PRODUCIR POR PRODUCIR: UN BUCLE PELIGROSO

Este año 2019 se vislumbra como el año de las acciones para frenar el despilfarro de alimentos y el uso de plásticos. Y es que ambas causas están muy unidas. Los gobiernos y las entidades internacionales no paran de publicar cifras, campañas y políticas para salir de la encrucijada en la que nos encontramos: el bucle de la producción descontrolada.
 
En 2017, según datos de MAPAMA (Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente), se tiraron a la basura en España unos 1.229 millones de kg (o l) de alimentos y bebidas, de los cuales 1.075 millones fueron productos sin utilizar y 154 millones eran alimentos cocinados. Se calcula que entorno al 20% de la cosecha no llega a recolectarse, y otro 20% se queda en los almacenes. Casi la mitad de la producción mundial ni siquiera llega a ser consumida por diferentes causas socioeconómicas, y no de capacidad técnico-productiva. Según un estudio de la FAO, el 28% por ciento de la superficie agrícola del mundo- se usa anualmente para producir alimentos que se pierden o desperdician.
 
Las cifras son claras: el problema del hambre en el mundo y la falta de acceso a alimentos suficientes no es una cuestión de volumen de producción sino del sistema de distribución, los intereses que influyen en el mercado internacional y que están provocando que cada vez haya menos productores y más empresas que controlan toda la cadena, desde la producción hasta la comercialización, y que marcan las pautas sobre tipo y volumen de producción, precio de venta y accesibilidad a los alimentos.
 
El desperdicio de alimentos no solo plantea cuestiones éticas, económicas, sociales y nutricionales, sino que tiene también consecuencias sanitarias y ambientales. El mayor porcentaje  de los restos plásticos encontrados en el mar y las costas proviene  del sistema agroalimentario: bandejas de corchopan para viveros, pescado y marisco, plásticos film para envolver platos precocinados, envases y cubertería de usar y tirar, bolsas…Se estima que cada minuto se compran un millón de botellas de plástico en todo el mundo, y la cifra se disparará otro 20% para 2021 (Conservancy, 2016).
 
 
Estamos inmersos en una espiral de producir por producir, en una economía de escala que premia la mayor cantidad con el mejor precio, sin sentido, sin lógica…o quizás una lógica meramente empresarial que no atiende a razones ecológicas (de regeneración de los recursos naturales, de reciclaje de los residuos) ni sociales (de acceso a alimentos de calidad, de generación de empleos dignos y estables, del poder de decisión sobre qué y cómo producir).
 
Las alternativas pasan por darle la vuelta a este sistema “patas arriba” y empezar a pensar, primero, en qué y cuántos alimentos son necesarios producir, dónde, cómo y para quién. Relocalizar, en la medida de lo posible, las relaciones de intercambio y el consumo. Relocalizar también la toma de decisiones. Una mayor cercanía de la producción evitaría el uso excesivo  de energía y la generación de tantos residuos, disminuyendo el transporte, almacenamiento y los intermediarios, y por ende, el envasado. Ayudaría también a entender  qué es lo que los y las productoras cercanos pueden ofrecer (en función del contexto socioambiental en el que se encuentran), y a cuidar los recursos naturales locales de los que dependeríamos, como siempre se ha hecho, para que no se agoten nunca.
 
El problema del despilfarro deja entrever que otro sistema agroalimentario es necesario, y que ya hay concepciones como la Agroecología y la Soberanía Alimentaria que apuestan por estos cambios y generan herramientaspara poder llevarlos a cabo, esperando que cada vez seamos más personas las que queramos utilizarlas.
 
Sara Velázquez
Coordinadora del Área de Desarrollo Rural y Agroecología de la Asociación GeoAlternativa
Directora del curso de Agroecología y Soberanía Alimentaria de la Fundación UNED
 
Foto de Alejandro Barba Unsplash

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