Que no pare la música

Es frecuente encontrar personas que manifiestan cierta hostilidad a la música clásica que jamás se han sentado a escuchar un fragmento, ni han acudido a un concierto de este tipo de música. Otros afirman que les aburre o que les gusta mucho, pero que no entienden nada de ciertos estilos. Es comprensible el rechazo a obras musicales que se compusieron hace siglos por músicos tan diferentes a los actuales, que estaban al servicio de la Iglesia o de reyes y aristócratas.

Hoy en día se reclama música de fácil consumo y nos estamos olvidando de sonoridades y músicas en las que, entre otros aspectos, están nuestras raíces musicales. La sociedad moderna está perdiendo oído especialmente en países con poca tradición musical. La falta de educación en este arte también justifica muchas de estas actitudes, pero nada está perdido si nuestro objetivo es disfrutar de cualquier obra musical, porque esto está garantizado si nos preparamos para ello. 

Para apreciar a fondo la música no es necesario ser un entendido, basta con aproximarse a ella con el oído y la mente abiertos. Conocer la época en la que se compuso, quién es su autor o la forma musical que ha adoptado pueden ayudarnos a adquirir la predisposición adecuada. Una exposición previa y progresiva a fragmentos de la obra musical con la que nos vamos a encontrar sería la manera ideal de familiarizarnos con los nuevos sonidos y melodías.

La música depende de su forma para impactar en el público y la forma que adopta es fruto de una elección personal del compositor y de la influencia de la historia. Las formas de la música están en constante evolución, existen modas, instrumentos que quedan anticuados u otros que se retoman y continuamente surgen nuevas estructuras y sonidos. Los músicos crean melodías a las que dotan de acompañamientos, inspirándose en sonidos de la naturaleza o de la actividad humana. Los ritmos más emocionantes tienen su origen último en el latido del corazón, en el pulso y en gran variedad de actividades del cuerpo como caminar, la danza y otras expresiones corporales. Hay una perfecta asociación entre los ritmos musicales y los ritmos biológicos de nuestro cuerpo, que explica la irresistible necesidad de seguir con las manos o con los pies un ritmo que oímos, o la sensación que nos produce en el estómago la percusión.

La duración es un aspecto importante de las obras musicales. Si vamos a escuchar una ópera sabremos que, por su estructura compleja y forma dramática, puede durar horas. Una sinfonía, dependiendo de la época en que se haya escrito, nos llevará cerca de una hora y de una canción popular no esperamos una duración de más de algunos minutos.

El compositor Robert Schumann (1810-56) en su Álbum para la juventud, dedicado a los jóvenes músicos, recogió algunos interesantes consejos referidos a las audiciones musicales. Schumann anima a educar el oído escuchando las canciones que caracterizan a cada pueblo y a prestar especial atención a los grandes músicos sin tener prejuicios hacia los que todavía no son reconocidos. Al mismo tiempo desaconseja juzgar una obra por una sola audición y escuchar las melodías fáciles y monótonas que cansan pronto, como nos ocurre con las canciones del verano que nos llegan a hartar.

El famoso director de orquesta norteamericano Leonard Bernstein (1918-1990) también se preocupó de la divulgación musical. A través de su exitoso programa de televisión Concierto para jóvenes, en el que hacía de presentador, pianista y director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, logró convertir a una generación de estadounidenses oyentes ocasionales de música en melómanos apasionados. En la Biblioteca Central de la UNED tenéis a vuestra disposición el libro El maestro invita a un concierto: conciertos para jóvenes que recoge las lecciones magistrales que daba Bernstein en su programa y que revolucionaron la manera de aproximarse a la música.

Escuchar música en directo es la mejor manera de oír música. La experiencia en vivo, en una sala de conciertos o al aire libre, permite que todos nuestros sentidos se activen y se pongan al servicio de la música. La presencia de una orquesta o de un coro, el arrebato del sonido, la fascinación de la situación y el silencio del público, sitúan al oyente en un ambiente perfecto para escuchar música. Ni siquiera la más absoluta falta de interés puede eludir la tensión y la energía que transmite una orquesta en sus momentos más brillantes. Otras obras musicales más íntimas, ejecutadas por varios instrumentos o voces, son capaces de envolver al oyente en mágicas atmósferas musicales. Nuestro sistema nervioso se activa ante la experiencia musical en directo. La música se planta frente al oyente y el estímulo intelectual y sensorial que produce nos lleva a recorrer estados mentales diversos y a captar la música en su dimensión y estado más puro. La música de ayer y de hoy es una aventura llena de emoción y de gozo, un viaje de descubrimiento que hacemos durante toda nuestra vida y que merece la pena.

Foto de David Lusvardi en Unsplash

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