Lengua materna y lenguas de acogida: La analfabeta, de Agota Kristof

Mirella G. Lucas

En 1956, Agota Kristof cruzó la frontera que separaba Austria de su Hungría natal. Tenía tan solo 21 años. Consigo iban su marido y su hija de cuatro meses. Atrás dejaba su país, el resto de su familia, sus amigos, su trabajo, y la represión del ejército soviético sobre la sociedad húngara. Atrás dejaba también, aunque todavía no lo sabía, su lengua materna. Había comenzado su periplo de convertirse en una refugiada política. Casi medio siglo después de cruzar la frontera, en el 2004, cuando ya era una escritora ampliamente reconocida en lengua francesa, Kristof plasmó su experiencia del exilio en una breve narración autobiográfica que tituló La analfabeta.

No obstante su título, La analfabeta es la historia de una mujer cuya vida gira en torno a la palabra escrita, y aquello que experimenta cuando su dominio del lenguaje le es arrebatado. El comienzo del libro es contundente expresando su obsesión por la lectura:

“Leo. De manera casi enfermiza. Leo todo aquello que cae en mis manos, todo aquello que tengo a la vista […]. Cualquier cosa impresa”.

Agota Kristof aprende a leer a los cuatro años y a partir de esa edad toda su vida girará en torno a las palabras. Se inventa historias, entretiene a sus hermanos con sus cuentos, empieza a escribir, también de manera compulsiva, primero diarios y luego versos y obras teatrales, cuando de adolescente es enviada a un internado. Pero esta relación fluida, casi natural, con la lectura y la escritura, con el lenguaje, estallará en pedazos cuando escapa de la invasión soviética, primero a Austria y luego a un pueblo de la Suiza francófona, en el invierno del 56. Deja atrás un mundo y un lenguaje inteligibles para adentrarse en una realidad ajena, regida por una lengua, el francés, que no comprende, que no habla, que es incapaz de leer y de escribir. Se convierte de nuevo en una analfabeta. Ella, que a los 4 años ya sabía leer. El resto de su vida se convertirá en una lucha por dominar esa lengua intrusa que ella no ha elegido pero que ahora impregna la realidad que la rodea. Y lo conseguirá de una manera tan excelente que llegará a recibir en 1986 el Premio Europeo de Literatura Francesa por su primera novela en ese idioma, Le Grand Cahier, traducida al castellano como El gran cuaderno (editada por Seix Barral en 1986, y El Aleph en 2007).

La analfabeta es un libro breve, conciso, denso pero de fácil lectura; sobrio y poético al mismo tiempo. Una obra necesaria en una Europa desbordada por el fenómeno de la inmigración y los refugiados, ya que Agota Kristof cuenta la experiencia desde dentro, y la humaniza. Narra el exilio y el desarraigo y la pérdida que ese exilio conlleva: la pérdida de tus orígenes, de tu pasado, de tu lengua materna, de tu sentimiento de pertenencia a una comunidad. Y del desierto interior y exterior que eso supone. Agota Kristof luchó contra ese desierto a través de aquello que más amaba, las palabras. Las que dejó atrás, en húngaro, y las que aprendió nuevas, en francés. Pero tal como ella misma remarca en La analfabeta, otros muchos en su caso no tuvieron ni tienen tanta suerte.

Kristof, Agota. La analfabeta. Barcelona: Alpha Decay, 2015.

Foto de Matias North en Unsplash

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