Revista Literaria de Estudiantes de la Facultad de Filología – UNED

La meiga fallida

A veces dicen que es la noche más breve del año, sin pudor alguno, solo unos días después de haber atribuido el mismo título a la del solsticio Comenzado ya el estío, su madrugada siempre viene cargada de vigilia con magia, de hogueras, de páginas abiertas a cualquier fantasía…
En la ribera de un río, cánticos, miradas que se buscan, el bosque lejano nos regala aromas de tejo. Nos contempla la luna, de su mano surcamos las tinieblas en un ambiente que huele a azufre, con polvo de estrellas que decora nuestro sendero en la espesura…
No nos observa nadie. Deslizo ahora en el bolsillo de tu rebeca la herba de namorar para mi conjuro, y junto a ella mi deseo. Se trata de una planta protegida, cierto, pero recurrí a un contacto muy cercano para volcarme en este hechizo. Viene de Galicia, susurro, lleva tu nombre escrito en sus semillas. Sonríes con mucha picardía, te ases a mi brazo, embriagada, desfilan entonces sin freno los matorrales a nuestro paso y nos abren al fin el claro acariciante de las sábanas donde te pierdes a la deriva en el columpio de nuestras olas, inventadas a dúo…
Y amaneció. El sol, envidioso, nos sorprendió abrazados en tu lecho. Aún flotaban cenizas en el ambiente. Y volvió a amanecer, de nuevo, más de trescientas veces, con todos los colores y propuestas posibles. Ahora ya la luz de un nuevo día no suele hallarnos juntos, no saluda ni calienta nuestro despertar…
En ocasiones, vuelvo a preguntarle a la meiga que sucedió. Ella se encoge de hombros, me abraza y se aleja de mí en silencio, pensativa…
El sabor de la noche lo llevo adherido a mi piel desde aquella fecha y con él la certeza de que las espigas impregnaron su esencia en tu bolsillo; no avisarán cuando en alguna jornada más cercana que retoma, y aun estando secas, desde la repisa o la mesilla donde parecen descansar olvidadas, prendan la llama dormida en tu corazón. Bastará tan solo el suspiro de un sueño en el calor del verano estrellado, el soplido cómplice y benévolo del Bautista para avivar esas brasas...

Autor

Paul Dumas Kremer

Subido por

Rafael Sánchez Pérez