Diarios de duelo: cinco lecturas sobre el dolor y la muerte 

Andrés Santiago.

“Ahora, por todas partes, en el café, en la calle, veo a cada individuo bajo la especie del que-debe-morir, ineluctablemente, es decir, muy exactamente del mortal. Y, con no menor evidencia, los veo como no sabiéndolo”. 

Roland Barthes, Diario de duelo 

En los próximos días, cientos de familias irán al cementerio a recordar a sus seres queridos, pondrán flores en sus tumbas, quizás recen, quizás hablen con ellos. En algunos lugares, pondrán un altar en el cementerio o en la casa, con la comida y la bebida que más les gustaba a los difuntos, con cigarrillos, quizás. En otros lugares, niños y adultos se disfrazarán de fantasmas, espíritus o muertos vivientes e irán pidiendo casa por casa caramelos o dinero.  

La muerte propia nos define y nos limita como seres vivientes y la de nuestros seres queridos es probablemente una de las experiencias que de una manera más fuerte marca nuestra experiencia.  

Más allá de las celebraciones colectivas en torno a la muerte, el duelo es una experiencia profundamente individual y, por eso, queremos ahondar en el territorio de lo íntimo y proponer cinco lecturas sobre el dolor y sobre la muerte, cinco “diarios de duelo” sobre lo que nos sucede cuando los que nos dejan se van. 

1. Diario de duelo de Roland Barthes 

“Pensar, saber que mamá está muerta para siempre, completamente […], es pensar, letra por letra (literalmente y simultáneamente) que yo también moriré para siempre y completamente”. 

Roland Barthes, Diario de duelo 

Al día siguiente de la muerte de su madre, el 26 de octubre de 1977, Roland Barthes empezó a escribir lo que más tarde constituiría su Diario de duelo, en el que va dejando notas y apuntes que oscilan entre la depresión y una búsqueda de ligereza. 

“Cuando mamá vivía (es decir toda mi vida pasada), estaba yo en la neurosis por miedo de perderla. 

Ahora (ahí está lo que el duelo me enseña), este duelo es, por así decirlo, el único punto de mí que no es neurótico: como si mamá, por un último don, se hubiese llevado lejos de mí la mala parte, la neurosis”. 

Barthes entiende que la muerte de su madre le ha cambiado profundamente, que ya no desea lo que deseaba antes y que, como si de una nueva vida se tratara, parece que hace todo por primera vez: volver a su apartamento por primera vez, soñar con ella por primera vez, primera mañana de domingo sin ella, enfermar por primera vez… 

Pero en el propio duelo de Barthes está también parte de su salvación: “que esta muerte no me destruya por completo, quiere decir que decididamente quiero vivir perdidamente, hasta la locura, y que, por lo tanto, el miedo de mi propia muerte está ahí, no se ha desplazado ni una pulgada”. 

2. El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza 

“Nadar era lo que hacíamos juntas. Íbamos por el mundo cada una por su lado, pero acudíamos a la alberca para ser hermanas. Ese era el espacio de nuestra más íntima sororidad. Y todavía lo es”. 

El invencible verano de Liliana, Cristina Rivera Garza 

En su Diario de duelo, Barthes dice haber leído que el duelo por la muerte de un padre o una madre dura dieciocho meses, pero ¿cuánto dura el duelo de una hermana pequeña?, ¿cuánto dura si a esa hermana la mataron por el simple hecho de ser mujer? 

En El invencible verano de Liliana, Rivera Garza nos narra cómo, más de treinta años después del feminicidio de su hermana Liliana a manos de su entonces novio, decide “hacer memoria para hacer las paces con el miedo”: 

“Husmeé en apuntes de la época y empecé a hacer preguntas entre los miembros de mi familia que tenía cerca. Visité tías, acudí a quinceañeras que usualmente evado, hice llamadas por teléfono. Algunos contestaron a monosílabos, otros se extendieron sin ton ni son. Todos bajaron la vista en algún momento, avergonzados. Lo siento, decían. No recuerdo nada más. Algunos lloraron. Pronto tuve que darme cuenta de que en realidad sabíamos muy poco. Una muchacha desorientada, presa del maltrato cotidiano de un depredador. Una mujer acaso demasiado libre”. 

A partir de entonces, Rivera Garza empieza a tirar del hilo de la memoria para tratar de encontrar respuestas a todas las preguntas que han quedado sin responder. Comienza su búsqueda en la procuraduría de la Justicia de la Ciudad de México, que lejos de saciar sus preguntas, convierten la muerte de su hermana en una suerte de obsesión. Poco a poco, la escritora se convierte en periodista de investigación: entrevista a compañeros de universidad de su hermana, lee y relee sus diarios, pregunta a periodistas de sucesos, busca archivos oficiales… creando este libro de difícil definición genérica (ensayo-collage) que ganó el premio Pulitzer en 2024 en la categoría de memoria o autobiografía. 

Cristina Rivera Garza, al revivir la memoria de su hermana Liliana, nos recuerda que el duelo no siempre es un proceso solitario o introspectivo. A veces, el duelo es una lucha por la justicia y por la memoria, una batalla contra el olvido. En su obra, el duelo se convierte en un medio para hacer justicia, para encontrar respuestas. Sin embargo, el duelo también puede despertar sentimientos más oscuros, como el rencor y el odio, que son los protagonistas de la siguiente novela… 

3. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Țîbuleac 

“Los ojos de mi madre eran un despropósito 

Los ojos de mi madre eran los restos de una madre guapa 

Los ojos de mi madre lloraban hacia dentro” 

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Tatiana Țîbuleac 

La primera novela de esta lista, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Țîbuleac, aborda la pérdida de una madre desde una perspectiva muy diferente a Barthes o Rivera Garza. Si en las lecturas anteriores encontrábamos dolor, rabia y pérdida por la muerte, esta nos habla de odio, reproches y asco por su propia madre. 

La autora moldava nos trae el relato de Aleksy, un artista a quien su psiquiatra le recomienda escribir sobre los últimos días de su madre, a quien detesta y culpa de todos sus males: 

“Hasta el día de hoy, cuando soy casi tan viejo como ella aquel verano, no he conocido nunca a una mujer peor vestida. Ni siquiera aquellos dos años en que, justo después del accidente, viví junto a una fábrica procesadora de pescado en el norte de Francia. Imaginad a más de cien mujeres feas que se visten cada día para matar cangrejos, gambas langostinos y otras porquerías. Mi madre se vestía aún peor. Era aún más fea. Tenía unos pantalones, unas blusas y una ropa interior más horribles que toda la fábrica, las empleadas y los crustáceos de mierda juntos”. 

La narración de Țîbuleac, entre el humor y la dureza, lo poético y lo cruel, es también una narración sobre el perdón y la reconciliación, sobre hacer las paces con el dolor de la infancia y sobre el amor que puede caber dentro del odio más profundo. 

4. Lengua dormida de Franco Félix 

“Y, luego de varios minutos, por fin me atrevo a ver su rostro. Apagado y sano. Sus cejas están relajadas. Sus labios están pintados de rojo y, gracias al cosmético, apenas se notan las heridas que dejaron los tubos del respirador en sus mejillas. Es bella, refinada y precisa. Tal parece, por momentos, que ella misma se ha maquillado para el gran festival de la erosión”. 

Lengua dormida, Franco Félix  

Franco Félix nos presenta en Lengua dormida, a medio camino entre la novela y la autobiografía, los días posteriores a la muerte de su madre después de una larga enfermedad. En un tono más desenfadado que Barthes, pero alejado también del áspero tono de Țîbuleac, Félix nos habla de la muerte desde lo absurdo y lo cotidiano, enlazando las noticias que ve en la tele con las promesas que le hizo un día a su madre, los mensajes que envía a sus familiares con los secretos que ella nunca le contó. 

Quizás lo más llamativo de esta novela es precisamente el humor que Félix encuentra en los momentos de duelo, heredando posiblemente el humor negro y macabro de la tradición mexicana: 

“Madre no sería un zombi notable si llegara a perder sus dientes postizos. Iría por ahí besando amablemente un brazo, una pierna, una cabeza, sin poder hacerse con un pedazo de carne decente”. 

Franco Félix, con un tono irreverente y profundamente humano, nos recuerda que el duelo no siempre es solemne. A veces, el humor es la manera en que afrontamos lo inabarcable de la muerte. Esta mezcla de lo absurdo y lo doloroso es un reflejo de cómo cada uno busca sus propias formas de lidiar con la pérdida. En la siguiente lectura, sin embargo, regresamos a una aproximación más íntima y poética del duelo, en la que la muerte de un hijo marca cada palabra escrita. 

5. Mortal y rosa de Francisco Umbral 

“A veces, cuando menos lo esperas, te encuentras cadáver en los espejos del salón o descubres en las grandes damas la descarnadura del futuro, pero si trata uno de hacer eso metódicamente, a voluntad, la carne se cierra y sonríe, se hace compacta y presente; hay como una autodefensa del hoy, nuestro cuerpo ignora su mañana y asume actitud de rosa cuando queremos hacer metafísica con él”. 

Mortal y rosa, Francisco Umbral 

Mortal y rosa es una de las obras más personales de Francisco Umbral, en las que la mortalidad humana y el duelo ocupan el centro de una obra íntima y desgarradora. Con una prosa poética e introspectiva, Umbral retoma la definición del ser humano como la tensión habitada entre el amor (eros) y la muerte (tánatos), pero matizando el amor como belleza (la rosa). Para el autor, la muerte es definitoria en la propia existencia humana: “La vida está dentro de la muerte como el hueso dentro de la fruta”. 

Francisco Umbral escribió este texto tras la muerte de su hijo menor, acontecimiento que marcó tremendamente al autor y que marca línea a línea las páginas de este texto. El acontecimiento sumió al autor en una espiral de tristeza y pesadumbre que recoge en este sobrecogedor texto: 

“Tu muerte, hijo, no ha ensombrecido el mundo. Ha sido un apagarse de luz en la luz. Y nosotros aquí, ensordecidos de tragedia, heridos de blancura, mortalmente vivos, diciéndote”. 

Desde la introspección más íntima de Barthes y Umbral, hasta la búsqueda de justicia de Rivera Garza, el complejo proceso de reconciliación en Țîbuleac y el humor negro de Félix, estas cinco obras no solo ofrecen cinco maneras de doler, sino que también nos invitan a reflexionar sobre el significado de la vida, el amor y el paso del tiempo. 

Ediciones consultadas 

Barthes, Roland (2009). Diario de duelo. Barcelona: Paidós.  

Félix, Franco (2023). Lengua dormida. Madrid: Sexto Piso.  

Rivera Garza, Cristina (2021). El invencible verano de Liliana. Barcelona: Penguin Random House.  

Țîbuleac, Tatiana (2021). El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Traducción de Marian Ochoa de Eribe. Madrid: Impedimenta. 

Umbral, Francisco (1995). Mortal y rosa. Edición de Miguel García-Posada. Madrid: Cátedra. 

Encuentra estas obras y muchas más en el catálogo de la biblioteca de la UNED

Foto de Birmingham Museums Trust en Unsplash

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