El Hitchcock europeo (1926-1939)

Ramiro Lozano

Hay que suponer que estas melodías sin carácter contenían ya, sin embargo, en cantidades infinitesimales, y por esto quizás más asimilables, algo de la originalidad de las obras maestras que sólo retrospectivamente cuentan para nosotros (Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”)

El día 4 de marzo de 1939 Hitchcock embarcó con destino a Estados Unidos para rodar en Hollywood, bajo la producción de David O. Selznick, su primer largometraje americano, Rebeca. Le seguirían otros 28 más (más uno, Frenesí, rodado en lo que sería su vuelta en olor de multitudes a Gran Bretaña). De ellos, todos menos uno (Matrimonio original, una comedia) encajan con mayor o menor claridad en el género de “suspense” o “thriller”, sin que Hitchcock pareciera muy proclive, a diferencia de otros eminentes emigrados europeos, como Lang, a explorar otros géneros típicamente americanos y en boga en aquella época (caso del western, por ejemplo). Así es como Hitchcock va consolidando su imagen de “mago del suspense”, que le valdrá el éxito comercial y cierto respeto crítico que irá creciendo conforme mengue paradójicamente su éxito.

¿Y antes de embarcarse, literal y creativamente, en su primer proyecto americano, quién era Alfred Hitchcock? Era un director profundamente inglés (cockney para más señas), precoz (dirige su primer largometraje a los 26 años tras un periodo de aprendizaje en tareas de diseño, ilustración y codirección en otros proyectos) y de enorme prestigio en el Reino Unido, donde pasa por ser el mejor director del momento. En Europa va a dirigir 9 películas mudas entre 1926 y 1929. las dos primeras son en coproducción con Alemania, rodadas allí (Hitchcock siempre reconoció su deuda con el cine alemán de la época y cuando fue interrogado por sus mentores estilísticos respondió: “los alemanes, los alemanes”). El resto se rodaron en Inglaterra.

Todas ellas, a excepción de El enemigo de las rubias son melodramas de distinto tipo (de enfrentamiento de clases, urbanos, rurales, marinos, deportivos, escolares…), muchos de ellos adaptaciones de obras de teatro o novelas de la época. No obstante, aun en estos contextos, encontramos ya muchos rasgos estilísticos (la perfección en el encuadre y la composición, determinados ángulos de cámara, la implacabilidad de un montaje que parece excluir como errónea cualquier alternativa a su propuesta, el hecho de que parezca tener montada la película antes de empezarla -Hitchcock era un maestro del “story board”- y temáticos (el falso culpable, los complejos, las relaciones familiares traumáticas, las tensiones agazapadas en la “normalidad”, el humor soterrado…) de lo que será su modus operandi habitual en su etapa americana.

Sirva un ejemplo: en una secuencia de Vida Alegre, un melodrama basado en una obra de Noel Coward, podemos entresacar la siguiente escena: una mujer de mala reputación (notorious lady) que ha huido de Inglaterra y se ha refugiado en la Costa Azul conoce a un rico y guapo heredero en un partido de tenis. Se casa con él y regresa a la casa señorial, donde será recibida de uñas por la madre, cuya relación con su hijo es de dominio absoluto. A falta de crimen, podemos, no obstante, encontrar ecos de Encadenados, Atrapa a un ladrón, Rebeca y Extraños en un tren). Y en El Ring, por ejemplo, la escena final tiene lugar en el Royal Albert Hall, que volverá a ser empleado con efectos dramáticos en El hombre que sabía demasiado.

En definitiva, Hitchcock nos permite en estas sus primeras obras asistir a un proceso de decantación, adivinar tanto aquello que ensayó y que desechó como aquello que fue afianzando su estilo y su visión.

Y aunque Hitchcock defendiera, como muchos de sus colegas, la superioridad del cine mudo, enseguida empezó a incorporar el sonido con efectos dramáticos. Hay que tener en cuenta que su afán de experimentación, desde el principio de su carrera, fue notable y que siempre trató de explotar todos los recursos a su alcance y de ir incorporando otros de su invención.

Tras sonorizar lo que en principio iba a ser una película muda (Chantaje) seguirán 14 largometrajes sonoros entre 1930 y 1939, en los que, poco a poco, se van consolidando definitivamente sus opciones formales y temáticas. Si bien al principio sigue explorando el melodrama costumbrista (Juno y el pavo real), la alta comedia de costumbres (Juego sucio), la comedia romántica (Ricos y extraños), el cine de época -no era lo suyo- (La posada de Jamaica) e incluso el biopic musical (Valses de Viena) los thrillers empiezan a ser mayoría (Asesinato, El número 17, la primera versión de El hombre que sabía demasiado, El agente secreto, Sabotaje, Inocencia y juventud y las dos que, en mi opinión, son las únicas que están más o menos al mismo nivel que sus mejores empeños en América (39 escalones y Alarma en el Expreso). Durante este proceso de ensayo y error, de afianzamientos temáticos, de integración significativa de imagen y sonido,  y de experimentos estilísticos, va a ir cristalizando la imagen que todo aficionado tiene de su cine, si bien aún lejos de lo que, para mí, es su periodo de esplendor absoluto, entre 1954 (El hombre que sabía demasiado) y 1964 (Marnie la ladrona).

Y así y todo, incluso en los contextos más aparentemente distantes de su estilo, de repente, de forma aislada, nos topamos con el Hitchcock esencial. Tomemos por ejemplo un melodrama como Juego sucio (The skin game), mucho más cerca del universo Downton Abbey que de otra cosa, y vayamos a la escena de la subasta (a partir del minuto 28 más o menos) y reconoceremos regocijados que asistimos a una especie de mezcla premonitoria de algunas escenas de Sospecha y de la escena de la subasta de Con la muerte en los talones. Esta es, muchas veces, para el seguidor de Hitchcock, la mejor razón para afrontar el visionado de sus obras “menores”, una suerte de arqueología cinéfila de la que siempre salimos con algo que llevarnos a la boca.

En definitiva, la etapa británica nos muestra a un director que duda entre el melodrama y el thriller, siempre con un humor soterrado, que todavía no ha hecho del suspense el motor dramático de la intriga, a través del cual transmitir su visión de las tensiones latentes bajo la cotidianeidad, pero que progresivamente va a ir limando su estilo inconfundible.

Post Data. Dada la buena salud de que goza la fama de Hitchcock, es relativamente sencillo acceder en plataformas o en Youtube a la mayoría de las películas de este periodo. Si yo tuviera que organizar una retrospectiva, mi propuesta sería: El enemigo de las rubias (primer thriller), La mujer del granjero (melodrama diametralmente alejado de lo que esperamos de una película de Hitchcock, pero estimable en sus propios términos), Chantaje (su primera película sonora, su primer final espectacular -en una biblioteca, por cierto-), 39 escalones y Alarma en el expreso (dos gozosas pruebas de su madurez, que precipitaron su marcha a Hollywood). Y si no, que cada cual haga su selección, afortunadamente en esta época hay para todos los gustos.

Foto de Donald Edgar en Unsplash

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