18/04/2018 – Jorge Resina (Universidad Complutense de Madrid)
Desde Bogotá, Nariño queda muy lejos. A pesar de que un vuelo dura poco más de hora y media, llegar a Pasto, la capital del Departamento, puede ser toda una aventura. Si el día está nublado, lo cual es frecuente, el avión no aterriza y el viaje puede ser de ida y vuelta. Este “hacerse desear” queda compensado cuando de lo que se trata es de retornar: si el cielo sigue encapotado, tampoco se despega. Cuentan los lugareños que se han llegado a contar hasta diez días para ver volar otra vez. Ante la incertidumbre, la alternativa más frecuente es viajar alrededor de ocho horas por tierra hasta Cali para, ya desde allí, buscar una nueva conexión aérea.
Atravesado por la cordillera de los Andes, frontera al sur con Ecuador y con costa Pacífico al oeste, el aislamiento de este Departamento no sólo es territorial, sino también político. Los Acuerdos de Paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC son aún remotos en buena parte de Nariño. Aunque puede hablarse de escenario de post-acuerdo, en ningún caso, puede denominarse post-conflicto.
Tumaco es el ejemplo más patente de esta situación. Triste protagonista en los últimos días tras el secuestro en la zona y posterior asesinato de un periodista, un fotógrafo y un conductor ecuatorianos del diario El Comercio, esta localidad costera de población afrocolombiana es considerada el área de mayor concentración de narcóticos del mundo. Se estima que desde sus puertos pasan el 80% de las rutas que exportan droga hacia EEUU, Europa y Centroamérica.
La desmovilización de las FARC provocó que, ante la ausencia de Estado (el envío de los 9 mil miembros de fuerza pública previstos para el Departamento se retrasaron casi un año), comenzase una disputa por el territorio liberado. Sin el engañoso glamour que, en ocasiones, se desprende en la popular serie Narcos, pronto comenzó una cruenta lucha por el control de la “plaza”, entre disidentes de la guerrilla, miembros del ELN, el Clan del Golfo y el cártel mexicano de Sinaloa. En 2017, se contabilizaron 222 asesinatos, a finales del mes de marzo del presente año, la cifra ya era de 67 muertos.
Aunque esta tesitura exige una respuesta rápida de contención, el recetario clásico no basta. La presencia militar, la securitización del espacio público o la fumigación de plantaciones con glifosato no garantiza que se arranque la raíz del conflicto. Más bien al contrario, puede provocar nuevas víctimas inocentes y generar un efecto avispero, similar al desencadenado en México con la “guerra contra las drogas” emprendida por el Presidente Felipe Calderón (2006-2012). La superación del conflicto requiere no sólo de la mano derecha del Estado, sino también y sobre todo, de su mano izquierda: desde la sustitución de cultivos con alternativas reales hasta políticas básicas en educación, sanidad y trabajo que favorezcan la cohesión social.
En este contexto puede resultar paradójico -e incluso algo naif- hablar de un Laboratorio de Innovación Ciudadana para la construcción de la paz (LABICxlaPAZ) como el celebrado en Nariño el pasado mes de febrero. Sin embargo, lejos de serlo, significó una ventana de aire fresco por la que ciudadanía de toda América Latina, España y Portugal acudió a participar durante casi quince días en el desarrollo de 10 proyectos orientados a promover derechos, justicia y prácticas democráticas en el Departamento.
Que el Laboratorio se celebrase en Nariño no fue casualidad. Su Gobernador, Camilo Romero, destaca como una de las figuras políticas más prometedoras del panorama colombiano (tiene 41 años). En 2010 fue elegido Senador, el más joven del país, y en 2015 ganó las elecciones departamentales con el apoyo de Somos Nariño, un movimiento cívico que se define como “Proyecto de Inteligencia Colectiva desde el Sur”. Durante la campaña, innovó construyendo su Programa de Gobierno de forma participativa, que contó con tres grandes ejes: Gobierno Abierto, Economía Colaborativa e Innovación Social. Una vez en el Gobierno, este proceso de participación continuó con la elaboración del Plan de Desarrollo «Nariño, Corazón del Mundo 2016-2019», premiado por el Departamento Nacional de Planeación como el mejor del país.
Entre las novedades institucionales que se introducen está el Centro de Innovación Social de Nariño (CISNA), un laboratorio de participación ciudadana inspirado en Medialab-Prado que adquiere su propios rasgos con la creación de nuevas metodologías, como el feeling (una adaptación autóctona del design thinking), y que apuesta por reconstruir las instituciones en base a la creación de espacios de encuentro entre ciudadanía, empleados públicos y representantes para el co-diseño y la co-producción de políticas.
Este tejido previo, sin duda, favoreció el desembarco del Laboratorio de Innovación Ciudadana, un proyecto de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) que, antes de Nariño, había celebrado tres ediciones: en Veracruz, México (2014); en Río de Janeiro, Brasil (2015) y en Cartagena, en la propia Colombia (2016). El tercer actor institucional clave detrás de la celebración del LABICxlaPAZ fue la Alta Consejería para el Postconflicto, organismo colombiano encargado de articular la visión en conjunto del proceso de paz y de asesorar al Gobierno.
El compromiso de estas tres instituciones permitió sacar adelante el Laboratorio, aunque fue la propia ciudadanía quien lo hizo posible. El proceso comenzó con la apertura de una convocatoria pública donde cualquier persona o colectivo pudiera presentar un proyecto, con el único requisito de que estuviese orientado a la construcción de la paz. De entre los proyectos presentados, se escogieron diez, en base a las propias demandas de la comunidades locales de Nariño. El siguiente paso fue abrir otro llamado para aquellas personas que quisieran ser colaboradoras de uno de los diez proyectos elegidos y que, por su perfil y experiencia, pudiesen aportar al desarrollo del mismo. De esta forma, se promovía el encuentro entre ideas creativas, necesidades reales de la población y conocimientos en torno a una problemática común.
Más de cien personas de toda Iberoamérica (de un total de 700 que se habían postulado) se desplazaron durante quince días a Nariño (13 al 25 de febrero), con el ánimo de contribuir a la paz en Colombia, en muchos casos pagándose ellas mismas su pasaje y pidiendo días de vacaciones en su trabajo. Los diez proyectos que se trabajaron abarcaron distintos ámbitos: el desarrollo de prótesis 3D de bajo coste para víctimas y personas desplazadas por el conflicto, el diseño de una Plataforma que mejore el sistema educativo en Tumaco, la solución de problemas rurales y agrarios mediante mecanismos autosostenibles, la recuperación de memoria de mujeres y de pueblos indígenas, el fomento de redes de movilización social o la creación de espacios de ludoteca y aprendizaje para adolescentes, niñas y niños.
El LABICxlaPAZ supuso un escalón más en la evolución de los Laboratorios de Innovación Ciudadana, cuyos rasgos más genuinos son:
1.- La creación de nuevos arquetipos institucionales que, desde su propia forma hasta su contenido, son espacios de continua experimentación, desestructurados, abiertos a la espontaneidad pero que, al mismo tiempo, permiten confluir y generar aprendizajes y ponen en contacto a distintos actores sociales, políticos e institucionales.
2.- El trabajo colaborativo que permite no solo buscar una solución a un problema sino definir en común y de forma poliédrica el propio problema. Dentro del Laboratorio el trabajo es colectivo, basado en la cooperación y el respeto mutuo. Los participantes trabajan con las comunidades de afectados, codo con codo, y en plano de igualdad.
3.- La escucha y el diálogo, aspectos fundamentales para su funcionamiento. En la misma línea al punto anterior, el Laboratorio se convierte en un espacio de convivencia, con una fuerte dimensión experiencial para quienes participan.
4.- La innovación ciudadana y abierta que, a diferencia de la innovación social clásica, no se basa tanto en el “solucionismo tecnológico” sino en la conjugación de los distintos saberes, a partir de las propias capacidades de cada persona, y surge como resultado de la interacción entre ciudadanos con bagajes muy diversos. A pesar de llamarse Laboratorio, su lógica es la contraria, no hay que ser “experto” para participar ni se trata de un espacio cerrado, aunque conserva su rasgo fundamental: experimentar.
5.- La creación de un prototipo como exploración material y expresión de sostenibilidad, una solución concreta a un problema específico que se guíe por los criterios del procomún y el código abierto, y que sea escalable y pueda adaptarse a distintos contextos.
La inevitable pregunta que surge después de la celebración del Laboratorio es ¿y ahora qué sigue? El Alto Consejero para el Postconflicto, Rafael Pardo, en el acto de clausura explicaba que lo importante del LABIC no era tanto los resultados de los proyectos (que, argumentaba, podrían haber sido encargados a una consultora) como el proceso que había implicado, el tejido social que se había generado y la sensación para muchas comunidades que, por primera vez, habían sentido no solo que se las escuchaba sino que además eran partícipes de las decisiones que las afectaba.
Quizá, gracias al LABIC, Nariño no quede hoy tan lejos.
Imágenes de Jorge Resina