Revista Literaria de Estudiantes de la Facultad de Filología – UNED

La fuerza secreta de las palabras

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14)

Dicen que las palabras se las lleva el viento pero esto, ¿es absolutamente cierto? Las palabras tienen vida propia, podríamos incluso hablar, como en la película de Isabel Coixet, de la vida secreta de las palabras, porque todo aquello que nos decimos a nosotros mismos o les decimos a los demás tiene una importancia crucial en la formación de creencias. Las palabras tienen su propia vida "secreta", en el sentido de invisible y la mayor parte de las veces no somos conscientes de su inmenso poder.

Parece ser un hecho demostrado que todo lo que manifestamos en voz alta queda almacenado indeleblemente en el hemisferio derecho de nuestro cerebro. Esta es la razón por la que este aspecto ha de ser tenido necesariamente en cuenta a la hora de enseñar. Todo aquello que les decimos a los niños o adolescentes, cuya personalidad está aún sin formar, determina sus creencias sobre sí mismos. Del mismo modo, todo lo que nos decimos a nosotros mismos se convierte en verdad automáticamente para nosotros, puesto que determina nuestro modo de pensar, y nosotros somos fundamentalmente lo que pensamos, bien sea consciente o inconscientemente. Además el cerebro no discrimina si lo que decimos es en serio o en broma, de modo que un comentario del tipo: "¡qué tonto soy!", en clave de humor, hace tanto o más daño que una bomba que estalla en un centro comercial lleno de gente. Es por ello que todos los comentarios que se hacen en el ámbito escolar del tipo: “¡qué torpe eres!”, “¡vais a suspender porque no sabéis nada!”, o “¡qué mal pronuncias!” (en la clase de inglés, por ejemplo),  deberían de ser calificados como actos de "terrorismo escolar", porque fomentan los bloqueos, que los alumnos se sientan inferiores y que empiecen a vivir encogidos, favoreciendo las bases del sistema actual. Todo comienza ya desde abajo con el objeto de manipular, domesticar y enjaular, en vez de enseñar a pensar y a ser independiente, fuerte o capaz.

Estas acciones verbales se llevan muchas veces a cabo con la mejor de las intenciones. Yo diría que el docente nunca pretende, de forma consciente, hacer daño al alumno. Muchas veces puede existir de fondo un afán de perfeccionismo. Un ejemplo claro es el del profesor que le dice al alumno: “¡qué mal escribes!”, porque piensa que el estudiante puede hacerlo mejor y que de este modo el estudiante va a esforzarse más para lograrlo. Sin embargo, a través de este comentario el mensaje que le llega al alumno no es otro que: " escribo mal". Así, es más que probable que, a fuerza de escucharlo en boca de sus padres y profesores, se quede ya para siempre con esa etiqueta. Cuando esta persona llegue a los cuarenta años posiblemente siga pensado que escribe mal y no sea consciente de por qué. , o tiene muy claro que esto es así y ni se lo cuestiona. Su creencia será fruto del poder de las palabras del pasado.

Otras veces las manifestaciones verbales no tienen ningún objeto por sí mismas, salvo  referirse a algo que el docente considera un hecho palpable. Por ejemplo, en la clase de inglés el profesor exclama: “¡qué mal pronunciáis!”, y los alumnos se quedan automáticamente paralizados cual si hubieran recibido una descarga de metralla. Y yo me pregunto, si los alumnos pronunciasen bien, ¿qué trabajo tendría que hacer entonces el profesor? Si los alumnos lo entendiesen todo y tuvieran el nivel requerido, ¿para qué irían a clase? En definitiva, si los alumnos pronuncian mal, ¿quién es el verdadero responsable, que no culpable, de esta circunstancia? Un comentario como el anterior es realmente desafortunado, pues no fomenta la participación en clase, ya que sabemos que pronunciamos mal porque lo dice el profesor y seguiremos pronunciando mal hasta el fin de los tiempos, pues sus palabras sentenciaron nuestro devenir como angloparlantes.

Al hilo de todo lo anterior la pregunta desde el punto de vista práctico es cómo puede resolverse este asunto. Pienso que la única vía para lograrlo es la de hacernos cada día más conscientes de qué decimos y cómo lo decimos. Con esto me refiero tanto a lo que nos decimos a nosotros mismos como lo que les decimos a los demás y, en particular, a nuestros hijos y alumnos. El profesor hace su tarea conforme a lo que ha aprendido y conforme a lo que le han enseñado. Como decían los romanos "nemo dat quod non habet", nadie da lo que no tiene. No podemos culpabilizar a los profesores de sus errores, simplemente se trata de que actuemos de forma más responsable en un futuro. Los docentes deberíamos aspirar a ser maestros en el más amplio sentido de la palabra, es decir, no limitarnos únicamente a transmitir unos conocimientos teóricos, sino trabajarnos a nivel personal para llegar a conectar con la sabiduría universal. Solo de este modo será posible el cambio.

Como conclusión os animo a que si estáis aprendiendo un idioma os tratéis a vosotros mismos con cariño, este es el acertado consejo del profesor de italiano de Julia Roberts en la película "Come, reza, ama". En mi experiencia como profesora de inglés, un 90% de los alumnos que he tenido, sobre todo adultos, tienen tendencia a boicotearse a sí mismos, expresando en voz alta lo mal que pronuncian, lo mal que hablan o lo mal que entienden el inglés, cuando lo que sucede es simplemente que no le han dedicado el tiempo suficiente. ¿Cuál pensáis que puede ser la causa de todo esto?

Autora:

Susana Sanz García

Subido por:

Rubén Pareja Pinilla