Revista Literaria de Estudiantes de la Facultad de Filología – UNED

El microbús

 

Si existía un tema que podía salvar la carrera de Esteban era el del arte innovador. Picasso o Dalí conocidos del gran público, se imbricaban en aquellas páginas con artistas menos famosos como Yves Klein o Joseph Beuys.

 

De hecho, no era una asignatura independiente sino una lección del profesor…*, dedicada a los nuevos caminos de expresión, insertada en Técnicas y Medios Artísticos. Puede que esto sea para ir avanzando contenidos y abrir la mente de los estudiantes en una materia tan compleja, y algunas veces tan rechazada, como el Arte Moderno.

 

Esteban, distraído por naturaleza, se enmarañaba con las distintas técnicas serigráficas, litográficas y calcográficas hasta denominarlas según sus palabras como “un verdadero tostón”, al que por inoperante tendría que enfrentarse en la canícula veraniega si quería superar los exámenes de septiembre. Una sesión doble de óleo y mampostería la ha tenido cualquiera que haya estudiado Historia del Arte.

 

Pero hasta entonces, repasaba una y otra vez la única lección de aquella asignatura que no hablaba de pigmentos y aglutinantes, de vaciados o de modelados, sino de medios y de objetos. “El objeto fuera del lienzo. Esto sí que sí”, “A ver si por fin me entero por qué Picasso es Picasso”. “Y, de paso, me animo un poco”.

 

Aquella mañana Esteban había decidido ir a estudiar a la biblioteca después de arreglar unos asuntos cerca de la Puerta del Sol, para luego tomar el M1 que parte de la Plaza de Sevilla hasta llegar a la Glorieta de los Embajadores pasando por la Plaza de Lavapiés.

 

Aguardó pacientemente su turno en una pequeña fila compuesta sobre todo por jubilados y amas de casa residentes en lo más céntrico y castizo de Madrid, con sus empinadas y estrechas calles, tan estrechas, que impiden la circulación de los autobuses urbanos del tamaño habitual. De tamaño normal si se quiere. La solución adoptada para no interferir el tráfico, convirtiendo las angostas vías en un atascado cuello de botella, había sido la implantación de microbuses. Más manejables, fáciles de conducir aunque como diría Esteban “un punto cómicos”.

 

El microbús, chaparro y coleto, comenzó a serpentear por el asfalto más deprisa que despacio, con una particularidad que llamó la atención de Esteban. El conductor, seguro fan de Fernando Alonso, bocinaba con insistencia a todo lo que se le cruzaba ya fueran automóviles, canes o viandantes. Iba fumando, cuestión contraria al reglamento y a la urbanidad, demostrando que era un hombre reacio a la autoridad y vehemente en todas sus acciones, por lo que parecía.

 

Esteban se acomodó en uno de los asientos libres al lado de una elegante anciana, sonriéndose del nervio del autobusero, preguntándose además por qué la mampara que separa al conductor del resto de ocupantes había sido desmontada, “se habrá roto” pensó, mientras intentaba enfrascarse en las páginas que le iban a introducir (de forma abigarrada aunque sorprendente) en la colorida negrura de un arte tan apasionante como controvertido. El arte de vanguardia.

 

“El Objeto fuera del Lienzo”, se titulaba la lección. Para abrir boca. Al ser su segunda o tercera lectura, Esteban iba haciéndose una somera idea del asunto. Los objetos, cualquier objeto, son susceptibles de ser incorporados a una obra solo porque el autor decida hacerlo, aunque siempre con intención comunicativa. No están ahí por el capricho de un artista con aspecto de artista. “Será eso”, se dijo Esteban.

 

En la obra titulada Naturaleza muerta con silla de rejilla, Picasso añade un trozo de cordel (sí, un trozo de cuerda) al lienzo mezclando la representación pictórica con un objeto real, que por el momento se limita a sustituir la que hubiera sido su imagen pintada y que ahora es material.

 

Pero Picasso, que para eso era Picasso, se atreve a más. Una vez que los objetos se incorporan a las obras van ganando protagonismo hasta que el artista logra la culminación de este proceso realizando un cuadro (¿o es una escultura?) denominado Guitarra con materiales innobles y sin afán de belleza. Ya no se trata de incorporar un objeto al lienzo, sino que el objeto reconstruido y reinterpretado desde la imagen es en sí la obra artística autónoma. Según empezaba a pensar Esteban gracias a sus estudios: uno de los puntos de inflexión en la Historia del Arte.

 

Sin solución de continuidad las normas para pintar, esculpir y crear visualmente son demolidas por unos artistas que innovan buscando lo hasta ahora irrepresentable. Como en el caso de los futuristas italianos; se atreven con la captación del movimiento o la incorporación del tiempo (¿hay algo a priori menos pictórico?) al universo que encierra el lienzo.

 

Juegan, provocan, crean sin límites (salvo el de su talento imaginativo) inseminando todo el arte que será del terrible siglo pasado. Aquel germen influirá en cineastas, escritores y fotógrafos vislumbrando mil caminos artísticos que generarán instalaciones y performances. O Happening. O el conocido como Land Art, donde la Naturaleza es utilizada, mimada, como el material creativo del artista.

 

Esteban empezaba a diferenciar los performances de los happenings. En los primeros, donde se podría destacar a Yves Klein, las experiencias artísticas se definen porque la obra es representada, se desarrolla en un espacio y tiempo determinado y, sobre todo, que sin la mirada y la comprensión (la admiración, el rechazo) del espectador, la obra está inacabada.

 

Los happenings ahondan en esta idea, necesitando expresamente de la participación del público como parte integrante y esencial de la obra. La frontera entre creador y espectador se difumina. “Lo empiezo a entender, aunque todavía no lo acabo de asimilar en profundidad”, se reconoció Esteban.

 

La figura de Joseph Beuys le sorprendió. La vida de este artista es tan extraña como su obra. Piloto de la Luftwaffe durante la II Guerra Mundial, fue derribado en Crimea siendo rescatado por nómadas tártaros y se inspiró en estas experiencias para crear muchas de sus controvertidas acciones. Una de las más célebres fue la titulada Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta, donde el creador encerrado en una habitación describía al oído del cadáver del animal los dibujos expuestos en la misma sala. El público, atónito, presenciaba la escena intentando extraer sus propias conclusiones. “Esto no lo entiendo”, se volvió a reconocer Esteban. Si acaso, pensó, “¿cómo explicar un cuadro a quien no quiere entenderlo?”.

 

La lectura de este tema avanzaba entre términos vagamente conocidos y el reconocimiento de otros más asentados. Arte piovera, o conceptual, o mínimal donde las formas básicas son presentadas sin alterar su discurso dejando que se expresen con toda la fuerza de su simplicidad. “¿Se podría utilizar lo mínimal para el diseño gráfico?, ” reflexionó Esteban. La avalancha no acaba aquí. Cabaret Voltaire, el Manifiesto Surrealista, Breton, Picabia… Nueva York.

 

Un transgresor soplo de aire fresco colisionando con el establecido arte canónico.

 

- Joven - le interrumpió en su lectura la airosa anciana sentada a su lado-. ¿Estudias en la UNED, verdad? Esos libros tan enormes son inconfundibles.

 

- Los hay unos más grandes que otros, tiene usted razón señora - contestó Esteban mientras levantaba la mirada de un manual. De color beis.

 

- ¿Y son amenos?

 

- Algunos más que otros… - dijo Esteban.

 

- No lo dices muy convencido, joven.

 

- Si le digo la verdad señora... Me está pareciendo una carrera bastante dura.

 

- No te quejes - le animó - las carreras siempre ha sido duras. ¿Qué estudias?

 

- Historia del Arte. Fui diseñador gráfico pero con la crisis…, entonces...,  porque mi pasión es… y para no perder el tiempo - empezó Esteban como a disculparse.

 

- Por lo que sea - zanjó ella - Aquí donde me tienes, yo también estudié en mi tiempo...

 

- ¿Bellas Artes, quizá? – preguntó Esteban con la esperanza de que así hubiera sido. Le hubiera hecho mil preguntas.

 

- No, no, joven - y Elena, que era su nombre, ahogó una risita. - Nunca quise ser entendida en arte. Estudié filosofía.

 

- Ah, me da igual, le podría hacer aún más preguntas... ¡la estética! - alzó Esteban la voz.

 

- Deja, deja, que hace muchos años que lo abandoné. No me dediqué a ello. La familia, la casa, eran otros tiempos…. Pero siempre me gustó releer a Kant.

 

- Ese, ese. Ese nos está volviendo locos; el gusto, el genio, la crítica, yo qué sé...

 

- Tómatelo con calma joven. No te atragantes con Kant. Bien pensado... no te atragantes con nada. Por cierto, cuánto humo hay aquí, ah, ah, ah…

 

- Es el conductor. Va fumando... - comentó Esteban lo evidente buscando una explicación.

 

- Es Faustino. Se hace llamar “Fausto”. El Ayuntamiento le ha dejado por imposible. Lleva tanto tiempo aquí, que les da no sé qué despedirle. Es anarquista.

 

Esteban no pudo reprimir una carcajada. Intentó retomar la conversación. Aquella mujer le parecía más inteligente y cultivada que lo que su estudiada humildad dejaba entrever.

 

- Pero... Si estudió usted filosofía, algo sabrá de arte. Seguro. La Filosofía y el Arte van de la mano. Es algo que yo no sabía.

 

- La filosofía va de la mano de muchas cosas. O debería.

 

- De los mercados, no. Con esos no hay filosofía que valga - se quejó Esteban -. Es curioso, la mayoría de las actividades de la sociedad están sometidas a códigos éticos. Filosóficos al final. Pero el parné a su bola...

 

- Eso ha sido siempre así, joven. Mal remedio tiene...

 

- Ninguno.

 

- Bueno joven, la próxima es mi parada. De arte sé poco. Pero sí te puedo decir que las vanguardias tuvieron mucha resonancia en mi época.

 

- Sí. Dígame cómo. Dígame quién. Dígame algo - suplicó Esteban con cara de besugo.

 

- Duchamp - dijo Elena incorporándose.

 

- ¿Duchamp?

 

Elena, desde la escalerilla que da acceso a la calzada, se giró y echándose hacia atrás el largo pañuelo blanco que llevaba anudado al cuello le deseó:

 

- Suerte con Duchamp - dijo al despedirse en voz alta. Todo el microbús la oyó.

 

Esteban quedó absorto una vez más. Seguramente no volvería a ver a aquella anciana nunca más. Y, sin embargo, fue una de esas conversaciones que quedan grabadas, no por especialmente interesantes sino porque son distintas, perteneciendo a otro mundo que no es el impuesto: el familiar o el académico. El de las redes o el mediático. Son distintas al ser casuales y por lo tanto libres, sin un guion preestablecido, sin una pose que salvaguardar. Pertenecen a la calle y a las personas por no estar censuradas ni dirigidas. A Esteban el tiempo se le iba a evidenciar como soñaban los futuristas. En su caso, en un microbús henchido de humo al timón de un conductor anarquista...

 

- Joven, joven... ¿He oído Duchamp? He oído bien... Ah, no, por ahí sí que no paso.... ¡Fuera, a la calle! ¡Bájese inmediatamente!

 

- ¿Qué?

 

- No se haga el remolón. ¡A la calle! En mi autobús no llevo a admiradores de Duchamp. ¡Eso jamás! Por encima de mi cadáver...

 

- Pero qué está usted diciendo... ¿Pero por qué me tengo que bajar?

 

- Joven - intercedió una mujer de mediana edad - haga caso a la autoridad, que llevo prisa.

 

- ¿Pero qué autoridad? Si es Faustino...

 

- Habrase visto... ¡Duchamp! Si es que los de la UNED sois todos iguales. Sois famosos en todo el barrio. Si lo sabré yo - continuó un anciano trajeado que llevaba una chapita en el ojal.

 

- Pero qué locura es ésta...- reflexionaba Esteban en voz alta.

 

- Y además tiene cara de dadaísta.

 

- ¿Dadaísta? Pero qué dice señora. Yo no tengo pinta de nada.

 

- ¡Qué se baje! No traslado a seguidores de Duchamp a ningún sitio. ¡Andando se llega a cualquier parte! - vociferaba Faustino - Hágame caso, se lo ordeno…

 

- Vamos a ver, oiga. Que estudio arte, ahí abajo en la plaza, pero no soy seguidor de nada ni de nadie...

 

- Joven, no se engañe - continuó la señora -. El que estudia a Duchamp se acaba corrompiendo.

 

- ¿Corrompiendo?

 

- Sí, sí, joven. Hablemos claro - era el anciano con su chapita refulgente -. Todo ese arte “estropeado” que les gusta a ustedes. Picasso, Warhol, Dalí. ¡Libertinos! Y lo que es peor. ¡Bohemios!

 

La señora se santiguó mientras el anciano seguía su perorata.

 

- Y pintar, pintar, lo que se dice pintar, ni idea...

 

- Pero qué dice hombre...- acertaba a vocalizar Esteban cada vez más sorprendido.

 

- Joven, no saben pintar. Picasso, por ejemplo, no pinta nada de nada pero por lo menos es español.

 

- Pero qué está usted diciendo, buen hombre... Picasso sí sabe pintar. Mire, señor, una cosa es que no existan figuras pintadas de forma realista, como en una foto, ¿entiende?, y otra cosa muy distinta que un autor de la talla de Picasso no sepa pintar, que lo hace así deliberadamente... ¿Qué hago yo explicándole nada a nadie?

 

- Nchx, Nchx, Nchx - se le oyó chasquear al anciano-. No me engañe joven. Yo no pongo en duda que Picasso sea un gran artista. Pero lo que comúnmente se conoce como pintar. Pintar, pintar. Ni idea. Que te lo digo yo. Hazme caso chavalote...

 

- Encima se me pone borde...- protestó Esteban - Mire señor. Lo que pasa es: a) que usted no tiene ni idea, b) sus ideas de arte me importan un bledo. Se va usted a la UNED a ver si aprende... y c) para que usted me entienda: les sacan a ustedes de Velázquez y no dan pie con bola.

 

El anciano miró hacia los demás viajeros y como respuesta unánime sonó un grito que fue un clamor.

 

- ¡Velázquez! ¡Velázquez! ¡Velázquez! ¡Velázquez! ¡Velázquez! ¡Velázquez! ¡Velázquez!

 

- ¡Qué se baje! Con los seguidores de Duchamp pasa siempre lo mismo.

 

A empellones expulsaron a Esteban del M1, Plaza de Sevilla hasta la de los Embajadores.

 

“¡Hereje!” “¡Disoluto!” fue lo último que acertó a escuchar Esteban.

 

El microbús inició su marcha reptando entre las callejuelas bocinando a todo transeúnte viviente, mientras que Esteban intentaba reponerse a una de esas muchas situaciones incomprensibles que la vida algunas veces regala. Pensó un momento, suspiró y antes de iniciar camino calle abajo hacia la Universidad se le oyó exclamar mirando a cámara:

 

- Esto es surrealista...

 

 

 

Cita*Del profesor Jesús López Díaz.

 

 

Bibliografía

Esther Alegre Carvajal

Genoveva Tusell García

Jesús López Díaz

Técnicas y Medios Artísticos

Madrid. Uned.

Autor:

Eduardo Esteban Román Ramírez

Subido por:

Marisa Lozano Fuego