El tortuoso camino de las mujeres hacia la paz

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20/10/2024 – Marisa Revilla y Anabel Garrido (Universidad Complutense de Madrid, GESP UCM-UNED)

Desde hace ya algunas décadas autoras feministas como Carole Pateman, Oyèrónkẹ Oyěwùmí, Wendy Brown, Chandra T. Mohanty, María Lugones, Rita Segato, Nancy Fraser, Silvia Rivera Cusicanqui o Cynthia Enloe, por citar tan solo algunas de las maestras, vienen prestando atención a los procesos históricos, a las estructuras y las instituciones occidentales que organizan la tupida y extensa red en la que se atrapan las vidas de las mujeres. Desde el colonialismo a la construcción de los estados, desde la articulación “caníbal” del capitalismo a la militarización, desde las agendas de desarrollo a la globalización, nos proponen superar el nacionalismo metodológico y adoptar la multiescalaridad para comprender la articulación global de nuestro mundo en la actualidad. En un trabajo reciente, Magalhães Teixeira (2024) plantea que América Latina es uno de los espacios en los que el desarrollo del Norte Global deja poco espacio para el desarrollo del Sur Global y donde el desarrollo es difícilmente sinónimo de paz dado que implica prácticas extractivistas de los cuerpos y de los territorios. Para la autora, “espacio para crecer” y “el derecho a decir no” se presentan como concepciones para la construcción de una paz liberadora que aborde las formas materiales y simbólicas de la violencia y la opresión (página 2). Esa violencia, esa opresión se ejerce sobre los territorios, pero, si adoptamos el cuerpo como escala, la violencia contra las mujeres (y, por tanto, la ausencia de paz para las mujeres) atraviesa el resto de las escalas (desde la comunidad hasta la globalidad) y todos los procesos (productivos y reproductivos, económicos, políticos, culturales, sociales…) (Fluri, 2011).

Si sorprende la inclusión de la violencia contra las mujeres en este argumento, quizás quepa preguntarnos por el grado en el que la tenemos interiorizada social e individualmente. Aunque la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer (1993) estableció nítidamente todos los niveles y los agentes que pueden contribuir en el ejercicio de la violencia contra las mujeres, demasiadas veces, esta violencia aparece circunscrita a la violencia física contra las mujeres y a la violencia sexual.

Miramos la prensa un día cualquiera (por ejemplo, en el mes de septiembre) y podemos recopilar información sobre las formas diversas en las que se materializa esa violencia: por supuesto, gravemente, en las mujeres agredidas, quemadas, asesinadas… en las cifras de los femicidios en el mundo: “En 2022, unas 48.800 mujeres y niñas murieron a manos de sus parejas u otros familiares en todo el mundo. Esto significa que, por término medio, más de cinco mujeres o niñas son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia”. Pero hay otras noticias que nos hablan de la magnitud de la violencia que se ejerce sobre las mujeres: en agosto, el régimen talibán en Afganistán aprobó una nueva ley “sobre vicio y virtud” que establece que la voz de las mujeres no debe oírse en los espacios públicos porque se considera un instrumento propicio para el vicio. Este silenciamiento nos parece lógicamente atroz, pero rara vez reparamos en las voces silenciadas de las mujeres en los procesos históricos: por ejemplo, Beatriz Silva, con ocasión del aniversario del golpe de estado en Chile (11 de septiembre de 1973) nos recuerda que “…rescatar la memoria democrática de las mujeres de la desmemoria colectiva […] debería ser esencial para construir una identidad colectiva como pueblos, una que esté basada en la verdad y la reparación”. Porque ese silenciamiento de la memoria de las mujeres, en Chile, como en España, como en tantos otros lugares, ha invisibilizado su papel activo como resistencia, su acción política y su agencia… Afortunadamente también encontramos noticias positivas de cómo colectivamente se cambian algunas veces los órdenes que sustentan esas violencias: por el caso de Nai, que con 17 años consiguió escapar el día previsto para su boda forzada, conocemos la existencia del Consejo de Mujeres Pastoras en las comunidades masai en Tanzania comprometido con el avance de los derechos de las masái, el acceso a la educación y a la salud sexual y reproductiva, al agua potable, entre otros propósitos.

Lejos de identificar estas violencias con naciones o continentes concretos, el cuerpo de las mujeres se muestra como territorio de extractivismo en todo el mundo, también en el Norte Global. En esta línea, una de las noticias más leídas este verano ha sido el inicio del juicio por el caso Pélicot en Francia. La gravedad de lo acontecido ha suscitado preguntas y deconstruido ideas que normalizan las violencias o que muestran estos hechos como situaciones excepcionales: los 50 hombres acusados cuentan con “vidas normales”, no son monstruos ni excluidos sociales, como tampoco lo era el marido. El argumento de la defensa se refiere a los hechos como “violación involuntaria” o “violación inconsciente” porque existía la aceptación del marido. Lo que nos revela la consideración de las mujeres como objetos, de propiedad masculina, utilizadas con fines de explotación.

En la película de nuestros tiempos, en demasiadas ocasiones, las mujeres tenemos un papel secundario, somos percibidas como objetos. Las violencias estructurales se ejercen en diversas dimensiones: en la económica, con la feminización de la pobreza, su mayor participación en la mano de obra abaratada, y en el trabajo invisible y no remunerado mantenido por las mujeres en las cadenas globales de cuidados; también en la política con la exclusión, la escasa participación o con el acoso a las mujeres que tienen una vida pública. De hecho, la mayor participación de las mujeres en un proceso social o su incorporación a la acción a las distintas escalas no elimina la violencia: como analiza Enloe (2022), el mayor alistamiento de mujeres a los ejércitos no implica que disminuya la masculinización, el patriarcado o la militarización, probablemente, solo sirva para que las mujeres se militaricen más.

Magalhães Teixeira plantea que la violencia y los conflictos en el Sur Global no son aleatorios en un sentido geográfico, sino que son la manifestación de procesos estructurales de dominación y explotación violenta en un sentido geopolítico (página 10). Del mismo modo podríamos plantear la violencia y las situaciones vividas por las mujeres, incluyendo un sentido patriarcal. Porque el sentido geopolítico está incluido en la consideración de la interseccionalidad, esto es, en el modo en el que multiplican sus efectos los tres sistemas de estratificación social que organizan nuestro mundo: género, raza y clase social.

Todo ello nos lleva a considerar que, incluso en los contextos considerados de paz, la violencia contra las mujeres sigue siendo una constante, por lo que cabe preguntarse ¿qué paz existe para las mujeres? y ¿en el caso de que estas mujeres se encuentren ubicadas en el Sur Global? ¿o en el Norte Global mediadas por las distintas opresiones que sufren las diversas intersecciones? Y así, surge otra pregunta: ¿qué paz hay para qué mujeres?

Partiendo de la consideración galtuniana de la paz como ausencia de violencia, solo nos queda señalar que el camino para la paz para las mujeres del Norte y del Sur Globales sigue siendo tortuoso. La violencia patriarcal se erige como un mecanismo de dominación que va más allá de la violencia individual, ya que se estructura como un sistema disciplinante para todas las mujeres. 

Lo anterior nos permite plantear la violencia patriarcal como uno de los principales desafíos para las democracias en la actualidad. Motivo por el cual, parece necesario investigar y reflexionar entre las vinculaciones de la paz, la violencia y el desarrollo, planteando nuevas preguntas y herramientas que permitan acercarnos a distintas soluciones sociales y políticas.

La Agenda de Mujeres, Paz y Seguridad de Naciones Unidas se ha articulado como una herramienta jurídica de incidencia política por parte de las organizaciones de mujeres y feministas, consiguiendo la atención del impacto diferencial de género en los contextos de violencia organizada, así como el ser escuchadas y tenidas en cuenta en las negociaciones de paz. No obstante, esto es solo una parte de la historia, la búsqueda de la paz parece transitar hacia otros marcos conceptuales más amplios como la paz feminista y sostenible.

REFERENCIAS

Magalhães Teixeira, B. (2024). Room to Grow and the Right to Say No: Theorizing the Liberatory Power of Peace in the Global South. Geopolitics, 29(5), 1724–1756. https://doi.org/10.1080/14650045.2023.2286287

Fluri, Jennifer L. (2011) Bodies, bombs and barricades. Transactions of the Institute of British Geographers, NS 36: 280-296. https://www.jstor.org/stable/23020818

Enloe, Cynthia (2022): Globalización y militarismo. Las preguntas feministas. Trama Editorial (página 96).

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