Revista Literaria de Estudiantes de la Facultad de Filología – UNED

La hierba

Y entre los adoquines de la calle vieja crece también. En las cunetas, sobre un tablón abandonado, en el resquicio que ha quedado junto a la pata de un banco del parque. La hierba crece en medio, sin permiso, sin que nadie hubiese pensado en ella, en su presencia. Las palomas se acercan para picotear las migas que les lanza el jubilado. La estatua del primer alcalde demócrata soporta estoica el sol de media tarde. Con paso apresurado, el estudiante cruza la calle reordenando sin orden el manojo de libros y papeles que hacen equilibrios entre sus manos frágiles. La fuente desdice a Heráclito y hace brotar un río en el que se remoja un gorrión una y otra vez. El frescor del agua embarga al transeúnte simplemente con el recuerdo de su sensación, aumentando su sed hasta la ansiedad irrefrenable. El dulzor mareante de las camelias impregna un aire denso e inmóvil. Y la hierba surge entre los níveos cantos que cubren el senderillo que corre entre los árboles de la alameda. Ocupa el espacio del parterre en el que no han plantado nada, aquél que no ha cubierto el rosal, ni el olivo, ni el pequeño y férreo boj que amenaza con vivir más que el parque. La hierba recubre la tierra desnuda, la que está en medio de, entre, sin principio ni fin. Aparece y se mezcla con todo.

Llegada es la estación estival y con ella el momento de distender la vida para paladearla bajo un sol más largo. Hora es de recolectar el fruto del trabajo y degustarlo como siempre se ha hecho en estas tierras. El tiempo de asueto, los días marcados en el calendario, en los que es obligación limpiar el aura de las cargas cotidianas, nos acogen. La rutina se rompe para retomar otra que forma parte de una que las engloba a todas. Todo prescrito, planificado, cartografiado para que cada elemento ocupe su lugar asignado en el mapa. Pero la Vida nos sorprende irrumpiendo en nuestra vida planificada, brota en medio para despertarnos y hacernos soñar de verdad, el sueño vivo que deviene sin control ante nuestros ojos, tan vivo y espontáneo como la hierba con la que nadie cuenta, por cotidiana, por sencilla, por intrascendente, siempre en medio, uniéndolo todo, como un hilo verde que nos cose a la realidad.

Autor:

Miguel Ángel Otero Abelenda

Subido por:

Rubén Pareja Pinilla