La autora de No logo hace un exhaustivo recorrido por diferentes países que durante la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI han implantado medidas económicas radicales de corte “liberal”. Klein demuestra cómo los gobiernos de estos países se han valido de catástrofes naturales, guerras, crisis económicas y golpes de estado como excusa perfecta para establecer una por una estas medidas. Aprovechando la situación de caos y la incapacidad para reaccionar de la ciudadanía, se han adoptado reformas económicas que, en circunstancias normales, hubieran provocado un importante rechazo social. En todos estos casos, la clave del éxito a la hora de aplicar soluciones tan extremas residió en hacerlo súbitamente, en muy poco tiempo, como si se tratara de aplicar una terapia de electroshock a un enfermo.
Este programa económico nace de las teorías del libre mercado expuestas por Milton Friedman en los cincuenta y seguidas por la Escuela de Chicago. Radicalmente opuesto al pensamiento keynesiano, consiste en apartar al Estado todo lo posible de la actividad económica de un país. Entendiendo la Economía como una ley natural, lo mejor es dejarla evolucionar y desarrollarse por sí sola, desregularizando, privatizando todos los activos públicos, levantando el control sobre los precios, incluso los de los productos básicos, y bajando los impuestos. Reduciendo, en definitiva, el gasto público a su mínima expresión.
Desde su puesta en práctica por primera vez en Chile, en 1973, tras el golpe de estado de Pinochet, el programa del capitalismo del desastre se fue aplicando punto por punto en otros casos posteriores: la Argentina de Videla, la crisis de Polonia en 1990, el fin del Apartheid y la transición política en Sudáfrica, la caída del comunismo en Rusia, el desastre del Katrina en Nueva Orleans, la Guerra de Irak. Parece demasiada casualidad, pues, que la reforma liberal haya venido precedida siempre de algún tipo de desastre. La pregunta que cabría hacerse es si en el fondo no interesa que se produzcan estos desastres.
«Esperar a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados, mientras los ciudadanos aún se recuperaban del trauma, para rápidamente lograr que las «reformas» fueran permanentes.»
Naomi Klein. La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre. Barcelona: Paidós, 2007.
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