Embrujo

donde sueñan las hadas y la luz es hechizo;
donde nace la lluvia; donde el bosque es anciano
y la sal es la sangre sobre el orto rojizo
de un ocaso perenne que te tiende la mano
y te lleva consigo, desde mayo hasta abril,
para darte un abrazo y vestirte de añil

es la pétrea morada de un silencio que grita
entre robles, abetos, eucaliptos, aulagas,
alciprestes, castaños y la niebla que habita
el inquieto misterio que se oculta en las fragas
que enmascaran los ríos entre acacias y miel,
donde liban los lobos, porque el agua es su piel.

Es la patria del verbo, el refugio silente
de la paz y el sosiego, de la calma en las piedras,
de leyendas y mitos, de un dichoso inconsciente
donde crece lo eterno entre musgos y hiedras
que custodian y velan un enigma ancestral,
una historia aplacada, un secreto inmortal.

Donde el piélago besa el valor de los hombres
que entregaron su savia, su razón y su alcurnia,
su vigor y su estirpe, ocultando sus nombres
en las algas y el cieno de la indómita furnia
que protege el futuro del inmenso crisol
que conforman la arena el salitre y el sol.