Jóvenes, crisis y políticas de juventud

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15/03/2018 – Jorge Benedicto (Universidad Nacional de Educación a Distancia)

En las últimas semanas parece que los jóvenes y sus problemas vuelven a estar en el centro del debate público. Por una parte, con ocasión de la movilización de los pensionistas, se ha insistido una y otra vez desde muy diferentes ámbitos, en que los jubilados no tienen motivos para quejarse porque los verdaderos perjudicados por la crisis no han sido ellos sino los jóvenes. Utilizando la vieja estrategia bélica del divide et impera se ha tratado de enfrentar a los de más edad con los más jóvenes, para así desactivar una protesta que amenaza con socavar los apoyos electorales del PP. Por otra parte, solo hace unas semanas el Gobierno ha aprobado un nuevo Plan de Vivienda que tiene entre sus medidas estrellas una ayuda al alquiler para los menores de 35 años que pretende facilitar el acceso de los jóvenes a una vivienda, aunque ya hay muchos expertos que dudan de su eficacia.

Después de que durante los momentos álgidos de la crisis proliferaran los lamentos sobre la situación de los jóvenes, aunque sin que se pusiera en marcha ninguna medida para paliarla, en estos últimos años de recuperación macroeconómica la problemática juvenil parecía haber desaparecido del discurso público. Los jóvenes ya no emigran e incluso retornan, las cifras de desempleo juvenil se reducen, las movilizaciones se desactivan. En fin, esta generación estaría adaptándose a los parámetros de la sociedad post-crisis, cerrándose el paréntesis de estos años de dificultades. Sólo persisten algunos problemas específicos, como las dificultades para emanciparse debido al coste de la vivienda, que hay que afrontar mediante medidas puntuales.

Lo que olvidan estos diagnósticos es que el deterioro de las condiciones de vida durante estos años y el incremento de la precariedad en todos los ámbitos de experiencia juvenil ha sido de tal calibre que ha marcado de forma decisiva las biografías y subjetividades de los jóvenes que conforman la denominada generación de la crisis. La experiencia de ser joven se ha modificado. El alto nivel de incertidumbre e inseguridad vital que determina la condición juvenil ha terminado creando una brecha generacional respecto a las generaciones precedentes, sobre todo los mayores de 45 años, cada vez más evidente

Esta es precisamente una de las conclusiones principales del Informe Juventud en España 2016 publicado el año pasado y elaborado por un equipo de sociólogos de diversas universidades españolas. En este Informe, que lamentablemente ha contado con bastante poca difusión, se dispone de abundantísima información sobre los múltiples obstáculos a los que se enfrenta esta generación en su tarea de transitar hacia la vida adulta. Las huellas de la crisis se dejan sentir en todos los ámbitos. Son incuestionables en el deterioro de su situación laboral (grandes problemas para entrar en el mercado de trabajo, reducción de los salarios, incremento del trabajo temporal…), en las dificultades con que se encuentran para avanzar en el terreno de la autonomía (la emancipación residencial ha bajado siete puntos desde 2007, se reducen los ingresos y con ello la capacidad de gasto, la dependencia respecto a los padres aumenta), en la situación de los hogares jóvenes (se ha reducido el número de hogares jóvenes, las decisiones sobre la reproducción se retrasan).

Los efectos de esta difícil situación no parecen afectar sólo a la dimensión socioeconómica, con toda la importancia que esta dimensión posee en las transiciones juveniles, sino que también, y de forma muy intensa, están bloqueando el propio proceso de integración de las nuevas generaciones en la sociedad adulta. Una proporción muy mayoritaria de la población joven tiene la sensación de que están siendo olvidados por los adultos, que no tienen en cuenta sus problemas ni sus necesidades, se sienten marginados.

Así se deduce, por ejemplo, de las respuestas que en 2016 daban los jóvenes españoles entre 16 y 30 años en un Eurobarómetro encargado por el Parlamento Europeo. Se preguntaba si sentían que en España los jóvenes habían sido marginados por la crisis económica, esto es, excluidos de la vida social y económica. Ocho de cada diez jóvenes españoles reconocían compartir este sentimiento de exclusión social frente a solo dos que decían no experimentarlo. Estos porcentajes se alejaban sensiblemente de la media de la Unión Europea (57% vs. 39%) y sobre todo de los correspondientes a países como Alemania o Dinamarca, donde sólo el 27% y el 31% respectivamente reconocían sentirse excluidos tras la crisis. En cambio, se parecían mucho a los de países en los que la dimensión juvenil de la crisis ha sido palpable como Grecia (93%), Portugal (86%) o Chipre (81%).

Una pauta similar aparece al preguntarles si creían que su voz se tenía en cuenta, si ‘contaba’. Solo un tercio respondía afirmativamente frente a dos tercios que creían que su voz no contaba; unos porcentajes solo superados por los chipriotas, los griegos, los italianos y los griegos. En cambio, en el conjunto de la Unión, la percepción es muy diferente porque más de la mitad de los jóvenes creía que su voz si contaba (53%).

Ante este escenario, más allá de apelaciones muchas veces retoricas a las soluciones individuales, lo primero que hay que preguntarse es por la contribución de las políticas públicas. Ya hace años Pau Mari-Klose demostró (aquí) cómo las prioridades juveniles durante los 80 y los 90 no se habían logrado abrir camino en la agenda gubernamental y, entre otras razones que lo explicara, mencionaba la ausencia de incentivos electorales y la escasa visibilidad de las demandas. Pues bien, cuando hoy la población joven es un colectivo en declive demográfico (en solo 20 años hay tres millones menos de jóvenes) y, por tanto, con menor atractivo electoral para los partidos políticos y sus demandas se han visto atrapadas en el ‘agujero negro’ de la crisis socioeconómica y política, no puede extrañar el panorama negativo que se abre ante nuestros ojos.

Las únicas soluciones pasan por medidas puntuales, inconexas, de índole exclusivamente económica. Todo parece resolverse con más empleo, sin tener en cuenta las condiciones del mismo, y con un acceso algo más fácil a la vivienda. El foco no se pone en los jóvenes, en su propia diversidad, sino en categorías externas como puede ser el empleo o la emancipación. Al final se termina olvidando que lo realmente importante, por ejemplo, no es que los jóvenes se vayan antes de casa de los padres, sino en qué condiciones lo hacen, cómo se emancipan los distintos sectores juveniles y cómo esa decisión facilita o no el desarrollo de sus proyectos vitales.

¿Y las políticas de juventud, que papel juegan en todo esto? La respuesta inmediata es que en estos momentos su incidencia en la problemática juvenil es casi nula. A estas alturas disponemos de buenos análisis sobre las políticas de juventud en España desde la transición democrática hasta ahora (aquí) (aquí) y una de las conclusiones evidentes es que las formulaciones teóricas en muchas ocasiones han tenido poco que ver con las prácticas cotidianas. Mientras se debatía sobre si las políticas de juventud deberían ser políticas estructurales centradas en la transición a la vida adulta o políticas de afirmación y desarrollo de la condición juvenil, luego en la práctica estas políticas se concretaban la mayor parte de las veces en planes y programas centrados en el ocio, la participación, la cultura

Quizás este carácter de políticas subsidiarias, con poca incidencia en las condiciones de vida concretas, es lo que explica que las políticas de juventud hayan sido “las otras grandes paganas de la crisis”, según Gabriel Navarro, uno de los profesionales con más experiencia en la materia . Los recortes presupuestarios, la pérdida de puestos de trabajo, la desaparición forzada de buena parte de los órganos representativos juveniles y, sobre todo, la falta de preocupación que han mostrado las diferentes administraciones por estas cuestiones ha contribuido a que hoy podamos decir que se asiste al ocaso de las políticas de juventud.

Estas situaciones de crisis y decadencia, sin embargo, pueden abrir una ventana de oportunidad para reconstruir las políticas de juventud desde nuevas premisas. Una reconstrucción que, de acuerdo con la propuesta del ‘triángulo mágico’ procedente de la investigación europea (bien explicada en este artículo de Planas, Soler y Feixa), debería partir del reforzamiento de las sinergias entre todos los actores involucrados en este tipo de políticas (expertos, profesionales de juventud, policy-makers, asociaciones juveniles), pero que indefectiblemente tiene que poner a los jóvenes en el centro de todo el proceso. Y cuando hablo de jóvenes no me refiero a una categoría de juventud definida desde las instituciones, sino de jóvenes reales, con sus problemas y necesidades, con sus formas específicas de relacionarse con los otros, de entender e interpretar el mundo en el que viven.

El éxito de las políticas de juventud pasa porque los jóvenes no sean meros beneficiarios de unas medidas definidas por técnicos o usuarios de una serie de servicios, sino sujetos protagonistas que incorporan su subjetividad juvenil, diversa y plural, en la definición de los problemas, las prioridades y en la construcción de las soluciones. De esta manera las políticas de juventud pueden llegar a convertirse en políticas de ciudadanía, (una argumentación mas extensa aquí). Unas políticas orientadas a crear las condiciones de posibilidad para que los jóvenes, de acuerdo con sus proyectos de futuro y desde sus contextos vitales, puedan ejercer su condición ciudadana de una manera responsable y comprometida. Para lograr este propósito resulta imprescindible que los jóvenes logren, a través de su acción, estar presentes en la esfera pública y se construyan como colectivo con una voz eficaz, competente y reivindicativa frente a unos poderes públicos que siguen sin dar soluciones a los problemas que bloquean su integración social.

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Sobre el Autor

1 comentario

  1. El mercado de trabajo está saturado de titulaciones y licenciaturas. La precariedad y nivel de los puestos pueden ser cubiertos por decenas de perfiles de bajo rango, pero los propietarios pueden escoger entre titulados, por lo que escogen estos últimos para puestos de trabajo en los que, incluso, no desempeñan su labor de manera eficaz y, para colmo, el personal que no dispone de estudios superiores queda fuera de la selección habitual, incluso con mejor preparación en su vida laboral.

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