La vaca de Cuca subía la calle empedrada mientras el niño simulaba dormir la siesta bajo una sábana blanca. En el pueblo había una plaza, una fonda, una calle con losetas y la casa de la abuela. Con un corral de gallinas, un pozo de agua fría, un “soberao” para el trigo, un suelo húmedo para las uvas que los hombres pisaban después con los pies desnudos. El niño aprendió entonces el olor del vino que los mayores bebían, mirando al frente, ensimismados, en la bodega. Bendito el tiempo en el que no había bares, sólo bodegas, si acaso tabernas llenas de filósofos silenciosos. Ya lo sabían todo. Que el tiempo es el que manda. Que mejor la calma que la tempestad. Que mejor la noche tranquila sin “medecinas”. Esas cosas escuchaba el niño las noches de verano, sentado en una silla de enea a la puerta de la casa de abuela. Allá en la calle del pueblo blanco donde por las noches no subía la vaca de Cuca. Las vacas, cuando no dan leche, duermen. El niño, antes de que lo acostaran en la cama alta, buscaba la luna llena, escondida detrás de la torre de la iglesia. Este niño, siempre mirando al cielo.
Autor
Francisco Gallardo Rodríguez
Subido por
Rafael Sánchez Pérez