Doliente mi alma se asoma a la espada
y los brazos, temblorosos, al cielo claman
la escucha o clemencia de un dios dormido;
son tus ojos, arcanos, los que en silencio ahogan,
y la esencia -¡lodazales!- quien algo grita:
¡abismo eterno llévame, al círculo llévame!
Sin cuchillo afilado arranqué los sueños;
sin secretos, cariz humano, a tu puerta he llamado,
mas los dioses se niegan, al mundo se niegan:
No saben. No quieren. No pueden cantar.
Pido -deseo- volver al triste retorno o empezar,
atar con clavos mis -los tuyos- pies al devenir.
Plateada la Luna por obscuros deseos
alza sus manos y el viento sus uñas agita;
buscan las garras vísceras que rasgar,
pedazos de carne, fragmentos o piedad;
caen rotos del cielo los soles ardientes
que ya no son nada, fantasmas y cántaros.
Noctámbulos recuerdos cercenando anhelos;
hirsutas sonrisas de hiel y de muerto;
angostas miradas de endriagos ya yertos;
sibilantes susurros, son serpientes ahogadas:
las botas no corren, no corren las botas,
perdidas en la ciénaga, rezando a tus dioses.
Insectos -son pequeños- se han despertado
y recorren -¡ríen con sorna!- infinitos raíles
en trenes obscuros, en trenes infectos;
pequeños aviones volando están
y lo hacen sin rumbo, sabiendo algo:
¡marchan al círculo, al círculo eterno!