Feminismo español hoy: el género de nuevo en disputa

0

25/09/2020 – Almudena de Linos (UNED)

El feminismo español está viviendo un tiempo de gran tensión. Es posible que no sea algo nuevo, pero quizás, por el hecho de que han surgido fisuras en el seno de los partidos en el gobierno, la polémica está siendo más visible que nunca. Existen al menos dos posturas encontradas que se enfrentan en todos y cada uno de los temas de debate, que van desde la sexualidad, la pornografía o la prostitución hasta el sujeto mismo del feminismo. Los medios de comunicación con frecuencia etiquetan a un grupo como pro-sexo, pro-regulación y más cercano a posturas queer o trans y al otro como feminismo institucional, abolicionista o cercano al PSOE.

Los postulados de ambas propuestas han sido recogidos en sendas «escuelas feministas» durante el pasado mes de julio (2020). Por una parte, la Escuela Feminista Rosario de Acuña, en su edición XVII, organizada por el Servicio de Igualdad del Ayuntamiento de Gijón recoge principalmente las posturas de la corriente abolicionista y, por otra, la Escuela de Pensamiento Feminista para Todas organizada por AMA Asturies, en la que ha sido su primera edición, engloba la corriente pro-sexo. Voy a repasar sucintamente algunos de los principales temas tratados para mostrar el punto en el que nos encontramos en la actualidad.

Comenzando con la sexualidad, el colectivo pro-sexo atribuye a las abolicionistas una idea de la sexualidad como una relación siempre de poder muy centrada en lo corporal. Las relaciones sexuales, desde su punto de vista, no tienen por qué ser necesariamente relaciones de poder; no hay siempre un sujeto y un objeto, sino que las relaciones se dan entre dos sujetos deseantes. Este punto es importante ya que esta corriente recibe este nombre, pro-sexo, por el especial hincapié que hace en la importancia del deseo o las fantasías en las relaciones sexuales defendiendo una concepción del sexo mas allá de la corporal-genital (Briz y Garaizabal, 2017).

Visto desde las posturas pro-sexo, parecería que el feminismo abolicionista no tuviera en cuenta el deseo o las fantasías en su discurso sobre la sexualidad, sin embargo, las posturas no son tan encontradas salvo en lo que tiene que ver con la pornografía. En este tema, el abolicionismo denuncia el acceso masivo de la sociedad a un tipo de pornografía muy violenta y vejatoria para las mujeres y alerta sobre la creciente «pornificación» (Ana de Miguel, 2015) de la sociedad, entendida como la tendencia a que cierta imagen sexual imitadora, aunque ablandada, del imaginario porno está siendo trasladada a la cultura popular, legitimando de paso a toda la pornografía. El abolicionismo se defiende de las críticas recibidas de puritanismo por el grupo pro-sexo argumentando que no se trata de prohibir o de no hablar de placer, tampoco se obvia que la pornografía sea solo una situación irreal y de fantasía, como defiende el colectivo pro-sexo, sino que, para las abolicionistas, denunciar un tipo de pornografía absolutamente denigrante para las mujeres es exponer una mirada crítica sobre lo que se está consumiendo y un deber del feminismo. Un tema sobre el que la sociedad debería reflexionar a tenor de los últimos datos conocidos sobre el consumo de pornografía por parte de los más jóvenes.

Las posturas divergen en mayor medida alrededor del tema de la prostitución. El léxico empleado por unas y otras ya nos da una pista de las posiciones de cada cual. Mientras las abolicionistas emplean el término «mujeres prostituidas» para poner el énfasis en la explotación del cuerpo de las mujeres, las no abolicionistas utilizan la expresión «trabajadoras del sexo» buscando otorgar la agencia a las mujeres y tratando de mitigar el estigma social que pesa sobre ellas. Para las abolicionistas, la expresión «trabajadoras del sexo» es un eufemismo que lejos de dignificar a las prostitutas, al final defiende a los proxenetas y traficantes.  Por el contrario, para las por-sexo, el termino «mujeres prostituidas» significa tratarlas como mujeres vulnerables, incapaces de tomar sus propias decisiones y negarles la individualidad.

El grupo pro-sexo, si bien reconoce que la prostitución es una institución patriarcal, sostiene que no toda prostitución es una explotación de las mujeres. Defiende separar la trata de la prostitución por voluntad propia y propone centrarse en ayudar a las prostitutas a empoderarse, liberarlas de la explotación y dignificar su profesión. Asimismo, sostienen que al negárseles a las prostitutas la individualidad, se están obviando sus derechos como trabajadoras y la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. En este sentido, critican que el abolicionismo está luchando desde una postura elitista sin darles voz a las propias prostitutas.

Para las abolicionistas la prostitución es el resultado del concepto patriarcal en virtud del cual los hombres tienen derecho al placer conforme al que se reservan el acceso a un grupo de mujeres que deben estar a su disposición: «una para mi y unas cuantas para todos». Es la explotación del cuerpo de las mujeres. No hay diferencia entre una prostitución sujeta a la trata y otra ejercida libremente. Sostienen que si se lucha solamente por la erradicación de la trata y no por todo tipo de prostitución no se está deslegitimando el privilegio del acceso al cuerpo de la mujer por un precio. En contra de los que aducen que es un tema complejo sobre el que se necesitan más datos, afirman que se conoce a fondo cómo son las dinámicas de captación, la preexistencia de engaño, las amenazas por las situaciones irregulares, si vienen o no de la pobreza, incluso la edad a la que son iniciadas en la prostitución, el 62% de ellas siendo menores de edad (APRAMP, 2017). Para las abolicionistas no hay medias tintas posibles; la lucha por la igualdad de hombres y mujeres implica necesariamente el desmantelamiento de la prostitución y no se puede llamar feminista a quien no comparta este objetivo. Para ellas, es absolutamente necesario cuestionarse el problema de fondo y proponer medidas de transformación social.

Al final, dejando a un lado otras muchas cuestiones en las que el feminismo español también se encuentra enfrentado, llegamos al punto más complejo del debate, el del sujeto del feminismo. El feminismo siempre ha vivido inmerso en diversas reflexiones sobre el origen y la naturaleza de la posición subordinada de las mujeres en la sociedad. Lo que complejiza actualmente esta controversia es el cuestionamiento de la dicotomía hombre/mujer como la única normalidad posible desarrollado por la teoría queer (Butler, 1990) y defendido por el grupo pro-sexo. Visto desde el punto de vista de la corriente abolicionista, este cuestionamiento significa de facto el borrado o desdibujamiento del sujeto mujer y, por tanto, es completamente contrario al feminismo al negar a la mujer la hegemonía en la lucha feminista.

En el fondo de este debate vemos que el feminismo vuelve de nuevo al planteamiento primigenio sobre el origen de la discriminación de las mujeres. Se vuelve a contraponer sexo y género; se vuelven a escuchar reflexiones en torno a si las diferencias morfológicas conllevan diferencias de comportamiento, de sentimientos o de deseos, entre hombres y mujeres, y se vuelve a reflexionar sobre si sexo y género son construcciones sociales y en qué medida (Gil, 2011).

¿Qué se puede decir sobre esta cuestión? ¿Qué significa ser mujer?

Asumiré el paradigma teórico de la construcción de la identidad como un proceso de interacción social, es decir, como un proceso vivo, en permanente revisión en el que la identidad colectiva sería el conjunto de significados compartidos por un colectivo, una visión común de una situación que impulsa un sentimiento de unión (Funes, 2003); la identidad individual sería una conciencia del yo en relación con una realidad percibida que se construye en la interacción social en un proceso más o menos consciente a lo largo de la vida; la identidad de género sería el conjunto de características, es decir, comportamientos, actitudes, valores, sentimientos, etc. que la sociedad entiende por «hombre» o «mujer» y que la persona siente que la representan, y la identidad sexual, finalmente, sería el conjunto de características relacionadas con la sexualidad que la sociedad asigna a dichos conceptos hombre o mujer y que la persona siente, de nuevo, que la representan.

Bajo estos supuestos, «mujer» sería la persona que se identifica con lo que la sociedad etiqueta como mujer y que siente que le representa. En este sentido, el concepto mujer es un constructo social que es asociado a una persona al nacer y con el que se va identificando a lo largo de su vida construyendo su yo individual.

A lo largo de la historia el movimiento feminista ha ido señalando a la sociedad las injusticias derivadas del concepto mujer que la sociedad tenía en cada momento, pero no se había cuestionado la existencia misma del constructo mujer. Ahora el concepto ha sido puesto en cuestión por el movimiento queer y recogido por las posturas pro-sexo para las que, en extremo, podría ni siquiera existir, al menos no en la forma dicotómica tal y como lo hemos entendido hasta ahora (Gil,2011).

El colectivo abolicionista considera que dinamitar el concepto de género es ir en contra del feminismo. Desde su punto de vista, la dialéctica sexo-género ha sido muy útil para el feminismo ya que le ha permitido hacer ver a la sociedad que las construcciones sociales derivadas de una determinada morfología biológica situaban a las mujeres en una posición subordinada injusta. Asimismo, el abolicionismo sostiene que, aunque los mandatos de género evolucionan, hoy en día siguen siendo desiguales y perjudiciales para las mujeres por lo que las reivindicaciones basadas en el género siguen siendo necesarias.

Desde mi punto de vista, aunque se siga reflexionando sobre el contenido del concepto mujer, la razón fundamental para defender la vigencia del género en la lucha feminista no es únicamente el hecho de que siga siendo útil al feminismo, sino que el género es el nosotras que da sentido y fuerza al movimiento social. Apostar por la individualidad de cada persona, como propone el movimiento queer, sería deshacer la identidad colectiva del movimiento. Ya no habría una colectividad agraviada sino individuos diversos y dispersos en la sociedad, posiblemente más indefensos todavía.

Referencias

APRAMP (2017): Menores y víctimas de Trata y Explotación. Descargar documento en https://apramp.org/download/menores-victimas-de-trata-y-explotacion-una-realidad-oculta-cada-dia-mas-visible/

Briz, M y C. Garaizabal (Coords) (2007): La prostitución a debate: por los derechos de las prostitutas. Madrid, Talasa Ediciones.

Butler, J. (1990): El género en disputa. El feminismo y la subversión de a identidad, Barcelona, Paidós.

Funes, M.ª J. y R. Adell, (2003), Movimientos sociales: cambio social y participación, Madrid, Uned.

Gil, S. (2011): Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión. Una historia de trayectorias y rupturas en el Estado español, Madrid, Traficantes de Sueños.

Miguel (de), A. (2015): Neoliberalismo sexual: el mito de la libre elección. Valencia, Ediciones Cátedra.

Compartir.

Sobre el Autor

Dejar una Respuesta