Inspiración, demos un paseo

Hay muchos motivos para iniciar la marcha. En su obra Elogio del caminar, David Le Bretón escribe sobre el incontable número de autores que han encontrado la inspiración en esas caminatas que se realizan de forma espontánea o de manera regular. A veces se camina sin rumbo fijo y, por algunos momentos, podemos huir del tedio de la vida o de la melancolía. Es un ejercicio físico que implica una mirada externa hacia lo que contemplamos y una mirada interna hacia uno mismo. En el propio camino nos reencontramos con nosotros mismos y, si es un caminar por la naturaleza, la comunión con ella es más que evidente. Nunca nos sentimos más libres de ataduras que cuando nos paramos, durante el recorrido, a contemplar el paisaje. El escritor Ludwig Tieck aún recordaba, ochenta años más tarde, la felicidad que experimentó al contemplar un amanecer y que nunca más sintió.


Por eso, autores como Adalbert Stifter “mandan a paseo” a sus protagonistas cuando se encuentran en plena crisis vital, como ocurre en la novela El Sendero del bosque: Rico heredero que lo tiene todo, aunque es algo excéntrico y aprensivo. Su médico le recomienda una temporada en un balneario para que pueda encontrar esposa, también rica, que ponga fin a sus problemas. Sin embargo, lo que más le gusta del balneario son sus paseos por el bosque, y es allí donde halla lo que su espíritu buscaba. Los paseos en Stifter siempre son algo más. Como explicaba Robert Walser a su amigo Carl Seelig en Paseos con Robert Walser:

“De Stifter me bastan sus estudios de la naturaleza, sus observaciones incomparablemente íntimas, en las que de forma tan armoniosa ha insertado al ser humano”

Robert Walser sabía de lo que hablaba, pues él mismo fue un caminante empedernido. De hecho, murió en pleno paseo un 25 de diciembre de 1956. Walser tiene una pequeña obrita, El paseo, en la que relata un paseo de un día desde por la mañana bien temprano hasta el anochecer. El autor nos abre la puerta de su consciencia y nos cuenta todo lo que le pasa por la cabeza en ese caminar solitario y no podemos evitar sentir, al final del paseo, cómo la melancolía que se cierne sobre Walser nos envuelve también a nosotros. Paseamos con él y somos testigos de sus momentos de lucidez y de sus delirios. Walser padecía una enfermedad mental y, tal vez, como escribió W.G. Sebald al referirse a la novela El bandido, de Walser, en El paseante solitario: “El peligro de la enajenación mental le permitía a veces una agudeza de observación y expresión imposible cuando se está plenamente sano”.

W.G. Sebald, además de ser un gran escritor, también es un gran paseante, y sus obras tienen ese aire circular de los paseos. Los anillos de Saturno es una obra que recomiendo fervientemente, tanto por lo que cuenta (y cuenta tantas cosas y todas ellas interesantes) como por la forma en que lo hace: relata el viaje a pie por el condado de Suffolk del autor; aunque resumir así la obra y a Sebald es quedarse corto, porque es la historia de su viaje y de mucho más. El tema inicial es Thomas Browne y cierra el libro y el viaje con Thomas Browne. Sebald afirma que nunca se sintió tan independiente como en ese viaje ni tan horrorizado al contemplar “las huellas de la destrucción que, incluso en esa apartada comarca, retrocedían a un pasado remoto”. Uno de los temas principales en Sebald es la memoria y, por ende, la propia identidad. Sin embargo, esta vez, lo que quiero resaltar en Sebald es su capacidad para hilar un tema con otro hasta volver al punto de partida, en una perfecta estructura circular, en un paseo perfecto.


Es cierto que hay muchos tipos de paseos, y el tipo de temas que evoca un paseo solitario por el campo nada tiene que ver con los paseos por la ciudad (El hombre de la multitud, de Edgar Allan Poe, es un estupendo ejemplo), o aquellos que surgen de repente y lanzan al individuo a la calle para evitar males mayores como en el cuento breve de Franz Kafka El paseo repentino.


No obstante, si hay una autora que muestra lo que significa pasear por una urbe, en concreto Londres, y la magia con la que se contempla y se vive la ciudad que se ama, es Virginia Woolf en Ruta callejera. Con la excusa de comprar un lápiz, sale a pasear una tarde de invierno y pasar así de la solitaria individualidad a la compañía de la colectividad. “Las circunstancias imponen la unidad” afirma en el texto, pero dar un paseo por Londres invita, no solo como espectador, a contemplar “las maravillas y miserias de las calles”, sino también a inventar otras vidas, otras casas, otros trabajos….


No es lo mismo pasear solo que acompañado, y la mayoría de los autores prefiere caminar en soledad como Robert Louis Stevenson, porque se es libre para actuar cómo se quiera o, como William Hazlitt, a quien le basta con la propia naturaleza. Sin embargo, tanto Le Breton, como escribe en su dedicatoria, como Philippe Delerm prefieren las caminatas en compañía; pues, muchas veces, lo importante del paseo no es el dónde ni el cómo, sino el con quién.

Foto de Jan Canty en Unsplash

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