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Paseos y viajes musicales


Cristina Fernández
La música es una excelente compañera de viaje, que entretiene en los trayectos y nos acompaña en las vacaciones. Los viajes solemos asociarlos con canciones y melodías que nos permiten recordar los momentos vividos.
Schopenhauer afirmaba que la música era la imagen directa del mundo, un lenguaje universal y privilegiado a través del cual se expresan las distintas manifestaciones de la realidad.
El poder descriptivo de la música se impuso en el Romanticismo a través de la música programática. Es algo parecido a poner una banda sonora a una imagen, idea o sentimiento que el compositor suele expresar en el título de la obra, o haciendo referencia a un poema o a un texto literario. La música pretende trascender y significar algo más que sonidos. La sugerencia imaginativa que nos trasmite es capaz de hacernos viajar a mundos reales e imaginarios.
En el siglo XIX los movimientos nacionalistas llevaron a muchos compositores a inspirarse en sus países para desarrollar sus ideas musicales. Así surgieron muchas obras que nos trasladan a los paisajes y pueblos de estos músicos, basándose en su folklore.
Los viajes de Felix Mendelssohn  por Europa le sugirieron algunas de sus obras más importantes: la Sinfonía nº 3 (la Italiana), la Sinfonía nº 4 (la Escocesa) y la obertura Las Hébridas. La italiana es un canto al sur soleado y vibrante y sugiere la algarabía en las calles. La tercera sinfonía evoca una Escocia gris y sombría, con el sonido agudo de las gaitas, y Las Hébridas, es el resultado de sus impresiones al visitar la mágica gruta de Fingal en el archipiélago escocés.
En la música de Edward Elgar (1857-1934) no se reconocen elementos de la tradición musical inglesa. Sin embargo, la semejanza entre la típica línea melódica del músico, con amplios saltos y tendencia a la caída, y la entonación del habla británica, pueden ser la explicación de que su música suene a inglesa. Su marcha Pompa y Circunstancia y las Variaciones Enigma son algunos de sus mayores éxitos, que nos recuerdan al aroma de una humeante taza de té y nos trasladan a la abadía de Westminster o al Palacio de Buckingham. Vaughan Williams (1872-1958) eligió un lenguaje musical más cercano y comprensible. Su música tiene el poder tanto de evocar la atmósfera y los sonidos de las ciudades (Sinfonía Londres) como de hacer referencia a la campiña inglesa (Sinfonía pastoral).
El gran compositor finlandés Jean Sibelius (1865-1957) escribió siete sinfonías inspirándose en el paisaje de lagos helados, glaciares y bosques de Escandinavia. Su lenguaje musical está impregnado del entorno natural que tanto condiciona la vida y el carácter de los pueblos nórdicos. El conocido poema sinfónico Finlandia refleja su talento descriptivo y sentido patriótico, durante la lucha del pueblo finés por la independencia de Rusia.
La música de Edvart Grieg (1843-1907) nos acerca a las montañas y nos anima a hacer un crucero por los fiordos noruegos. La suite Peer Gynt es una de sus piezas más relevantes e interpretadas. Adaptó muchos temas y canciones del folklore de su país, contribuyendo a crear una identidad nacional.
Con la Sinfonía alpina de Richard Strauss (1864-1949) nos vamos de excursión a los Alpes bávaros, descubriendo prados floridos, cascadas y valles. El compositor emplea toda la variedad cromática de la orquesta para transmitir las impresiones que le invaden en su ascenso hacia las montañas que le vieron nacer y morir.
En el siglo XIX, Viena era la capital del Imperio austrohúngaro y la corte más esplendorosa del mundo, donde se celebraban espectaculares fiestas y bailes. El conocido vals El Danubio Azul, compuesto por Johann Strauss hijo (1825-1899), invita a un paseo musical por la capital austriaca.
Los compositores checos Bedrich Smetana (1824-1884) y Antonín Dvorak (1841-1904) seleccionaron melodías y ritmos de danzas populares bohemias para su música programática. El célebre poema sinfónico Moldava, de Smetana, describe el discurrir del río Moldava desde su nacimiento hasta desembocar en el Elba, y su paso por bosques y pastizales hasta llegar a Praga.
Basta un solo compás de la música del genial Mussorgsky (1839-1881) para imaginar un paisaje ruso. En sus originales armonías incorporó melodías de canciones populares rusas, consiguiendo un efectismo y lirismo avasallador, que refleja el alma del pueblo ruso.
Continuamos nuestro viaje por el continente americano, visitando el impresionante Parque Nacional Gran Cañón, en el norte de Arizona. La Suite del Gran Cañón de Ferde Grofé (1857-1934) es capaz de transformar en música la grandiosidad del paisaje que excavó el río Colorado.
De la mano de la Rhapsody in Blue, de George Gershwin (1898-1937), el compositor norteamericano que fusionó la música clásica con el jazz, nos adentramos en el ritmo trepidante de las calles repletas de viandantes, tráfico y sirenas de Nueva York. La Obertura cubana, otra muestra del lenguaje renovador de Gershwin, que compuso tras pasar dos semanas en la Habana y quedar cautivado por sus ritmos, nos empapa del sabor caribeño de Cuba.
Isaac Albéniz (1860-1909) utilizó ritmos de danzas españolas en la suite para piano Iberia, que evoca lugares tan dispares como el barrio madrileño de Lavapiés o la ciudad de Almería. En las Noches en los jardines de España, de Manuel de Falla (1876-1946), se describen lugares tan pintorescos como El Generalife de La Alhambra, con «impresiones sinfónicas” para piano y orquesta, que traen a nuestra memoria el fluir del agua en las fuentes y el aroma de los siempre verdes arrayanes.
Aunque este viaje músical no tiene límites, con la Copenhague Steam Railway Galop del compositor danés Hans Christian Lumbye (1810-1909), que recrea los sonidos de un tren de vapor, llegamos a nuestra estación de destino con una maleta cargada de música para viajar.

Cristina Fernández