Venid, búhos, lechuzas, gusanos y alimañas,
rozad las secas hierbas; y traigan las guadañas
el tufo de la muerte y sieguen toda luz.
Tritones; sabandijas y sátiros temibles;
mefíticas criaturas, infames y terribles;
espíritus sombríos; carcoma de una cruz;
espectros aberrantes, perversos, mutilados;
diabólicas conciencias; malévolos, taimados
y pérfidos abortos, engendros de guiñol;
luciérnagas; escuerzos y grifos de laguna;
venid presto al conjuro que nace con la luna
que crece con la noche y muere con el sol.
Con sangre de una virgen, aullido de doliente,
retoño de una monja, pellejo de serpiente,
esclavo de un hechizo y esperma de un burdel,
licántropos malditos preparan el brebaje
infecto del silencio, ausente de equipaje,
que todos los humanos mantienen en la piel.
Las tenues llamaradas del cazo del destino,
al son del arrebato, señalan el camino
que siguen los senderos secretos del confín.
Y, al cántico del fuego, crepita el incoloro
licor con aguardiente, el ínclito tesoro
que limpia los pecados, los miedos y el hollín.
Venid al aquelarre funesto de lo eterno,
dejad que se mitiguen las luces del infierno,
quemad vuestras miserias, pagad con bien el mal,
y, acaso, algún poeta, cansado de esta vida,
escriba, en epitafio, el eco de la herida
que causa en vuestras almas el beso del puñal.
Autor:
José Querol
Subido por:
Juan Carlos García Sanrafael