¿Para qué la sociopraxis? ¿para quién investigamos?

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22/03/2024 – Antonio Álvarez-Benavides (UNED)

Hace 20 años, Emilio Lamo de Espinosa, uno de los sociólogos españoles más relevantes de los últimos 50 años, se preguntaba para qué las ciencias sociales y para quién escribimos los sociólogos. En un texto breve y directo, distinguiendo el conocimiento científico (ciencia) del conocimiento social (etnociencia), reflexionaba sobre la ontología de las ciencias sociales y sobre alguna de las cuestiones que hace que la producción de conocimiento en estas disciplinas científicas sea compleja y, en cierto sentido, paradójica.

La complejidad de las ciencias sociales reside en que la realidad social está en continua transformación -cambios que se producen cada vez más rápido-, pero sobre todo en que el propio acto de investigar transforma la realidad que se está estudiando. Nuestro objeto de investigación somos nosotros mismos, pues somos inevitablemente parte de lo social. Por mucho que queramos, por mucho que lo intentemos, solo podemos tomar distancia, pero nunca despojarnos del todo de aquello que investigamos. He ahí la paradoja. Somos científicos y, al mismo tiempo, actores sociales, y en nuestra práctica, aunque no queramos, influimos en la realidad en la que intervenimos. Esa realidad, conformada por otros sujetos, también está compuesta por los resultados de nuestras investigaciones, que no solo reflejan lo que vemos a través del método científico, sino lo que otros ven e interpretan del conocimiento que nosotros mismos vertimos a lo social con nuestras investigaciones. Lamo lo resume muy bien en las siguientes frases: Los virus no leen libros de biología; los humanos sí, y también de ciencia social. Y, de hecho, cada vez más.

Pero aun así investigamos, producimos conocimiento científico, resultados validables que se obtienen a través de metodologías de investigación que tienen en cuenta las peculiaridades de las epistemologías de las ciencias sociales. De hecho, esta consciencia de la ontología de las ciencias sociales y de su forma peculiar de acceder al conocimiento hizo posible el surgimiento de nuevas metodologías y técnicas de investigación. Del mismo modo que la física abrazó la mecánica cuántica, las ciencias sociales abrazaron las metodologías cualitativas como una forma de acceder a las generalidades a través de las particularidades. Y aún más, esta lógica circular e imbricada que llevó a entender que somos parte de lo que investigamos y que lo que investigamos es parte de lo que somos, sirvió para promover un conocimiento científicamente válido y socialmente relevante a partir de esta relación compleja y paradójica.

Es ahí donde surge la sociopraxis y las metodologías participativas de investigación e intervención, que toman la contingencia y la complejidad como paradigmas de partida y la cocreación de conocimiento como fin y método. Como el conocimiento, también el científico, siempre es parcial y situado, y como la realidad se transforma y la transformamos por el simple hecho de investigar, podemos desde esta autoconsciencia pasar de la involuntariedad a la acción transformadora e intervenir en la realidad social a través de procesos colaborativos.

La producción participativa de conocimiento y la investigación-acción-transformación grupal tiene precedentes muy lejanos en el tiempo. Han pasado casi cien años desde que Kurt Lewin empezara a experimentar la «research action». Desde entonces su desarrollo se ha producido desde distintas disciplinas, en distintos contextos y con objetivos muy variados, pero el paradigma que impulsa este método es siempre el mismo: los sujetos de estudio dejan de ser objetos, es decir, no se objetivaban, para establecer una relación sujeto-sujeto durante todo el proceso de investigación e intervención. La diversidad de tipos de conocimientos, aprendizajes, experiencias y epistemologías no se jerarquizan y se sitúan en compartimentos estancos precintados con el velo aséptico de la imparcialidad, sino que se complementan, imbrican y democratizan. De la misma manera que siempre hay diversas formas de afrontar un problema, por ejemplo, matemático, distintas alternativas, fórmulas, estrategias y cálculos posibles, sucede lo mismo con la investigación y la intervención social desde la sociopraxis.

Dentro de todos los desarrollos de la sociopraxis y las metodologías participativas cabe destacar el impulso que estos paradigmas y metodologías de investigación tuvieron en Latinoamérica, donde además se articularon como una práctica liberadora. La educación popular y la pedagogía crítica, que surgen en Brasil hace ya casi sesenta años, representada por su más reconocido exponente, Paulo Freire, señala y desarrolla una forma de acceder, entender y trabajar con la realidad social en la que los destinatarios son también protagonistas y en la que los educadores aprenden enseñando. El fin último es la transformación de una realidad injusta, el desarrollo personal y comunitario, no en el sentido capitalista y liberal, sino en la experiencia de los oprimidos. En definitiva, aprender a ser libres siendo libres. Desde algo aparentemente tan sencillo, que se justificaba en adaptar a la realidad de aquel tiempo lo que en cierta manera se venía haciendo desde siempre, surgió toda una revolución epistemológica y metodológica que afectó a disciplinas aparentemente tan alejadas como la arquitectura y la psicología, la ingeniería agraria e hidráulica y la medicina, incluso a la religión. La pedagogía de la liberación mostró que la producción de conocimiento compartido tiene un componente reparativo, pero a través de una acción que es eminentemente crítica y con pretensión transformadora.

Las técnicas comprendidas dentro de las metodologías participativas son muy variadas y se adaptan tanto a los sujetos como a los contextos de la investigación: desde el sociograma y el flujograma, al teatro foro, los juegos de rol o los multilemas, por citar solo algunas. Todo ello sin renunciar a otras metodologías, que se combinan y que multiplican la capacidad de acceder a los fenómenos sociales y darles una respuesta colectiva, participada. Los procesos siempre son codirigidos a través de grupos motores, compuestos por los investigadores, que actúan como facilitadores, y los sujetos de la investigación y/o la intervención. Los diagnósticos se devuelven, se contrastan con aquellos y aquellas que han participado en el proceso de cocreación de conocimiento, también se participan, para contestarlos, matizarlos y ajustarlos, para hacerlos, en definitiva, más precisos, más realista, más situados. Y el recorrido trazado siempre adquiere una estructura circular, cíclica, no lineal, con momentos más cerrados y otros más abiertos, en el que los sujetos de la investigación son siempre protagonista, y en el que los y las investigadores/as-facilitadores/as, acaban diluyéndose y desapareciendo.

Y para acabar, volvamos de nuevo a la pregunta que se hacía Lamo de Espinosa: ¿para qué las ciencias sociales?, ¿para quién escribimos los científicos sociales?, ¿por qué, para qué y para quién investigamos? Pues para conocer la realidad social, pero también transformarla, para conocer los problemas sociales, pero al mismo tiempo para solucionarlos, para entender las causas de la desigualdad, pero de igual forma para erradicarla y prevenirla. Las epistemologías, las metodologías de investigación, los modelos y los modos de intervención determinan, queramos o no, la realidad. Son un reflejo de un pasado, de una tradición, se perpetúan en el presente, pero además edifican los cimientos sobre los que se levanta el futuro. Es por eso que la sociopraxis asume como axioma que la dimensión colectiva de los problemas es sin ninguna duda el origen de las soluciones, y que el conocimiento y la transformación social surge de esa relación compleja y fecunda de lo individual y lo colectivo, de la compresión y aprehensión de las desigualdades desde lo político y desde el conocimiento científico, desde lo micro y lo macro, desde lo local y lo cotidiano, desde lo global y lo institucional.

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