Kafka y las cartas de una muñeca

Nieves García
En julio de 1923, un Franz Kafka frecuentemente abatido por sus problemas de salud –ya en 1917 se le diagnostica una tuberculosis pulmonar y ha sido varias veces ingresado en diversos sanatorios-, pasa unas vacaciones en Müritz, a orillas del mar Báltico. Allí conoce a Dora Diamant, una periodista de familia judía, quince años más joven que él, con la que más tarde, en otoño, decide trasladarse a Berlín, tal vez con la esperanza de distanciarse de la autoridad de su familia y concentrarse definitivamente en su trabajo de escritor.

Doctorado en leyes en 1906,[1] tras unos años de trabajo burocrático poco o nada remunerado (en el que, a pesar de ello, era eficaz y competente) que marcarían definitivamente el contenido de su obra literaria, el tímido, inseguro, indeciso Kafka ya ha publicado El juicio (Das Urteil), Contemplación (Betrachtung), en 1912, La metamorfosis (Die Verwandlung), en 1915, y algunas cortas historias, pero, a pesar de haberse dado a conocer en sociedad como escritor, y con la siempre inestimable colaboración de su amigo y editor Max Brod, sus obras pasan prácticamente inadvertidas.

Vida en Berlín

Hace tiempo que desea vivir en Berlín. Ya tuvo intención de ello en 1914, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial se lo había impedido. En 1922 ha recibido la jubilación anticipada de su último trabajo en la compañía Arbeiter-Unfall-Versicherungs-Anstalt für Königsreich Böhmen. Detrás queda también su difícil relación con Felice Bauer, de la que finalmente sólo quedan cartas (más de quinientas) y una profunda decepción. Había conocido someramente la ciudad en 1910, tras una breve estancia en París. Berlín le pareció a la vez exuberante, naif e intimidante; y le encantó el teatro: escribe con entusiasmo sobre el Kamerspiele. Trece años después, no encuentra lo mismo. En una carta a su cuñado Josef David, escribe: “es verdaderamente terrible vivir en el centro de la ciudad, pelear por los ultramarinos, leer los periódicos. No lo hago, no podría soportar ni un solo día…” Se siente afortunado por vivir en Steglitz[2], pero también se siente culpable por mantenerse distanciado de la gente corriente. Siente que la ciudad se deteriora en su aspecto social y político, sin embargo “es totalmente razonable permanecer aquí un poco más, especialmente porque las grandes desventajas de Berlín tienen un agradable efecto pedagógico”.

«La muñeca se ha ido de viaje»

Efectivamente, Berlín tiene una vertiente amable con Kafka (o viceversa). En uno de sus paseos, encuentra en un parque a una niña que llora desconsoladamente. Kafka, conmovido, le pregunta el motivo de tal desconsuelo: ha perdido su muñeca. “Pero no, no se ha perdido”, le asegura él: la muñeca se ha ido de viaje. La niña, lógicamente escéptica, le pregunta cómo lo sabe. “Porque me lo ha dicho ella en una carta”. La niña le pide que le enseñe tan precioso documento. “Hoy no la llevo conmigo, pero mañana te la traigo”, promete. Kafka vuelve a casa y comienza rápidamente a escribir una carta. En sus ojos, Dora detecta la misma intensidad y fervor que cuando escribe sus libros.

Al día siguiente, Kafka se apresura a ir al parque con la carta en sus manos. La niña, efectivamente, le espera allí, ansiosa de saber sobre su preciada muñeca y, como aún no sabe leer, Kafka lee la carta para ella. La muñeca, lee él, lo siente de veras, pero estaba un poco cansada de vivir todo el tiempo con las mismas personas. Necesita ver mundo y conocer nuevos amigos. No es, en absoluto, porque ya no quiera a su dueña y amiga, sino porque quiere tener nuevas aventuras y ello implica que tienen que separarse por un tiempo. Pero la muñeca, en su carta, le promete que escribirá todos los días contándole sus experiencias.

Cartas a la pequeña dueña de la muñeca

Y así, fiel a su promesa, durante tres semanas, Kafka iba al parque y le leía diariamente una carta de la muñeca dirigida a la pequeña. En cada una de ellas, le va contando los lugares que está visitando, la gente que está conociendo, también va a la escuela y aprende muchas cosas. Poco a poco, en cada carta, la muñeca se está haciendo mayor. La sigue queriendo muchísimo, pero insinúa que hay ciertas complicaciones en su vida que la impiden volver a casa con ella. Carta a carta, día a día, Kafka trata de preparar a la niña para el momento definitivo en el que la muñeca vaya a desaparecer de su vida para siempre… Ese Kafka de introversión casi patológica piensa en la niña, en su muñeca, pero no encuentra un final satisfactorio sin que la magia desaparezca… Medita varias posibilidades y, finalmente, decide que el mejor final feliz es que la muñeca se va a casar. Entonces, en sus cartas, a través de la pluma de Kafka, la muñeca empieza hablándole a su amiguita de un muchacho al que ha conocido; le narra cada día, progresivamente, los detalles del compromiso, los preparativos para el enlace[3]… De tal forma que, comprensiblemente, como tendrá que dedicarse a su marido y a su nuevo hogar, la muñeca ya no va a poder volver con su antigua propietaria. De esta forma, en las líneas finales de su última carta, la muñeca se disculpa, y se despide de su queridísima amiga.

Dora es testigo de esos encuentros en el parque, de la labor diaria de escribir una carta a la niña como si fuera el alter ego de la muñeca, y  recuerda el entusiasmo y el especial cuidado que Kafka ponía en cada detalle de sus cartas, fiel reflejo de su prosa personal: precisa, amena, fascinante… y tierna. Enfatiza el primor con que se entregaba a esta altruista tarea auto-impuesta, la implicación personal con la que personificaba a la muñeca hasta darle vida en cada carta, y con el mismo esfuerzo creativo con el que se entregaba por completo al resto de su obra literaria.

Correspondencia perdida

Lamentablemente, no existen pruebas documentales que verifiquen esta dulce historia.  Dora Diamant se la contó a Marthe Robert, germanista crítica literaria y traductora, y a Max Brod, en dos versiones ligeramente distintas (según la versión de Brod, la despedida no concluía en boda). De ahí que los más incrédulos opinen que se trata solamente de una fabulación de Dora Diamant sobre su idolatrado Franz Kafka. Sin embargo, resulta bastante improbable que se lo inventase, pues tenía una altísima opinión sobre Kafka como para comprometer su memoria en una farsa. Es más, Max Brod escribe que antes de abandonar Berlín con destino a Praga, Kafka se aseguró de que la niña recibiera como regalo de despedida una nueva muñeca.

¿Qué pasó entonces con la niña? ¿Y esas cartas? Puede que, pasados los años, la niña, si es que fue depositaria de esas cartas, las perdiera en algún momento de su vida; tal vez, dada la época tan convulsa y atroz, la niña huyera, o desapareciera poco después a causa del Holocausto… De ser el propio Kafka quien guardase tan preciosa correspondencia, es sabido que, poco antes de su muerte, le pidió a Max Brod, como su albacea, que destruyera todos sus manuscritos. Y aunque afortunadamente Brod no le hizo caso y supervisó la publicación de la mayor parte de los escritos que obraban en su poder, esas cartas no debían de estar en su poder. Dora Diamant, en cambio, sí cumplió sus deseos pero solo en parte: quemó varios papeles (¿incluidas las cartas?) pero también guardó en secreto la mayoría de sus últimos escritos. Sin embargo, en 1933 la Gestapo registró el apartamento donde vivía con el hombre con el que se casaría después de la ausencia de Kafka[4], Ludwig Lask (un líder comunista alemán), y confiscó todos los documentos que poseía: entre ellos, tal vez, las cartas de aquella muñeca… Dora buscó ayuda en Brod, quien a su vez contactó en Praga con el poeta Camill Hoffmann, agregado cultural en la embajada checa, que hizo lo posible por interceder, pero la Gestapo le dejó bien claro que no había esperanza alguna de recuperar manuscritos pertenecientes a material confiscado.

Si esa correspondencia pereció en las llamas, o si formaban parte de aquella confiscación, no es posible –al menos todavía- saberlo: tal vez dormitan en un remoto rincón de algún oscuro archivo alemán, o incluso ruso, junto con otros manuscritos de Kafka. De hecho, la búsqueda de esos posibles papeles supervivientes aún continúa a escala internacional.

La credibilidad de la historia sobre esas cartas de Kafka y la muñeca reposa mientras tanto en el amable del lector de esta anécdota que revela un Kafka tierno, de alma amable, sensible, generosa y empática, no tan conocida, pero quizás tampoco tan alejada, del introvertido, inseguro y atormentado creador de Gregor Samsa.

REFERENCIAS:

Foto de Romina BM en Unsplash


  • [1] El director de su tesis doctoral fue Alfred Weber, hermano del filósofo Max Weber, uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y la administración pública.
  • [2] Una localidad residencial acomodada al suroeste de Berlín
  • [3] Paradójicamente, una de las novelas cortas de Kafka se titula precisamente ‘Preparativos de boda en el campo’: presenta a un individuo que, ante su inminente boda, que siente como una obligación, expresa sus malas sensaciones acerca de una vida social a la que no va a ser capaz de adaptarse y que terminará por ser una carga para él. Parece que Kafka tuviera un mal presagio en su relación con Felice Bauer cuando escribió este relato…
  • [4] Kafka falleció en Kierling, Austria, el 3 de junio de 1924.

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