemático en arqueología─ le había permitido aprender a usar métodos científicos en sus excavaciones.

Empezaron con yacimientos poco importantes hasta que en 1914 consiguieron licencia para excavar en Luxor, en el Valle de los Reyes. Carter siempre había tenido la idea de que faltaba por descubrir la tumba de Tutankamón, último faraón de la Dinastía XVIII. La idea más extendida entre los arqueólogos del momento era que el Valle de los Reyes no ofrecía ya hallazgos relevantes: se creía que esta tumba había dado con ella Davis, al encontrar en una cámara vacía algunos objetos con el nombre de este faraón.

Después de seis campañas ─debido a la I Guerra Mundial, realmente habían empezado los trabajos en 1917─ sin los resultados deseados, lord Carnavon estaba decidido a abandonar la búsqueda. No obstante, Carter consiguió convencerle para continuar un año más y en 1922 comenzaron la que iba a ser su última posibilidad de alcanzar su sueño.

Según cuenta el protagonista de esta historia, habían concentrado sus trabajos en la zona de la tumba de Ramsés VI, donde encontraron una serie de chozas de trabajadores ─probablemente de constructores de este enterramiento─ que indicaban la proximidad de una tumba. Cuenta que él siempre había tenido «una especie de creencia supersticiosa de que en aquella parte del Valle podía aparecer uno de los reyes que no se habían localizado, tal vez Tutankamón».

El primer paso para este descubrimiento, ¡gran paso para la Humanidad!, fue el hallazgo el 4 de noviembre de 1922 de un peldaño, que denotaba la entrada a una tumba. Sin embargo, aún podía tratarse de una tumba inacabada o saqueada, pero también de una tumba intacta o solo parcialmente saqueada. Continuaron despejando escalón a escalón, hasta que en el duodécimo llegaron a ¡una puerta tapiada y sellada! Aunque los sellos no aclaraban a quién servía de última morada, eran sellos de la necrópolis real y eso evidenciaba que este enterramiento pertenecía a un importante personaje.

Todavía pasaron tres semanas antes de poder avanzar, aclarar quién estaba ahí enterrado, averiguar si su pálpito no se trataba de una simple superstición, sino de una emocionante realidad. Lord Carnavon se encontraba en Inglaterra y Carter pensó que no podían continuar sin él; le escribió comunicando un hallazgo importante, taparon la entrada y esperaron la vuelta de su mecenas.

El día 26 de noviembre fue para Carter ─supongo que también para Carnavon─ «el más maravilloso que me ha tocado vivir». Avanzaron lentamente documentando los materiales que aparecían hasta una segunda puerta, sellada esta vez con sellos del faraón y de la necrópolis: detrás estaría la respuesta a todos sus interrogantes. Abrió un pequeño agujero y con una vela (temían que pudiera haber aire viciado en el interior) se aventuró a mirar qué había al otro lado. Cuando la llama de la vela dejó de temblar y él se acostumbró a esa luz, pudo contemplar animales, estatuas y oro por todas partes. Lord Carnavon, impaciente, le preguntó si podía ver algo, a lo que Carter contestó: «sí, cosas maravillosas».

El resto es el paso a la Historia de este arqueólogo y de un faraón que estaba prácticamente olvidado. La importancia de este hallazgo no se limita a la riqueza y profusión del tesoro encontrado: nos permitió conocer cómo eran enterrados los faraones, detalles del rito de enterramiento de los reyes egipcios, dado que fue documentado detalladamente por Carter y su equipo, con la importante colaboración de Harry Burton, fotógrafo del Metropolitan Museum de Nueva York, que podría ser otro de los protagonistas de esta gran historia.

Carter, H. (1989). La tumba de Tutankhamon. Barcelona: Destino.

Seco Álvarez, M., & Martínez Babón, J. (2017). Tutankhamón en España: Howard Carter, el duque de Alba y las conferencias de Madrid. Sevilla: Fundación José Manuel Lara.

Fundació Arqueològica Clos. (1995). Tutankhamón: imágenes de un tesoro bajo el desierto egipcio. Barcelona.

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