Ante la arrolladora homogeneización a la que estamos abocados, ante la inquisitiva insistencia de los poderes públicos por convertirnos en un solo cuerpo, en una masa uniforme con el temible pensamiento único, es el momento ideal para retirarnos a nuestro particular Walden.
Los gobiernos utilizan el vehículo de la globalización como pretexto para inocularnos el virus de la despersonalización. Una vez infectados caemos en una suerte de sopor volitivo, y vamos cediendo terreno a las opiniones generalizadas, a las ideas prefabricadas, a los usos comunes. Es ahí donde entra la figura de Henry David Thoreau, el gran filósofo y pensador norteamericano, que dedicó su obra a reivindicar la individualidad, la vida con principios, la observación profunda de la naturaleza. Thoreau formó parte de los llamados trascendentalistas, entre los que se encontraba Ralph Waldo Emerson o Nathaniel Hawthorne, entre otros. Fue en Concord, Massachusets donde nació este movimiento, una generación que se planteó como ninguna otra la necesidad de cuestionarse las convenciones, de lanzar una mirada nueva a las viejas tradiciones anquilosadas, de reivindicar el individualismo, de acabar con las injusticias seculares. Estaban influidos por pensadores románticos europeos como Goethe o Thomas Carlyle, así como por las filosofías orientales. Esta nueva generación formada en la prestigiosa Harvard se opuso a las doctrinas puritanas y calvinistas que propugnaban la versión más ortodoxa del capitalismo, que ensalzaban el trabajo por encima de toda consideración, pero que no cuestionaban las grandes lacras que devoraban al país.
Thoreau fue un militante antiesclavista y antiimperialista, un luchador incansable por los derechos civiles, con un ineludible mandato interno de buscar la individualidad y la justicia, alejándose de los planteamientos establecidos, de las convenciones asumidas por una sociedad adormecida y domesticada: “los convencionalismos son a la larga tan malos como la mezquindad”, apuntaba en uno de sus textos. De entre la multitud de ensayos que escribió destaca La desobediencia Civil, una obra radical y comprometida con ideas nuevas, un desafío claro a los poderes establecidos, poniendo por encima de cualquier otra consideración al individuo y su capacidad de gobernarse a sí mismo. Esta obra tuvo una gran influencia en los movimientos posteriores de desobediencia civil, el propio Gandhi confesó su admiración por el filósofo norteamericano, así como la mayoría de las movimientos sociales tan mediatizados del siglo XX, como la resistencia pacífica de Martin Luther King.
Este ensayo fue escrito en el contexto de la guerra de Estados Unidos con México, para ser más exactos habría que decir en su impúdica e infundada invasión, bajo unos endebles pretextos de presuntas y difusas ofensas. Lo cierto es que en poco tiempo el ejército americano toma la ciudad de Veracruz y se apoderan de la mitad del territorio. Thoreau reacciona ante este hecho de forma activa. Cuestiona la legitimidad de su gobierno para realizar este tipo de actos, engañando a la población con triviales y patéticas soflamas patrióticas. Como parte del desacuerdo con el gobierno decide declararse insumiso fiscal, se niega a pagar impuestos a un gobierno que no tiene en cuenta la opinión de sus ciudadanos y que realiza actos de un descarado imperialismo, haciendo gala de estrategias torticeras e inmorales. Levantó su voz airadamente, protestó, se rebeló, y fue fiel a sus propias ideas, aunque ello le costara la cárcel.
Se dedicó a dar intensas conferencias por el país proclamando sus ideas revolucionarias, pero fundamentalmente su actividad transcurrió en la tranquila Concord. Su prosa es directa, desgarrada, escribe sin contemplaciones para mostrar con la mayor claridad posible sus ideas. Sus ensayos tienen un cierto aire panfletario, parecen transposiciones de sus conferencias, medio en el que se manejaba con soltura. En ningún momento hace concesiones estilísticas, sino que prioriza el contenido, el mensaje es lo importante.
Si extrapolamos aquella situación de mediados del siglo diecinueve, a la actualidad, vemos una asombrosa similitud, en la que los países más poderosos siguen ejecutando bochornosos actos de imperialismo, invasiones injustificadas, auténticos genocidios que llevan a cabo con total impunidad. Millones de inocentes sufren las consecuencias de las decisiones de gobiernos megalómanos. A ese respecto Thoreau opina: “Si mil hombres dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel mientras que si los pagan, se capacita al Estado para cometer actos de violencia y derramar la sangre de los inocentes. Ésta es la definición de una revolución pacífica”. Sin embargo, en la actualidad, son pocas las voces que se manifiestan tan claramente como la del viejo ensayista, solo se me ocurre la del activista Noam Chomsky, cuando retoma el término “jingoismo”, haciendo referencia a las viejas estrategias decimonónicas, para justificar un nuevo tipo de imperialismo. Por eso es más necesario que nunca recuperar a los trascentalistas como Thoreau o Emerson, en los que encontramos viejas fórmulas para los nuevos tiempos, fórmulas que reivindican el pensamiento individual, la vuelta a la reflexión, una visión propia y valiente de la realidad, el desafío a los poderes establecidos.
Hoy más que nunca es necesario un cambio de perspectiva, un decidido distanciamiento de la oficialidad, de los canales autorizados, para situarnos en un contexto más humano, en el que seamos capaces de vernos a nosotros mismos con entidad propia, con la imprescindible porción de particularidad que nos devuelva la identidad y la dignidad.
Además de la los ensayos políticos y sociales, su obra más conocida, sin duda es Walden, un relato de su experiencia en la naturaleza, un intento de demostrar que se puede ser autosuficiente, una reivindicación del espíritu de los pioneros. Construyó una cabaña en un lugar llamado Walden Pound, propiedad de su gran amigo y mentor Emerson y vivió en ella durante dos años, en la orilla de un lago, rodeado de grandes bosques, que le proveían de todo lo necesario. Redujo sus necesidades a la mínima expresión y demostró al mundo que era posible la vuelta a la vida sencilla, autosuficiente, glorificando el valor del estado natural y la simplicidad de la vida.
Walden es una metáfora de la búsqueda de la sencillez, de la huida de una vida desenfrenada, ansiosa, sin sentido, una vida que intenta fagotizarnos, anularnos, volvernos insensibles ante las terribles injusticias y las decisiones arbitrarias del poder. Por eso todos debemos construir nuestro propio Walden, y atrevernos a reivindicar la pertenencia a las minorías.
Publicado anteriormente en la revista Culturamas: http://www.culturamas.es/blog/2016/08/09/de-la-vigencia-de-thoreau/