¿Terminar un doctorado para seguir con la incertidumbre y la precariedad? El malestar en la carrera académica en España

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24/02/2020 – Gomer B. Nuez (UNED)

En los últimos años venimos aconteciendo a un fenómeno relativamente nuevo que cuestiona de fondo el relato meritocrático académico con el que nos habíamos socializado quienes estudiamos nuestras carreras en el cambio de siglo: “si haces un doctorado, vas a tener trabajo en la universidad”. Hay, al menos, tres grandes factores contextuales han cambiado el marco de la carrera profesional en la universidad: los efectos de la crisis económica de 2008 en la (des)regulación y disminución de los presupuestos universitarios; la integración de la enseñanza universitaria en el Espacio Europeo de Educación Superior; la adaptación de patrones anglosajones en la certificación de la carrera académica.

Estos tres grandes factores están muy bien engrasados entre sí y, para el caso español, se añade una circunstancia adicional: el aumento de las matriculaciones en los doctorados cuando la crisis económica empieza a ser más palpable allá por el 2010 (gráfico). El resultado más visible a corto plazo: una inflación de doctores en pocos años que tienen que replantearse su trayectoria laboral, al haber poco sitio para desarrollar una carrera académica en la universidad española. Incluso en países de la OCDE ha habido algunas dinámicas compartidas, principalmente para las mujeres y los doctores/as más jóvenes, que se encuentran en una situación relativamente peor en cuanto a las tasas de empleo que antes de la crisis (Auriol et al., 2013). Obvio que cabe la posibilidad de que un doctor/a se integre en el mercado laboral fuera de la universidad y los centros de investigación, pero con el jurásico sistema de I+D+i español, las opciones de inserción y estabilidad profesional en la empresa privada de personas con doctorado no son halagüeñas.

Gráfico 1. Número de tesis doctorales leídas en España (2008-2013)

Fuente: Estadística de tesis doctorales (Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades)

De estos factores contextuales, vamos a centrarnos en la interrelación de las implicaciones de los nuevos programas de doctorado con respecto a la adopción de patrones anglosajones en la certificación de la carrera académica. Lo que llamamos en círculos informales la dictadura ANECA. Lo voy a plantear someramente desde mi propia experiencia, una suerte de autoetnografía de andar por casa, digamos. Quienes estamos en investigación predoctoral y postdoctoral y nos planteamos hacer carrera académica, vivimos una ansiedad constante por la exigencia impuesta (e interiorizada disciplinariamente) de la “necesidad” de ir haciendo méritos todo el tiempo parar abrirnos paso en la academia, a veces hasta el punto de ser incompatible con el sostenimiento de nuestra propia vida (Ávila et al., 2018).

El tránsito de la tesis

Una vez estamos realizando el doctorado y tenemos el tema de tesis doctoral elegido, ya empezamos con las sugerencias de cómo hacer el trabajo de campo y publicar las investigaciones relacionadas. “Elige un tema publicable”, “intenta sacarte un JCR”, “llévalo a un congreso para que te den feedback”, “la puedes hacer por artículos y ya sales con publicaciones” … son frases recurrentes que uno recibe cuando ya está a medio camino del doctorado (y ya ha pasado esa criba de miles de personas que deciden abandonar el doctorado por falta de dinero, por no poder conciliar vida y academia…). Pero claro, como señalan Gómez et al. (2015), las posibilidades de realizar investigaciones críticas (en su sentido amplio) muchas veces dependen del formato donde publicas (el jotacerrismo), y del tiempo disponible que tengas. Si el formato que valida la Essaylamba.com investigación va a ser una revista con un formato concreto y el tiempo es muy limitado, el carácter crítico, riguroso e interdisciplinar de la investigación puede verse mermado.

En realidad, la primera criba es normativa y está en Real Decreto 99/2011, por el que se regulan las enseñanzas oficiales de doctorado y que nos obliga. Este nuevo formato de doctorado (que no lleva una década y deriva del Espacio Europeo), lo que hace es acortar el tiempo para realizar la tesis (trampas incluidas de varias prórrogas y figuras oxímoron de “bajas temporales” con “alta de matrícula”), y obligar al doctorando a tener al menos una publicación en los índices Scopus o JCR, o bien un capítulo de libro en índices de alto impacto. Y el “consejo” de la mención internacional en el título de doctor, para lo cual uno necesita estar 3 meses en un centro de investigación extranjero (si consigues financiación o te lo puedes permitir, claro), el aval de dos personas doctoras fuera de España, que un experto internacional en la materia esté en el tribunal de la tesis. El mensaje es claro: “si quieres doctorarte entra primero por el aro. No tardes mucho en hacer la tesis que es un trámite, internacionalízate, publica en revistas indizadas, si puede ser en inglés mejor”. Y así de paso que podamos fomentar la “movilidad exterior” de jóvenes doctores/as, si no encuentran empleo al doctorarse.

Al finalizar la tesis doctoral

¿Y después de la tesis, qué? Buena pregunta… Hemos pasado de la pregunta de “cuándo depositas la tesis” a “qué hacer al terminarla”. La felicidad de terminar la tesis dura lo que tardas en plantearte qué hacer ahora. Lo habitual es que todo el mundo te pregunte si vas si te has acreditado en la ANECA, si vas a optar a una postdoc, si te vas a la empresa privada, etc.

La etapa de la finalización de la tesis, con el simbólico y performativo acto de la defensa ante tribunal, abre una dura encrucijada a miles de investigadoras. La incertidumbre y las inseguridades se disparan. La pregunta de qué hacer viene realmente determinada por las posibilidades reales a las que optar en el corto plazo (pero pensando en el medio-largo plazo). Ciñéndonos al mundo universitario, ¿qué posibilidades ofrece la universidad y los centros de investigación en España? Fundamentalmente, hay dos vías a corto plazo: 1) postular a un contrato o beca postdoctoral, o bien 2) intentar la vía de la docencia-investigación en la universidad. Vamos a contemplar estos dos escenarios (hay muchos otros).

Escenario 1, postular a un contrato postdoctoral. Los contratos postdoctorales están diseñados para esa transición entre doctorarse e insertarse en la carrera académica para los doctores (salvo las Ayudas para contratos Torres Quevedo, que son las únicas destinadas a “la contratación laboral de doctores que desarrollen proyectos de investigación industrial”). De forma que quedan, al menos a nivel estatal, los contratos Ramón y Cajal (que fomentan la “incorporación de investigadores nacionales y extranjeros con una trayectoria destacada en centros de I+D”) con 200 ayudas anuales. Y los contratos Juan de la Cierva formación para recién egresados doctores/as que son 225 ayudas anuales y, los contratos Juan de la Cierva incorporación, otros 225 anuales. En total, unos 650 contratos al año para doctores que quieran seguir la carrera académica, de los cuales para los recién doctorados solo 225 de los Juan de la Cierva formación, porque los otros se enmarcan en la narrativa de la excelencia investigadora que requiere de años investigando y publicando.

A ello se añade una amalgama de contratos públicos de diferentes comunidades autónomas con poco nivel de armonización normativa a nivel estatal y de diferentes disciplinas científicas, como se puede ver en el último mapa publicado de la carrera investigadora en España.

Atendiendo a los últimos datos del Ministerio, que arrojan 17.286 egresados doctores/as en 2017 (último año disponible de la estadística de tesis doctorales del MCIU), no parece que las cifras sean muy motivadoras para optar a este tipo de contrato posdoctoral, una vez se finaliza el doctorado. Cálculos propios a partir de la visualización de la última convocatoria desvelan que, para las 225 ayudas de la Juan de la Cierva Formación, postularon más de 600 solicitantes. Para la Juan de la Cierva incorporación hubieron más de 1000 solicitudes. Otras fuentes indican que en la postulación a estos contratos la tasa de éxito ronda el 10%. Parecen pocos contratos, y de las solicitudes que tenemos datos que se realizan, con una criba considerable.

Otras posibilidades para continuar en la investigación después de finalizar el doctorado es postular a diferentes tipos de contratos vinculados a proyectos de investigación, de personal de apoyo a la investigación etc. No hay datos públicos suficientes para hacernos una idea de estos, pero sí testimonios suficientes para concluir que se plantean como contratos postdoctorales (y con tareas postdoctorales) contratos pensados para que sean de apoyo a Proyectos de I+D+i (Castillo y Moré, 2018: 64-70). Más allá del dumping salarial y ocupacional de esto, las consecuencias para la persona investigadora es tener responsabilidades altas y con mucha presión, no revertidas en el salario directo ni en el salario indirecto (el que alude a acumular méritos -acreditación de ese postdoc, tareas no reconocida- para un supuesto contrato público a futuro).

Escenario 2: abrirse camino como docente en la universidad

Para quienes hayan terminado recientemente el doctorado, la posibilidad de abrirse camino como docente dentro de la universidad se ha complicado en los últimos años a partir de la irrupción de la crisis económica, que implicaba la subsiguiente infrafinanciación de universidades públicas. Lo que se ha venido traduciendo, en esta materia, en una bajada considerable de la contratación de profesorado. Pero también en la búsqueda de todas las fórmulas posibles de trampear en la contratación tras la congelación de oferta de empleo pública de 2012 (menos docentes, fomento de la investigación para acreditarse, más horas de clase…).

Esto implica la multiplicación de las figuras precarias en la transición a una hipotética plaza en la universidad: figuras de (falsos) asociados, colaboradores, ayudantes, profesores-tutores, “consultores” etc. Y se abre la vía a que entre por vía privada lo que el Estado deja de financiar, siendo el Banco Santander alumno ávido con la fórmula mágica de “la investigación que no financia papá Estado, la pago yo. Y ya de paso, limpio mi imagen pública de esos rumores de especulación, clausulas hipotecarias abusivas, desahuciar a familias sin alternativas habitacionales…”.

Pero no nos desviemos con los “daños colaterales”. El objetivo más frecuente de quien se plantea acceder a la carrera académica es postular a una plaza de ayudante doctor, básicamente porque es la que ofrece en España la estabilidad de seguir la carrera académica en adelante de forma mucho más regulada y estable (después de contratado doctor y después la de titular). Ahí entra el calvario que exige la ANECA: acreditarse y hacer todos los méritos posibles.  Acreditarse requiere de semanas para rellenar una aplicación infame, teniendo que certificar cualquier mérito que minuciosamente puede determinar que esa agencia (o la homóloga autonómica) te digas si eres apto/a o no a concursar para esa plaza de ayudante doctor-a. Enmarcado todo ello en una dinámica de prácticas asumidas cotidianamente que (nos) vulnerabilizan a la par que convierten el trabajo en la academia en una labor individual y de competición (Pérez y Montoya, 2018).

La otra parte son los méritos, delimitados también por la ANECA. Aquí puntúa un 60% la experiencia investigadora (artículos, libros, proyectos, contratos, congresos) y un 35% la formación y experiencia docente (formación académica de calidad, estancias, experiencia docente). En la práctica, es disciplinar la investigación y devaluar la docencia (Fernández-Savater, 2016). Y que facilita el efecto Mateo en la ciencia. Si una persona entra para hacer el doctorado en un grupo de investigación puntero, con un investigador/a principal con una trayectoria consolidada, podrá tener con mayor facilidad y rapidez acceso a publicaciones de impacto, entrar en proyectos competitivos, posibilidad de contratos de investigación, asistencia a congresos internacionales con precios prohibitivos etc. Lo que viene siendo consolidar una elitista y reproductiva estratificación de la comunidad científica, como señalaban Merton (1968) y Bunge (2002). Y conseguir en menos tiempo acceso, mediante ese capital relacional consolidado, a publicaciones y méritos importantes para no salir de la carrera.

En cambio, quienes no han tenido esa posibilidad o han estado encadenando contratos precarios de ayudante, asociado, asociado parcial, tutor… no solo no tienen esa posibilidad, sino que además destinan gran parte de su tiempo a preparar la docencia, que a su vez puntúa menos en los concursos. Y tienen que hacer equilibrismos para poder hacer los méritos más puntuables que filtran de facto el acceso a una plaza estable. Si son mujeres, migrantes, de clases trabajadoras, las dificultades se van solapando en una carrera interminable que consigue con frecuencia el efecto de filtrar y sacar del camino a esos candidatos-as.

En el medio-largo plazo, la inestabilidad laboral se hace acuciante, cuando se junta con la etapa de formar una familia, con desigualdades de género, con pocas expectativas a largo plazo y con la alta carestía de la vivienda en las principales ciudades donde están las universidades.

La politización de algunos malestares

La historia es caprichosa y nos habla, como decían los Kortatu, de algunas batallas que no puedes encontrar en los mapas, como el caso de la lucha de los/as profesores/as no numerarios (coloquialmente PNNs). Estos profesores también reclamaban en la Transición una regulación clara y unas condiciones dignas de contratación laboral en el marco de un control permanente de profesores de la universidad, también con la reclamación de fondo de democratización universitaria (más radical en esa otra época).

Esos malestares crecientes en el colectivo de investigadores vienen arrastrados de años y algunos colectivos han conseguido politizarlos y llevar sus demandas a la consideración sindical, política y legislativa. Desde hace años, diversos colectivos de investigadores/as llevan movilizándose para conseguir un estatuto laboral que regula las condiciones laborales de los investigadores universitarios predoctorales, consiguiendo aprobar el Estatuto el Personal Investigador en Formación (EPIF) hace casi un año.

Nada es fácil. Por un lado, ese estatuto tardó años en debatirse, consensuarse y aprobarse. Por otro lado, la mayoría de las universidades han estado reticentes a aplicarlo debido principalmente a las subidas salariales que conlleva (ya sabemos, el discurso del déficit…), consiguiendo su aplicación solo a partir de las movilizaciones de los colectivos de investigadores/as. En Catalunya, los predocs siguen todavía en lucha para que se armonice la norma estatal del EPIF en la comunidad, y que implique así un cuarto año de contrato en los contratos derivados de la comunidad o de universidades catalanas, algo que la Generalitat de momento no aplica. La escala del conflicto continúa, y en alianza con la CGT, el colectivo Doctorandes en Lluita lleva meses protagonizando la lucha y presionando para esta aplicación, utilizando para ello repertorios desobedientes como la impugnación de la convocatoria de doctorados o el bloqueo de reuniones institucionales de equipos rectorales catalanes. La conclusión es clara: solo una amplia base social, mucho trabajo en redes sociales y el uso de repertorios desobedientes en reuniones estratégicas (con la cobertura de prensa) va a sentar al gobierno catalán a aceptar las demandas (legales, por lo demás), del colectivo.

Por la parte de los postdoc, parte de los investigadores que politizaron la lucha del EPIF han conseguido, con el apoyo de una transversal Federación de Jóvenes Investigadores/Precarios, consensuar el homólogo al EPIF para los postdoc: la propuesta de una suerte un de convenio sectorial para el personal investigador no estabilizado. De manera se podrían asegurar mejoras salariales sin pérdida de poder adquisitivo. Y equiparar esas condiciones a ocupaciones sin convenio claro, como investigadores, gestores y técnicos de laboratorio.

Por último, por el lado de profesores/as precarias venimos asistiendo a diversas protestas dispersas y fragmentarias que nos ilustran del malestar de profesores y profesoras sin estabilidad en la universidad. Hasta el punto de reconocer un Ministro el escándalo de la alta precariedad del profesorado en la universidad española. Nos quedamos sin dedos si empezamos a contar los casos. Hace poco se dio una huelga en la Universitat de Valencia por el malestar de los profesores asociados, sobre todo por la figura del falso asociado, tan utilizada en los últimos años para sacar plazas temporales de forma rápida en algunas universidades. Los profesores/as asociados/as, una figura pensada para que expertos/as del mundo profesional pudieran compaginar su expertise profesional impartiendo un limitado número de horas en la universidad española, ha subido hasta un 30% del total de profesorado universitario. Un auténtico escándalo que habla por sí mismo de prácticas chapuceras de universidades para cubrir plazas estables de profesorado.

O figuras como profesores-tutores, muchos de los cuales tienen dedicación completa a esa docencia y no están dados de alta en seguridad social ni le cuenta la docencia en la ANECA, y que recientemente empiezan a politizar sus demandas laborales. Siguiendo con la neolengua académica, esa misma figura de tutor o colaborador/a docente se denomina en la UOC consultor, y son profesionales que cobran la docencia solamente a final del cuatrimestre, sin derecho a vacaciones remuneradas. Orwell se quedó corto…

La nueva legislatura ha echado a andar con la separación de los ministerios de Ciencia y de Universidades. No parece lo más adecuado para la universidad, según palabras del propio ministro Castells. El foco de la protesta y de las demandas tendrá que esperar para ver las competencias concretas de cada ministerio. El ministro Castells se ha comprometido a trabajar en un Estatuto del Personal Docente Investigador, veremos… Como con el EPIF, las posibilidades de que ese hipotético Estatuto sea la más garantista posible y que contemple la regulación y dignificación de tantas situaciones como las descritas anteriormente va a depender, además de la voluntad política, de nuestra capacidad de presionar y politizar el asunto para que las demandas de los colectivos de investigadores/as y precarias sean atendidas.

Referencias:

Auriol, L., Misu, M. y Freeman, R.  (2013). Careers of Doctorate Holders: Analysis of Labour Market and Mobility Indicators». OECD Science, Technology and Industry Working Papers, No. 2013/04, OECD Publishing, Paris.

Ávila, D., Ayala, A. y García, S. (2018). La Universidad y la vida…, o cómo mantenernos vivos en medio de la neoliberalización de la Universidad. Disparidades. Revista de Antropología, 73(1), 55-61.

Bunge, M. (2002). El efecto San Mateo. Polis, 2. Disponible en https://journals.openedition.org/polis/8033

Castillo, J. J. y Moré, P. (2018). Universidad precaria. Universidad sin futuro. Madrid: FUHEM Ecosocial.

Fernández-Savater, A. (2016). “Disciplinar la investigación, devaluar la docencia: cuando la Universidad se vuelve empresa”, El Diario (19/02/2016), disponible en https://www.eldiario.es/interferencias/Disciplinar-investigacion-devaluar-docencia-Universidad_6_486161402.html

Gómez, L., Jódar, F. y Bravo, M. J. (2015). Gubernamentalidad neoliberal y producción de conocimiento en la universidad. Genealogía de una configuración subjetiva. Universitas psychologica, 14(5), 1735-1750.

Merton, R. K. (1968). The Matthew Effect in Science. Science, 159 (3810), 56-63.

Pérez, M. y Montoya, A. (2018). La insostenibilidad de la Universidad pública neoliberal: hacia una etnografía de la precariedad en la Academia. Disparidades. Revista de Antropología, 73(1), 9-24.

 

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