Volando por los cielos yertos, deshechos,
de humanos inhumanos desechos.
Más allá de este mundo de lo inmundo, respetados
por su estado agraciado que de grato nos fue ingrato.
Con sus manos residuales carcomidas por sus actos,
que transpiran el azufre del famoso infame tacto;
viven opulentos los hambrientos muertos,
con su rostro desalmado piadoso y despiadado,
viendo desde lo alto el reposo empantanado
de los justos rechazados que sin culpa justiciaron.
Su justicia está acechando en su costado.
Entre alas congeladas de un vampiro,
por las hadas enclaustradas consentidos,
fácilmente fueron fieles mozos foco
de un fogoso y caso aislado en mal momento.
Ese gozo ponzoñoso que en su fiebre les fue hermoso
llenó el pozo del tormento deshonroso.
Sin quejarse fueron presos los corderos de ese horror;
sin ayuda a su pesar les fue impuesto un vil favor.
Mas el puesto de los lobos sigue alzado sobre el oro
que los fieles les trajimos junto a rezos reprimidos.
Un martirio despreciable por los niños.
Quizás piensen, dócilmente, sin hastío,
que no todos son tan malos y que hay que distinguir.
Decid, pues, por qué esos nobles pastorcillos
no prefieren ser felices como laicos y más libres convivir.
Cuando el trono inmaculado los hubiere al fin servido
para amar sin poderíos y poder con amoríos,
con tal virtud polvorienta del pasado construido,
el pecado habrán perdido por ser pobres poderosos poseedores poseídos.
Si amar no saben, y el suicidio no es morir,
el servicio ofrecido es peor que haber nacido.
Por lo menos deje el cuento y a los buenos, revivir.
Fuimos tontos, inocentes conocimos su maldad con estupor.
Y a pesar de que las garras hombre-lobo aun están muy afiladas,
nuestra espalda nos resiste como un roble defensor
el error de tener fe en tanto orgulloso humil traidor.
Llegará el dichoso día en que en las noches ya calmadas
darán brillo al negro astro sin más sangre derramada.
Se secarán las lagrimitas de esos diablos del pudor,
activos compasivos de manadas bien saciadas.
Ese día no habrá gente desvalida, sino armada de valor,
dispuesta a condenar santo furor:
“Ni uno más, ni una más”, dirá el Señor.
Autor:
Josep Navarro Besalduch
Subido por:
Rubén Pareja Pinilla