Una estrella en el suelo. La escritura y la poesía de Miguel Torga.

Antonio Ortega

Figura emblemática e impresionante de las letras portuguesas del siglo XX, para Miguel Torga (São Martinho de Anta, Tras-os-Montes, 1907-Coimbra, 1995) la escritura es un acto de conciencia y dignidad humana, y al mismo tiempo un acto de seducción. Y a la escritura se consagrará con la tenacidad y la carnalidad que descubriera en la constancia de su admirado Miguel de Unamuno. El suyo es un coraje íntimo, un templado orgullo que, sin olvidar el rostro de lo humano se rebela frente al dolor y el desconsuelo, contra la existencia efímera y absurda. Sólo entonces es capaz de exaltar la vida, de crear una escritura que se hace así acto de presencia y de afirmación personal. Lo que le distancia de concepciones ingenuamente románticas, es la consideración del drama existencial como algo perdurable e interminable, la evidencia de que la escritura ha de enfrentarse sin descanso a esa empresa sin apelaciones. Una aceptación valiente que, sin negar lo sagrado, no busca el abrigo de lo trascendente, pues la vida misma es el bien supremo. Toda su obra tiene mucho de registro personal y existencial; y sus poemas son también una crónica fiel e imaginativa, en cercanía íntima con los elementos terrenales sobre los que levanta su canto.

Además de en sus libros estrictamente poéticos, sus poemas se integran en los dieciséis volúmenes de su Diario, publicados entre 1941 y 1993. Tal vez el primer poema que escribió en ese Diario, titulado “Santo y seña”, sea uno de los más significativos, pues en él encontramos la clave y la esencia de su solidario inconformismo:

“Dejen pasar a quien va en su calzada. / Dejen pasar / a quien va lleno de noche y de claridad. / Dejen pasar y no le digan nada”.

Aquí se juntan la luz y la penumbra, se afirma esa paradoja que se eleva y desciende constante, y que resume la gloria y la derrota de lo humano. Por eso el poeta y el escritor piden paso, que dejen libre su camino, pues sólo es alguien “Que va lleno de noche y soledad. / Que va a ser / una estrella en el suelo”. Es la pureza extrema de quien se mantiene fiel a sí mismo y a todos los hombres, de quien hace parábola de la vida. La poesía y la escritura son entonces un destino vital, por eso la unidad de su obra, la planta alzada que conforma el mapa de sus poemas, de sus diarios y de su narrativa. Una poesía en guardia, expresión de un “Orfeo rebelde” cuyas armas son la palabra y el canto:

“Canto como quien usa / los versos en legítima defensa. / Canto, sin preguntar a la Musa / si el canto es de terror o de belleza”.

Su fuerza está en el ritmo vital que rige su avance, en la forma sustantiva del poema, en su directa analogía, en la claridad de la dicción expresiva de unos versos que no desesperan, que saben descubrir la esperanza en la otra orilla, que saben “que hay una promesa / en el acto de cantar”. En los dieciséis volúmenes de su Diario y en sus poemas, están la autenticidad y la riqueza de una obra ejemplar, y con la que sus lectores podrán recorrer, casi de principio a fin, la totalidad del siglo XX. Una escritura que, como en ese poema dedicado “A San Francisco de Asís”, ejemplo brillante de su escritura, “supo, humanamente, ser del suelo, / aunque elevada en alas y en su vuelo”.

Foto de Nick Fewings en Unsplash

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