Las lealtades, Delphine de Vigan

Cristina Fernández

De nuevo la escritora francesa Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) nos ofrece una novela en la que vuelve a desnudar la intimidad familiar, donde se esconden grandes secretos, y a mecernos entre la ternura y la dureza. Las lealtades es un relato corto sobre la adolescencia y los vínculos afectivos que determinan los comportamientos humanos y en ocasiones llevan a caminos sin retorno.

Delphine de Vigan es una escritora de referencia en la literatura contemporánea europea. Su primera novela, Días sin hambre, publicada en 2001 bajo el pseudónimo de Lou Delvig, escondía su propia pesadilla con la anorexia. Con Nada se opone a la noche (2011) le llegó el reconocimiento internacional y obtuvo prestigiosos premios literarios, incluyendo el Renaudot de los Institutos de Francia. En el libro reconstruía su vida desde la infancia hasta la edad adulta, narrando el suicidio de su madre en un sobrio ejercicio de catarsis personal.


Después del conflicto que le supuso desvelar la historia de su familia, optó por no destapar más intimidades, pero continuó jugando con la ambigüedad de basarse en su propia realidad o en la ficción. Su siguiente novela, Basada en hechos reales (2015) obtuvo el premio Goncourt de los Estudiantes y fue llevada al cine por Roman Polanski. La autora se acercaba a la experiencia de una escritora de nombre Delphine bloqueada tras el éxito de su anterior libro, entre otros detalles que coinciden con la biografía de la propia escritora.


En Las lealtades abundan los elementos literarios propios del universo de Delphine de Vigan y nos recuerda mucho a No y yo (2007), otra de sus obras, en la que una adolescente que convive con su madre, sumida en una depresión, lleva al límite su amistad con un chico marginal. La historia que se cuenta en Las lealtades se articula en torno a varios personajes inmersos en una sociedad deshumanizada que no da tregua ni consuelo.
La escritora bucea en la mente y los sentimientos de los personajes perfilando unos caracteres de gran verosimilitud. La narración es rigurosa y estremecedora y desde el principio sumerge al lector en un relato convincente de gran intensidad emocional. La ternura, el amor, la vitalidad, la esperanza y la confianza en que la condición humana prevalece, son el contrapunto a una persistente atmósfera desasosegante.


De Vigan se define como una autora de ficción que fluctúa entre el periodismo y la literatura, al modo de Truman Capote, o de la Marguerite Duras de El dolor. La escritora remata que se siente más cercana al estilo de Emmanuel Carrère porque «lo que escribo no es la verdad: es mi verdad, mi mirada sobre ella y quiero tener la libertad de aproximarme a los personajes»

Las lealtades, «fidelidades silenciosas…contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias», son el hilo conductor de esta crónica a cuatro voces. Théo, su amigo Mathis, una profesora y una madre, están atrapados en las redes de la fidelidad a sí mismos, a sus padres, a sus amigos, a sus parejas y a su propia realidad social. La angustia y el deseo de unos personajes heridos, por intentar escapar de una sociedad que les aliena, van trazando una historia que golpea al lector página tras página. Para sobrevivir los personajes elaboran su propia ficción, interpretando los roles que se esperan de ellos, de la misma manera que nos mostramos al mundo a través de las redes sociales en una realidad virtual. Mantener la apariencia e incluso el engaño, se convierten en acciones cotidianas, pero hay situaciones insostenibles que llevan a la destrucción, y la lucha por sobrevivir transciende por encima de todo.


El relato se inicia con un ritmo trepidante que atrapa y no cesa hasta llegar al desenlace. El protagonista, Theo, un niño de doce años, se refugia en el alcohol como vía de escape de una rutina caótica, de la soledad, del odio que se profesan sus padres divorciados, del amor incondicional hacia su padre, destruido por la bebida y el desempleo, y de un entorno escolar que le interroga y asfixia.
«Un día le gustaría perder la conciencia, del todo. Hundirse en el tejido espeso de la embriaguez, dejarse cubrir, sepultar, durante unas horas o para siempre, sabe que eso pasa»
Tanto Cécile, la madre de Mathis, que simboliza la lealtad conyugal y social, como Hélène, la profesora que se ha prometido no traicionarse a sí misma, tendrán que enfrentarse a una realidad que les sobrecoge. Sus reacciones se verán condicionadas por el conflicto de romper complejos códigos sociales y fuertes lazos afectivos.

La escritora es capaz de meterse en las mentes de los adolescentes de manera brillante y saca a la luz un mundo de gran hostilidad para las relaciones humanas.

«Vuelve a ser ese niño que detesta, que pulsa el botón del ascensor muerto de miedo. El miedo emerge de un sueño aletargado cuyo sabor ambarino ha desaparecido, se difunde por todo su cuerpo y acelera su ritmo cardiaco”.

La fragilidad de la infancia y la adolescencia quedan patentes, y se pone en evidencia a una sociedad que no se atreve a cruzar la barrera de la intimidad, por la comodidad de no implicarse o por el impulso de normalizar cualquier signo de sufrimiento o maltrato.

«Se que los hijos protegen a los padres y qué pacto de silencio los conduce a veces a la muerte. Ahora sé algo que los demás ignoran. Y no debo cerrar los ojos»

Delphine de Vigan busca la reflexión sobre la adolescencia, una etapa decisiva del ser humano que compara indefinidamente con la suya, frustrada vitalmente, pero probablemente definitiva para que se convirtiera en escritora.

Delphine de Vigan. Las lealtades. Barcelona: Anagrama, 2019.

Foto de Kristina Tripkovic en Unsplash

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