El «culpable» es el pluralismo, no la polarización

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17/09/2018 – Antón R. Castromil  (UCM)

Las elecciones generales de diciembre de 2015 alumbraron la legislatura más corta desde la reinstauración de la democracia en España. Un suspiro o, según se mire, una tos carrasposa y seca. La dificultad para formar gobierno terminó agotando los plazos establecidos y, en junio de 2016, se convocó de nuevo a los ciudadanos para que fueran ellos los que metiesen un caramelo mentolado en la boca del enfermo. Se lo guardaron en el bolsillo.

La XII legislatura –en la que nos encontramos ahora mismo– no hizo más que confirmar el cambio que se había producido en 2015. Esto es, un realineamiento del sistema de partidos que hacía saltar por los aires el sistema de “bipartidismo imperfecto” alumbrado tras la llegada del PSOE al poder en 1982.

Esta entrada –que inaugura la “temporada” 2018/2019 del blog del GESP– plantea dos cuestiones al respecto. Por un lado, queremos ensayar la denominación que podríamos darle al nuevo sistema de partidos español. Por otro, se pretenden estudiar sus principales dinámicas relacionales. Sus intríngulis del día a día.

En realidad, se trata de dos cuestiones muy relacionadas. O, usando la terminología de Sartori (2005), se trataría de ver si nos encontramos más cerca del pluralismo polarizado o de su variante más moderada. Tiquitaca, como dirían los más futboleros.

Pero, para ofrecer una hipótesis de por dónde podrían ir los tiros, conviene remontarnos al sistema de partidos que el viento se llevó: El bipartidismo “imperfecto”. Sólo después estaremos en condiciones de dar un paso hacia adelante en materia de polarización. Arrancamos.

El bipartidismo “imperfecto”

El período 1982-2015 estuvo dominado por un tenue bipartidismo entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ocupando el centro-izquierda, y el Partido Popular (antes Alianza Popular), en el centro-derecha. Estas dos formaciones se repartieron el poder de manera exclusiva.

Pero exclusividad en el acceso al poder no implicó siempre gobiernos de mayoría absoluta estilo Westminster. Ahí nos diferenciábamos de aquellos otros sistemas con fórmula mayoritaria, mucho más restrictivos en la entrada de terceras formaciones en el Parlamento (Lijphart, 1994).

En España terceras formaciones, como las meigas de mi tierra, “haberlas haylas”. Lo que sucedió fue que, en ocasiones, su concurso se antojó residual y, en otras, imprescindible.

En 1982, 1986 y 1989 el PSOE de Felipe González tuvo las manos libres para gobernar sin casi interferencias del Parlamento. En 2000 y 2011 fueron los conservadores José María Aznar y Mariano Rajoy los que disfrutaron de las mieles del gobierno sin interferencias.

Pero, como decimos, han existido momentos en los que, como buen sistema electoral proporcional, la victoria en las urnas no implicó una mayoría parlamentaria clara: 1993 (PSOE), 1996 (PP), 2004 (PSOE) y 2008 (PSOE).

Es decir, el apellido “imperfecto” de este tipo de bipartidismo se lo colocamos por la vía de la existencia de terceras formaciones. Unos partiditos (nacionalistas vascos y catalanes, sobre todo, pero también, otros como IU, UPyD o UCD) que, según la aritmética parlamentaria, llegaron a tener una importancia crucial. Sobre todo, a la hora de investir al Presidente y de aprobar la ley más importante del año, los Presupuestos Generales del Estado.

El agotamiento del bipartidismo

Los síntomas del cambio se percibieron mucho antes de 2015. Podemos entender el 15-M (2011), por ejemplo, como un claro tirón de orejas. Como un anticipo al tambaleo del sistema de partidos que llegaría después.

Al fin y al cabo, aquellos eslóganes de “que no, que no nos representan”, “PPSOE” o “PSOE, PP; la misma mierda es” apuntaban siempre hacia la misma diana. La posición de privilegio que los dos grandes partidos habían ocupado desde el fin de la transición a la democracia.

El surgimiento de Podemos (2014) y la consolidación de Ciudadanos como opción política de implantación nacional (tras su nacimiento en Catalunya en 2006) pueden ser considerados, también, como la parte institucional de este descontento ciudadano.

No cabe duda que el paso del tiempo nos da ventaja. O ventajismo, quien sabe. Los indicios que acabamos de señalar se nos antojan claves para entender lo sucedido tras las elecciones de 2015. El bipartidismo se viene abajo y una nueva forma parlamentaria asoma la cabeza.

Sus primeros pasos decepcionaron a muchos. Había que votar de nuevo. Otros pensaron que se volvería al statu quo previo. Que todo había sido un mal sueño. Pero naranjas de la China. 2016 confirmaba que, de momento, no parecía haber marcha atrás. Que el nuevo sistema exigía una relación más intensa entre partidos. Y muchos no estaban preparados.

El PSOE representa, como ninguna otra formación, esta tensión entre los que seguían anclados en los viejos esquemas del bipartidismo y aquellos otros que trataban, a su manera, de adaptarse al cambio. Con estas claves se entiende el “acuchillamiento” de Pedro Sánchez (octubre 2016) y la forzosa abstención de buena parte del Grupo Parlamentario del PSOE para facilitar la investidura de Mariano Rajoy.

Con esta oscura maniobra echaba a andar la legislatura. Vaya panorama. Pero, cosas del destino, Sánchez volvería a tomar las riendas del PSOE en mayo de 2017 y terminaría convirtiéndose sólo unos días después en ¡presidente del Gobierno!. Intenten explicárselo a un marciano.

Moraleja de los tiempos que corren: si el “todo es posible” suele aplicarse con bastante exactitud al mundo de la política, ahora parece necesario parafrasear el eslogan de una conocida marca de zapatillas deportivas: “Impossible is nothing”.

Pluralismo sí, pero moderado

Si resulta complicado entender movimientos como los que acabamos de mencionar, más difícil todavía se nos presenta la labor de poner orden en las nuevas dinámicas del sistema de partidos. Pero, como el trapecista que intenta un imposible doble tirabuzón y medio, nosotros vamos a intentarlo. Esperemos que el suelo no sea de granito.

Para muchos analistas la ingobernabilidad de 2015 y los tejemanejes de 2016 se traducen en un nuevo sistema de partidos muy polarizado. Nosotros pensamos justamente lo contrario. Si algo tenemos ante las narices es moderación.

El principal indicio que nos lleva a pensar tal cosa tiene que ver con nuestro convencimiento de la disponibilidad del centro político. En tiempos pretéritos este goloso lugar se encontraba monopolizado por el PSOE (centro-izquierda) y el PP (centro-derecha). De modo que las terceras formaciones o se escoraban hacia posiciones ideológicas más marcadas o cambiaban el cleavage de competición, casi siempre hacia el nacionalismo.

El argumento, básico para entender a Sartori (2005), suele malinterpretarse. Los sistemas de partidos en los que el centro está ocupado tienden a desincentivar las dinámicas moderadas de terceros partidos. Es decir, los que en el centro se encuentran defienden su territorio a codazos.

Sin embargo, aquellos otros sistemas en los que el centro NO se encuentra ocupado o, cuanto menos, está siendo objeto de disputa, presentan una dinámica centrípeta. ¿O acaso Podemos y Ciudadanos no aspiran a sustituir a PSOE y PP en sus respectivas posiciones de privilegio?

La posibilidad de sorpasso de la que tanto se habló en 2016 expresa muy bien lo que queremos dar a entender. El partido de Pablo Iglesias no pretende quedarse –como tiempo atrás Izquierda Unida– en una clara posición de izquierdas, sino que su objetivo no es otro que el caladero de votos de centro o, cuanto menos, de centro-izquierda, antes patrimonio exclusivo del PSOE.

Por lo tanto, si entendemos la polarización como la distancia entre los partidos más extremos en el eje ideológico izquierda-derecha, podemos concluir que el nuevo sistema de partidos español tiende a la lucha en torno al centro. A que los partidos replieguen velas en dirección a la equidistancia. A luchar por el centro.

Disponemos, desde 2015, de cuatro partidos importantes donde antes había dos, cierto. El pluralismo ha aumentado. Pero estas formaciones, con sus lógicas diferencias, no se dispersan en el eje ideológico, sino que tienden a concentrarse. A apiñarse.

Esta nueva dinámica en torno al centro –y no la polarización como muchos piensan– es la que dificulta la formación de gobiernos y la estabilidad de las legislaturas. Si hay colapso en España, éste se relaciona más por las dinámicas en torno al centro que por la polarización del sistema de partidos.

Al fin y al cabo, resulta mucho más difícil llegar a acuerdos cuando los partidos se pelean por la misma clientela. En un sistema de pluralismo polarizado, en cambio, los gobiernos pivotan en torno a grandes coaliciones de partidos intra bloques ideológicos que no compiten demasiado entre ellos. Respetan sus espacios.

Pero no es el caso. Aquí lo que prima es la lucha por el centro y la desconfianza mutua basada en la comunión de intereses y electorados. La moderación en un sistema más plural es lo que atasca el sistema, no la polarización.

De ahí las cuchilladas y malabarismos que han tenido que hacerse para formar el primero de los gobiernos de esta legislatura (PP) y el descomunal incentivo externo necesario (corrupción del partido en el gobierno) para que la moción de censura del PSOE llegara a buen puerto.

¿Lograrán los partidos acostumbrarse a esta nueva dinámica de lucha por el centro? ¿Encontrarán fórmulas para regular el acceso ordenado al poder? Lo que queda claro es que la pelota está en su tejado. Las elecciones de 2016 así lo indicaron: los ciudadanos, de momento, prefieren que sea la clase política la que desatasque la situación. Veremos hasta dónde llega su paciencia. Las próximas elecciones están a la vuelta de la esquina.

Referencias

– Lijphart, A. (1995): Sistemas electorales y sistemas de partidos. Madrid. Centro de Estudios Constitucionales.

– Sartori, G. (2005. V.O 1976): Partidos y sistemas de partidos. Madrid. Alianza.

NOTA: Imagen de portada de geralt libre de derechos

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1 comentario

  1. Interesante análisis. La verdad es que sí parece que los nuevos partidos luchan por sustituir a los antiguos. No obstante, creo que este pseudopluralismo es bueno para la representación ciudadana. Aunque sean formaciones políticas muy afines, tienen pequeñas diferencias que se traducen en una necesidad de pactos para poder gobernar.

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