Buscando la cultura de la seguridad

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28/02/2019 – Laura Fernández de Mosteyrín (UDIMA)

¿Cuánto sabe usted del papel de España en la coalición contra el ISIS?  ¿Sabe que si usted no descarga las actualizaciones de su móvil está perjudicando el sistema colectivo de seguridad informática?, ¿Tiene usted miedo de los flujos migratorios?, ¿Sabría decir si la inestabilidad económica y financiera es una amenaza? Probablemente no, aunque si le digo que los españoles tienen el mismo miedo a un ataque terrorista que a no poder darle una educación a sus hijos, según la Encuesta Mundial de Valores, igual sí le suena más.

Las amenazas formuladas por la Seguridad Nacional pueden parecer alejadas de la vida cotidiana los/as ciudadanos. A veces, tienen un reflejo en nuestro día a día, otras veces, no tanto. Pero conviene pensar en ellas, o eso es lo que pretende un programa político concreto que se conoce como difusión de cultura de seguridad y defensa orientado a informar e implicar a la ciudadanía en estas cuestiones porque estar al día de las amenazas y de los desafíos político-institucionales que estimulan es importante.

La política de cultura de seguridad es un conjunto de iniciativas recogidas normativamente, entre otras, en la Ley 35/2015 de Seguridad Nacional y que parten del diagnóstico de una necesidad de acercar las instituciones de la defensa y la seguridad interior a la sociedad; de romper, de alguna manera, el hecho de que las FFAA y las agencias policiales y la sociedad se han ‘dado la espalda’ mutuamente a lo largo de las últimas décadas. Es algo que, por razones históricas, nos hace diferentes a otros países. Así que se trata de informar y sensibilizar a la ciudadanía de las amenazas y riesgos que afrontamos como país y como sociedad y también del cometido y la actuación de nuestras FFAA y las agencias de Seguridad Nacional. El puzzle que organiza esta política es el siguiente: las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Seguridad  del Estado (FCSE) están entre las instituciones más valoradas por la ciudadanía según el CIS. Se aprecia y se valora su papel. Sin embargo, la sociedad española no se muestra tan receptiva a debates sobre la mejora de las capacidades de las FFAA en términos de recursos, el aumento de nuestra dotación en la OTAN (somos un país grande pero ‘tacaño’), por ejemplo, o a hablar de la integración de la Defensa Europea. Un cosa son los afectos por las FFAA y otra muy distinta, estar dispuesto a ‘servir’ (tenga esto  forma de impuestos, de servicio militar o de otras formas contemporáneas de servir). Sería necesario entonces aumentar la ‘conciencia de seguridad’ a través de iniciativas varias, incluyendo la comunicación estratégica. Un ejemplo sería la polémica iniciativa de incorporar en el curriculum escolar unidades didácticas relacionadas con estas cuestiones.

Vivimos en un mundo en el que hay fenómenos como el terrorismo,  los conflictos armados o las crisis financieras, que desestabilizan o tienen el potencial de desestabilizar enormemente nuestras sociedades. Sean todos los que están en la Estrategia de Seguridad Nacional (2017) o no, es importante que la ciudadanía conozca cuáles son estos fenómenos y entienda cómo los estados y la organizaciones internacionales responden a esos desafíos a través de distintas iniciativas, actores y programas. Pero más allá de ‘conocer’, el terrorismo, las catástrofes, el cambio climático o las epidemias estimulan en el día de las personas lo que Michael  Billig denomina ‘dilemas ideológicos’. Son disyuntivas que tienen que ver, en definitiva, con cuánto poder estamos dispuestos a ceder al Estado para regular nuestras vidas en aras de un diagnóstico de seguridad/inseguridad (sea el que sea): ¿Debemos como ciudadanas comunicar a las autoridades si o cómo está nuestro vecino radicalizándose?, ¿Tenemos capacidades para juzgarlo? ¿Qué hacemos con los anti-vacunas?, ¿Debemos obligar a las familias a reciclar?, ¿incentivamos políticas de consumo sostenible que afectan a la lista de la compra familiar para mitigar la ‘amenaza’ del cambio climático? ¿Actualizamos sistemáticamente nuestros softwares contribuyendo con ello a la seguridad informática que ‘es tarea de todos’?. Más allá de lo anecdótico, querría plantear una reflexión sobre los complejos interrogantes de naturaleza sociopolítica que hay detrás de las iniciativas de difusión  de la cultura de seguridad.

De entre las cuestiones mencionadas parece que hasta ahora la primera –el terrorismo- domina el debate, genera más iniciativas y requiere mayor sensibilización, si atendemos a la proliferación de cursos y seminarios sobre yihadismo, amenazas híbridas, guerra asimétrica inteligencia y terrorismo, prevención de la radicalización etc. Una mirada a los catálogos de extensión universitaria de las principales universidades del país sirve comprobar su relevancia, que el tema está en la agenda y que además, reúne el interés de Think Tanks, operadores públicos y privados de seguridad, mundo académico y sociedad civil. Son esfuerzos de sensibilización frente a amenazas, que siendo muy importantes, no son las únicas. Hay muchos fenómenos que generan inseguridad, pero detrás de esta priorización de algunos se esconde una concepción estrecha y limitada a un concepto policial /militar de seguridad frente a amenazas físicas.

Efectivamente, la seguridad es un aspecto esencial de la sociedad. Es de hecho, la base del pacto estado/ciudadanía desde las teorías del contrato social.  Pero lo que es y significa la seguridad y la inseguridad no está tan claro. Y puesto que los umbrales de ‘aceptabilidad del riesgo’ de cada sociedad son cambiantes, como plantea Mary Douglass, la seguridad es ‘contextual’ y depende de parámetros y umbrales de lo que cada sociedad considera tolerable, está sujeta al cambio social, y su definición y construcción está atravesada por dinámicas de poder. Por esta razón, explorar qué es lo que se designa como ‘amenazas’, cómo se definen y priorizan desde los distintos ámbitos de enunciación con poder para designar y cómo se difunden a la sociedad, es importante e invita a preguntarse por los valores apreciados, por lo  que protegemos y lo que no protegemos, lo que nos causa incertidumbre y temor como sociedad. Y también cabe preguntarse en qué medida hay una correspondencia entre las amenazas ‘oficiales’ y la vida cotidiana de los ciudadanos. Porque, en definitiva, la seguridad (un tipo concreto de ella)  está en la base del pacto que rige la interacción estado/ciudadanía y tiene el potencial de alumbrar y de transformar la relación de los ciudadanos con el poder. Aclarar entonces si hablamos de la seguridad del Estado o si hablamos de la seguridad ‘societal’/social es fundamental, porque remite a dos ideas distintas de seguridad y tentativamente, también de ciudadanía: una sería seguridad negativa (ausencia de violencia/amenaza física sobre las personas) la otra sería seguridad positiva (condiciones para), como sugiere Bill Mc Sweeney en directa alusión a las teorías de la libertad de Isaiah Berlin. Dos maneras de entender también la ciudadanía sustantiva, su práctica real.

Así que podríamos decir que la cultura de seguridad es parte de la cultura política, si entendemos por ésta, el conjunto de conocimientos, actitudes, valores sobre el mundo de lo político y nuestro papel en él. Los programas de difusión de cultura de seguridad estarían en lo cierto apuntando a su centralidad. Pero queda abierta la pregunta: la seguridad de quién, frente a qué y para qué. Restringiendo estos programas a un concepto militar/policial de seguridad, aun cuando hablemos de seguridad nacional, estimula o prescribe una idea de ciudadanía ‘militarizada’ si se me permite la expresión, en la que el ciudadano debe estar ‘alerta’ a las amenazas, ‘alerta’  en su vecindario, y hacerse ‘corresponsable’ de unas tareas que hasta ahora eran cometido de instituciones concretas: Defensa e Interior. Que los ciudadanos conozcan las amenazas, el sistema de seguridad nacional y lo que hacen las FFAA en el exterior es pieza fundamental del  acervo cultural, del ‘cemento’ esencial para el funcionamiento y legitimidad del sistema. Pero la sociología política nos ha mostrado en las últimas décadas, que ese concepto de cultura política ‘funcional’ se queda algo estrecho para comprender la complejidad social. La cultura política no es sólo conocimiento y valoración; es mucho más y es mucho más compleja, fragmentada, diferencial entre grupos sociales, y enraizada en contextos específicos. Más que a un conjunto de ‘informaciones’ de la que disponen los ciudadanos, se parece a un ‘caja de herramientas’, como comprueban Ann Swidler o William Gamson, con las que la gente ‘hace cosas’ y opera para resolver problemas (o ‘dilemas ideológicos’) ante situaciones concretas. De modo que no bastaría con ‘informar’ y ‘sensibilizar’ sobre determinadas amenazas. Hay que atender también a las concepciones establecidas y a las prácticas sobre qué es ser ciudadana, cómo se entienden y practican derechos y obligaciones – y cómo se transforman las prácticas cívicas-; cómo se construyen y transforman las identidades políticas y el papel del miedo en ellas – incluidas las identidades nacionales-, y cómo se construyen y experimentan las expectativas sociopolíticas en contextos de exposición a riesgos, incertidumbres y  miedos.

En los último meses trabajo en un equipo de investigación que trata de atender a esta cuestión. El Proyecto SECURITYCULTURE quiere contribuir al conocimiento de problemas que son desafíos para la sociedad. Se alinea con una agenda mayor de Objetivos de Milenio (#16) – trabajar por sociedades justas y pacíficas– , y con la agenda H2020 de construcción de sociedades seguras, sin olvidar que ello no se logra sin sociedades incluyentes y reflexivas . Para hacer compatibles estas necesidades, debemos  profundizar en los distintos conceptos de seguridad, en cómo los entendemos y en qué implicaciones sociopolíticas tienen para la relaciones estado/ciudadanía. El proyecto que iniciamos aborda el estudio de la cultura de seguridad como componente de la cultura política: como ingrediente esencial del software de la ciudadanía sustantiva. Es decir, es mucho más que conocer los problemas de seguridad, más que conocer y valorar lo que hacen las instituciones de control. Vamos más allá de la dimensión cognitiva o evaluativa de la cultura para atender a su lado experiencial, el de las prácticas y rutinas de la vida cotidiana que conforman  también la cultura política.  Nos interesa conocer, precisamente, cómo los discursos ‘desde arriba’ se encuentran con discursos ‘desde abajo’; cómo los discursos oficiales sobre los problemas de seguridad, que se desarrollan alrededor de conceptos militares y policiales de seguridad, se ‘encuentran’ con narrativas alternativas, resistencias prácticas, y formas socialmente diversas de entender la seguridad y las amenazas. Nuestra investigación aborda cómo aquellos discursos formulados por las elites, los operadores, Think Tanks y expertos, prescriben modos de ser y de estar en la sociedad, nos hablan de los derechos (de los que tenemos y de los que perdemos) y de las obligaciones ciudadanas, de la corresponsabilidad y de la seguridad como ‘tarea de todos/as’; nos hablan de nuestras identidades (de quiénes somos ‘nosotros’ y quiénes son ‘ellos’). Queremos en definitiva, conocer cómo la seguridad transforma el vínculo cívico, pues con ello se está transformando la relación estado/ciudadanía.

Referencias

Berlin. I. 1993. Cuatro Ensayos sobre la Libertad. Madrid: Alianza.

Billig, M., Condor, S., Edwards, D., Gane, M., Middleton, D., & Radley, A. 1988. Ideological dilemmas: A social psychology of everyday thinking. Thousand Oaks, CA, US: Sage Publications, Inc.

Gamson, W. A. 1992. Talking Politics.Cambridge University Press.

Douglass, M. 1996. La Aceptabilidad del Riesgo en las Ciencias sociales. Barcelona: Paidós.

McSweeney, B.. 1999. Security, Identity and Interest: A Sociology of International Relations. Cambridge University Press.

Swidler, A. 2001. Talk of Love: How Culture Matters. University of Chicago Press.

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