Alexandra Veintimilla C.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2019), alrededor de 48 millones de personas en el mundo han sido diagnosticadas con infertilidad. Esto quiere decir que, después de haber pasado 12 meses (cuando la mujer tenga menos de 35 años de edad), o 6 meses (después de los 36 años), de mantener relaciones sexuales sin protección, no han logrado concebir. De estas, se establece que el 60% presentan síntomas de ansiedad y/o depresión.
Las dificultades para concebir se perciben como un distrés poco convencional, ya que tenemos la idea de que vamos a ser madres y padres de forma “tradicional”. Sin embargo, la realidad de un diagnóstico de infertilidad nos saca de nuestra “zona conocida” y nos enfrenta a una serie de cambios, a un nuevo lenguaje ginecológico difícil de entender, a la necesidad de tomar decisiones bajo la presión del tiempo que juega en nuestra contra, a tratamientos invasivos que normalmente son hormonales e influyen también en nuestro equilibrio emocional, dando lugar a más altibajos, incomodidad y una serie de incertidumbres que chocan directamente con nuestra percepción personal.
Todo esto, sumado a los muchos “duelos invisibles” frente a las diferentes pérdidas que se van enfrentando, pueden hacer que la infertilidad sea experimentada como una condición crónica que afecta todos los aspectos de nuestra vida. Casi, podríamos decir, que la vida se pausa tras esta noticia y no podemos volver a retomarla hasta tener un resultado positivo en aquel, ahora temido, test de embarazo.
Además, al ser un tema poco comentado, sentimos que nos enfrentamos a esto solos. Muchas parejas piensan que debieron haber hecho algo mal o que esperaron demasiado para tener hijos. Nos sobreviene la culpa por haber priorizado los estudios, la carrera profesional, la consolidación de la relación de pareja, en espera de ese momento perfecto en el que nos sentimos listos para ser padres. Ahora sabemos que ese momento perfecto no existe.
Los estudios indican que frente a un diagnóstico de infertilidad las parejas suelen experimentar toda una serie de sentimientos encontrados que, en algunos casos, degenera en cuadros ansiosos o depresivos que entorpecen aún más esa búsqueda de respuestas y solución a la infertilidad. Los síntomas de ansiedad o depresión suelen presentarse en la mayoría de parejas antes, durante o incluso después de decidir recurrir a alguna técnica de reproducción asistida.
Cada persona y cada pareja cuentan con herramientas particulares que han ido construyendo a lo largo de su vida y de la relación, éstas se pondrán a prueba frente a situaciones de crisis o emocionalmente exigentes, para desplegar mecanismos adaptativos de afrontamiento y que la pareja se una en equipo para enfrentar la situación juntos. Sin embargo, también puede que la presencia de crisis vitales ponga de manifiesto problemáticas aún no gestionadas de cada individuo y también dentro de su dinámica relacional. En estos casos es aún más probable que aparezcan síntomas de malestar significativo que afecten el equilibrio emocional y ahonden la distancia que puede irse formando en la pareja, minando sus recursos y desgastando la relación.
Uno de los principales motivos que influyen en este aspecto es la falta de apoyo social o familiar que puede recibir la pareja. Es importante y necesario construir espacios de comunicación que cumplan la función catártica de descargarnos y permitirnos sentirnos acogidos y apoyados. Compartir nos permite experimentar el dolor y las emociones como parte de nuestra condición de seres humanos, es esperable y natural que “sintamos”. Entender que este proceso no es individual, que el dolor también puede ser compartido y que es más manejable llevarlo con la certeza de que podemos ser vulnerables frente al otro y de que nos encontramos en el mismo lugar.
La construcción de estos caminos puede ser guiada a través del acompañamiento terapéutico a fin de disminuir el nivel de nerviosismo y malestar, trabajar sobre los pensamientos disfuncionales (transformándolos en pensamientos productivos) y poner en marcha proyectos vitales que nos permitan sentirnos realizados. Reconectar con otros aspectos positivos de nuestra vida, revalorizando nuestro propio esfuerzo y valentía y los apoyos y herramientas con los que sí contamos, para adueñarnos de ellos, adquirir otros nuevos y aprender a ponerlos en práctica de manera más eficiente, de tal forma que la infertilidad no se vuelva un “proceso que sufrimos”, sino una etapa de nuestra vida que podemos enfrentar y de la cual salgamos fortalecidos.
MEd. Alexandra Veintimilla C. – Psicóloga Clínica
Especialista en Psicología de la Infertilidad y Terapia de Pareja
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@alexandra.veintimilla.psic