17/02/2025 – Juan Roch (GESP UNED) y Alvaro Oleart (Université Libre de Bruxelles)
La reciente reelección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha introducido cambios significativos en la dinámica del conflicto israelí-palestino. Trump ha propuesto que Estados Unidos tome el control de la Franja de Gaza, con la intención de transformar el área en un resort internacional, lo que implicaría el desplazamiento forzoso de casi dos millones de palestinos a países como Jordania y Egipto. Esta iniciativa ha sido ampliamente condenada por la comunidad internacional, incluyendo a la ONU, que la ha calificado de «limpieza étnica». Mientras tanto, en Cisjordania, la violencia por parte de colonos judíos contra comunidades palestinas ha escalado, exacerbando aún más las tensiones en la región. En este contexto, surge la pregunta sobre el papel de la Unión Europea (UE) y sus principales Estados miembros ante esta agresión continuada contra territorio palestino. Lo cierto es que el rol de la UE ha sido marginal en este último episodio, y su posición en el desarrollo de la guerra ha estado marcada por vaivenes y contradicciones internas. Para comprender plenamente el posicionamiento y el rol de la UE en este conflicto, y frente a la masacre perpetrada por Israel, es esencial mirar más allá de las noticias de última hora y analizar su precaria situación en los nuevos reequilibrios globales.
Ursula von der Leyen prometió en 2019 una Comisión Europea “geopolítica”. No decepcionó. Más allá del impacto de la pandemia del Covid-19, la última legislatura europea ha estado —y sigue estando— marcada en el ámbito de la política internacional por dos crisis agudas: la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 y la ofensiva militar de Israel a gran escala sobre Palestina tras los atentados perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023. Aunque no se trata de conflictos totalmente simétricos y tienen sus propias particularidades políticas e históricas, existen fuertes similitudes entre ellos: un país militarmente poderoso (Rusia e Israel) ataca a una nación vecina (Ucrania y Palestina) con la que mantiene relaciones históricamente desiguales (que incluso pueden llegar a concebirse como coloniales). Sin embargo, a pesar de esas similitudes, la respuesta en términos de política exterior de la UE ha sido muy diferente. Mientras que la respuesta de la UE a la agresión rusa estuvo motivada en gran medida por la defensa de los derechos humanos, la democracia y el antiautoritarismo, la agresión israelí contra Palestina ha sido justificada —y continúa siéndolo— bajo el pretexto del “derecho de Israel a defenderse”, como hemos desarrollado en detalle en un estudio académico publicado recientemente.
La respuesta asimétrica a ambos conflictos pone de manifiesto las contradicciones de una UE cuya política exterior sigue marcada por la lógica del ‘jardín y la jungla’, una metáfora racista utilizada por Josep Borrell, alto representante para Política Exterior de la Unión Europea entre 2019 y 2024. Ucrania forma parte del ‘jardín’: una comunidad mayoritariamente blanca y cristiana con un Estado cercano a la OTAN y la UE; pertenece a la “familia europea”, según las propias palabras de von der Leyen. Apoyada en esta idea, la UE brindó apoyo político, asistencia financiera e incluso ayudó a desarrollar las capacidades de defensa de Ucrania. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, fue invitado varias veces al Parlamento Europeo y los líderes de la UE (incluidos von der Leyen y Borrell), así como muchos líderes políticos de los Estados miembros, visitaron Ucrania varias veces como gesto de apoyo a la lucha del país contra el gobierno ruso. Además, la UE no sólo apoyó la acogida de millones de refugiados ucranianos, sino que impuso duras sanciones contra el gobierno ruso, así como contra empresas rusas e individuos relacionados con el presidente Vladimir Putin. Este último ha sido señalado como responsable de «crímenes de guerra», debido a ataques contra hospitales y otras infraestructuras civiles. De hecho, en marzo de 2023, el Tribunal Penal Internacional (TPI) emitió una orden de arresto contra el presidente ruso por crímenes de guerra.
El TPI también emitió una solicitud de orden de arresto por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el 21 de noviembre de 2024. Sin embargo, en este caso, la UE se ha situado del lado de Israel. Solo los dirigentes israelíes han sido invitados a hablar en el Parlamento Europeo, y von der Leyen, junto con la presidenta del Parlamento, Roberta Metsola, incluso visitaron Israel y celebraron una conferencia de prensa conjunta con el presidente israelí, Isaac Herzog, el 13 de octubre de 2023. A pesar de las decenas de miles de palestinos muertos a causa de los ataques israelíes en Gaza (y también en Cisjordania y Líbano, donde los colonos siguen expandiéndose), apenas ha habido cambios en la política exterior europea hacia Israel. En marzo de 2024, casi 200 organizaciones de la sociedad civil pidieron la suspensión del Acuerdo de Asociación UE-Israel, ya que los derechos humanos y los principios democráticos son un componente esencial del acuerdo. A pesar de estas peticiones, la UE sigue manteniendo intacto este acuerdo. Además, si bien en el relato de Ucrania hay una perspectiva histórica amplia en torno al imperialismo soviético, en el caso de Palestina la cronología se inicia el 7 de octubre de 2023. Es como si nada hubiera ocurrido antes de los ataques de Hamás. De hecho, hay una negación constante de Palestina como comunidad política (a menudo se habla únicamente de ‘Gaza’, como si no formara parte de una nación más amplia). El análisis empírico sistemático que llevamos a cabo en nuestro artículo “The Colonial Imaginary of ‘Europe’ in the EU’s Asymmetrical Response to the Russian and Israeli Aggressions […]”, revela estos patrones en toda su crudeza. Términos como la “Nakba”, el “genocidio”, la “ocupación”, el “colonialismo” o el “apartheid” no figuran en el relato de la UE. En línea con esto, los muertos palestinos aparecen como la consecuencia de una “tragedia”, un desastre natural sin aparentes causas humanas.
Siendo este el relato general que domina en la UE, durante los últimos años ha habido ciertos contrapesos institucionales a nivel europeo. Josep Borrell – a pesar de la desafortunada metáfora señalada más arriba – ha rechazado la postura de von der Leyen, a quien criticó públicamente en EL PAÍS en febrero de 2024. Borrell argumentó que “el viaje de von der Leyen, con una posición tan completamente proisraelí, sin representar a nadie más que a ella misma en un asunto de política internacional, ha tenido un alto coste geopolítico para Europa”. El alto ejecutivo de la UE denuncia la doble moral de la política exterior europea, la cual se opone a la violación de derechos humanos en algunos lugares y los justifica en otros. La política exterior europea tiene que ser acordada por todos los Estados miembros – España, Bélgica e Irlanda son los que más se han posicionado del lado de Borrell -, pero la Comisión Europea juega un rol clave a la hora de coordinar y buscar consensos.
En diciembre de 2024, la estonia Kaja Kallas reemplazó a Borrell en la segunda Comisión von der Leyen, que viró claramente hacia la derecha. Kallas se ha perfilado como una fuerte defensora de Ucrania en su resistencia contra Rusia, pero no ha tenido la misma actitud hacia Palestina. Esta Comisión derechizada mira perpleja como Donald Trump amenaza con llevar la masacre perpetrada por el Estado de Israel sobre Palestina a un punto de no retorno. Víctima de sus contradicciones internas, y la subordinación ante lógicas globales que no puede o sabe leer—especialmente su relación de dependencia con Estados Unidos—, la UE aparece paralizada ante la opinión pública mundial. En este escenario de alto al fuego en constante peligro, la UE probablemente alegará que los derechos humanos y la democracia se abren paso frente a las bombas y los miles de civiles muertos. Lo cierto, más allá de estas proclamas, es que el argumento de los derechos humanos cada vez funciona peor de tanto usarlo con una discrecionalidad racista y maneras poco consecuentes. Esto deja campo abierto a aquellos que no creen realmente en los derechos humanos y la democracia, sino que hacen uso de estos términos para continuar la masacre ante el desconcierto general.
Es ilustrativo que fue Sudáfrica, y no la UE ni ningún país “europeo”, la que llevó a Israel ante la Corte Internacional de Justicia con el argumento de estar cometiendo un genocidio contra Palestina. Una política exterior europea democrática debe hacer frente adecuadamente a su propio pasado y presente colonial, y dejar atrás la lógica del ‘jardín y la jungla’, la hipocresía y las dobles varas de medir. La defensa de los derechos humanos no se puede limitar a ciertas comunidades. De ser así, la UE continuará socavando la ya maltrecha ley internacional, y manteniendo la jerarquía existente entre el Norte y el Sur global.