Una larga canción. Andrea Levy.

Mirella García Lucas

No obstante la coincidencia de nombre con cierta representante política española, la autora de Una larga canción, Andrea Levy, nació en Londres en 1956. Hija de padres jamaicanos, es autora de cinco novelas, sólo dos de las cuales – Pequeña isla y Una larga canción – han sido traducidas al castellano. Sus novelas, impregnadas a menudo con una fuerte carga autobiográfica, exploran las dificultades a las que se tuvieron que enfrentar los inmigrantes negros y sus hijos ya nacidos en la isla, en la Gran Bretaña de la segunda mitad del s. XX, cuando los habitantes de las hasta entonces colonias empezaron a trasladarse a la metrópolis. Destaca entre su producción Pequeña isla (Anagrama, 2006), que ganó premios tan prestigiosos como el Orange Prize for Fiction, el Whitbread Book of the Year y el Commonweath Writers’ Prize; y que fue adaptada por la BBC en una miniserie del mismo título.
En su quinta y última novela hasta la fecha, Una larga canción (El Aleph, 2011), Levy abandona por primera vez la Gran Bretaña del siglo XX para trasladarse a la tierra de sus ancestros, la Jamaica del siglo XIX. Ganadora del premio Walter Scott de novela histórica de ficción y finalista del Man Booker Prize 2010, la historia se sitúa a principios del siglo XIX en la isla caribeña, en las últimas décadas antes de la abolición de la esclavitud por parte del parlamento británico el 1838. Aunque en principio Una larga canción narra la vida de July, una esclava nacida en una plantación jamaicana de azúcar, la estructura del relato parte de un interesante juego metaficcional. En un primer prefacio datado en 1898, el supuesto editor de la obra, Thomas Kinsman, atestigua que el libro ha sido escrito por su propia madre, July, una antigua esclava a quien él mismo ha pedido que explique sus memorias, que él considera de gran interés ya que July fue testimonio directo tanto de la época de la esclavitud como del periodo de emancipación. Y July así lo hace para satisfacción de su hijo, aunque la historia que cuenta no siempre sea del agrado de su vástago:

«Lector, me dice mi hijo que este es un modo poco elegante de contar una historia».

confiesa July nada más empezar el capítulo primero. Esta manera directa de referirse al lector como si fuese un interlocutor presente en el relato es otra de las (muchas y acertadas) características de la novela, que remite así a la tradición oral de los pueblos africanos esclavizados en Jamaica; ya que July, como narradora, a menudo se referirá al lector como si este fuese una audiencia presente ante ella, cosa que dará a su relato una gran cercanía y humanidad:

“Lector, debo susurrarte una verdad. Ven, acerca el oído a esta página. Arrímate un poco más, pues debo hablarte con franqueza acerca del último capítulo que acabas de leer. ¿Me escuchas, lector? Déjame pues que te trasmita un hecho en voz queda: ese no era el modo en que solían conducirse los hombres blancos en esta isla caribeña”.

Y con este desparpajo tan característico cuenta July su historia, desde su concepción fruto de los abusos de un capataz blanco a una de las esclavas, hasta su desafortunada relación con el amo inglés de la plantación; pasando por su niñez como esclava doméstica o los terribles momentos de la rebelión bautista del 1831, cuando los esclavos jamaicanos intentaron rebelarse ante la dominación blanca, sólo para ser aplastados por las tropas británicas y represaliados sin piedad.

Pero no obstante la naturaleza aberrante de los tiempos y las situaciones que narra, otro de los principales rasgos que caracterizan esta novela es su innegable sentido del humor, el tono cómico que exudan algunas de sus escenas, como por ejemplo la cena de navidad que ofrece Caroline Mortimer, dueña de la plantación, con el objetivo de impresionar a sus vecinos más distinguidos, pero que es boicoteada sagazmente por los esclavos que la sirven, en un episodio que recuerda más a una ópera bufa que a una novela histórica al uso. Consigue así Andrea Levy denunciar la esclavitud a través de los mecanismos del humor y de la reducción al absurdo, y también de la inmensa alegría de vivir de sus protagonistas.
Porque, aunque apaleados, violados y masacrados, los esclavos de Una larga canción nunca son víctimas sometidas, sino que conservan en todo momento su dignidad y su resiliencia, contrastando así con sus amos blancos, patéticos y moralmente estúpidos, dependientes y engañados por los esclavos a los que creen poseer.

Por muy terribles que sean los momentos que atraviesa a lo largo de la novela, July nunca perderá su indomable optimismo, un optimismo que acaba contagiándose al lector. July es una superviviente, una luchadora nata que acabará superando, con gran determinación, todos los escollos de su vida de esclava. Y es que Una larga canción es una magnífica historia de superación, el testimonio del paso desde una situación degradante hasta la conquista de la dignidad humana, por parte de una comunidad, la de los esclavos de raza negra, que fueron arrancados de sus hogares africanos para ser explotados laboralmente en las grandes plantaciones americanas. Una historia con un aparente final feliz, la libertad largamente ansiada, y que se simboliza en el personaje de July. Pero, como nosotros mismos leemos a lo largo de Una larga canción y el propio hijo de July nos recuerda en el epílogo de la novela, este final feliz ha tenido un coste enorme, y ha dejado por el camino dolor, crueldad, resentimiento, muerte, heridas e incluso historias inconclusas que aún quedan por resolver y que, desgraciadamente, quizá no se resuelvan jamás.

Imagen de portada: Annie Spratt

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