El silencio de Carmen Laforet. 100 años de su nacimiento.

Por Brígida M. Pastor

Una de las conmemoraciones más importantes del 2021 en el mundo panhispánico es el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Laforet (Barcelona, 6 de septiembre de 1921-Madrid, 28 de febrero de 2004.

Con su primera novela, Nada, Laforet fue la ganadora de la primera edición del prestigioso Premio Nadal en 1945, con tan solo 23 años, estableciendo un récord juvenil al ser galardonada con este premio en un ambiente dominado por escritores varones y que restringía la presencia del talento de las mujeres. El destino de la escritora se presentaría como un trayecto de retos, frustraciones y silencios. A partir de entonces, “nada” volvería a ser lo mismo. A Nada le seguiría su segunda novela, La isla y los demonios (1952) y tres años más tarde, La mujer nueva en 1955—Premio Nacional de Literatura. Este libro fue el preludio de “la fuga” que la escritora emprendería en la vida real, pero fue con su novela La insolación (1962) y Al volver la esquina (2004)—escrita esta última en los años sesenta y reelaborada hasta su muerte, que culminaría su denuncia del oscurantismo de la época. Tras su ruptura conyugal, sólo escribiría trabajos breves hasta su muerte en 2004, a la edad de 82 años, mereciendo un puesto destacado como cuentista entre los escritores de la generación del medio siglo.

En sus cinco novelas largas, Carmen Laforet intentó firmemente encontrar nuevas narrativas para encuadrar asimismo un mensaje feminista. Como ejemplo excepcional de escritura femenina de la posguerra inmediata, llegó a formar parte del canon universal de la literatura española del siglo XX. Se convirtió en un eslabón clave en la genealogía integrada por escritoras que enfrentaron las limitaciones impuestas por el patriarcado. Partícipe de una larga tradición que recuerda a escritoras como Santa Teresa de Jesús, Fernán Caballero, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán, o Rosa Chacel, se edificó en modelo a seguir para escritoras posteriores.

Triste y desanimada, ella misma se calificó con una palabra: grafofobia, sustentada por el “desánimo o la esquizofrenia, o lo que sea”, como escribiría en una misiva a sus amigos, Paco Rabal y Asunción Balaguer. Los silencios y misterio que definen su vida y la extensa correspondencia de la autora a su amigo y confidente Ramón J. Sender, y a otros amigos con los que la escritora se sinceró, descubren la intensidad dramática de esta enigmática escritora, sus esperanzas, su rebeldía, su ferviente deseo de libertad, así como su constante escapismo y búsqueda infructuosa de anhelos profundos o su frustración ante sus novelas inacabadas. Laforet era exigente con lo que escribía y el papel de creadora y de mujer la colocaban en una situación de constante debate existencial.

Triste y desanimada , ella misma se calificó con una palabra: grafofobia, sustentada por el «desánimo o la esquizofrenia, o lo que sea», como escribiría en una misiva a sus a sus amigos, Paco Rabal y Asunción Balaguer.

A partir de Nada, escribir supondría un desafío doloroso para la escritora, invadida por las presiones editoriales, la maternidad (madre de cinco hijos) y su espíritu libre. En definitiva, Laforet se sentía atrapada en el conflicto que experimentaba como mujer y escritora. Su necesidad de escribir y la soledad frente al papel en blanco, su constante batalla con la escritura y el reto que vincula su separación matrimonial con su etapa ágrafa definen la experiencia vital y literaria de la autora de Nada, calificativo por el que se la definiría hasta el final de sus días. Carmen Laforet dejó un legado imperecedero para las letras universales y se erige como una de las figuras más excepcionales, y enigmáticas a la vez, de la literatura contemporánea española.

Foto de Marcos Paulo Prado en Unsplash

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