Las hogueras de Barcelona y otras hogueras

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30/10/2019 – María Jesús Funes (UNED)

¿Recuerdan aquello de que uno señala a otro la luna y el otro en lugar de mirar la luna sólo mira el dedo? De alguna manera eso es lo que está pasando en nuestro país, últimamente (tal vez hace mucho), en relación con Cataluña.

La noche del viernes 18 de octubre unas decenas de encapuchados se aplicaron duramente a “quemar Barcelona”. Mientras tanto, varias cadenas de televisión y emisoras de radio se aplicaban, intensamente,  a “quemar” el país. Los primeros quemaban en sentido literal, los segundos, ¡claro! en sentido figurado. Ambas son formas de irresponsabilidad política, pero el grado de responsabilidad social esperable de unos y otros es muy distinto. Si unos ciudadanos que se sienten agraviados e intensamente airados (otros calificativos son posibles, desde luego) forman hogueras en calles llenas de árboles y de pisos en los que viven decenas de personas su responsabilidad es ineludible. Están poniendo en riesgo vidas y gastando mucho dinero de las instituciones que tendrán que dejar de atender necesidades de los barceloneses para reponer material urbano y reconstruir todo lo destruido y, en consecuencia, estos grupos merecen la penalización correspondiente de las autoridades y el descrédito de la sociedad.

Pero los medios de comunicación no son ciudadanos particulares tienen una responsabilidad mucho, muchísimo mayor, son creadores de opinión, generadores de estados de ánimo y conformadores de los umbrales de tolerancia de la ciudadanía. Responsables, en buena medida, de los niveles de cohesión social y entendimiento, o de crispación y odio; de aumentar más y más la temperatura emocional de este país.

Ese día hubo dos acontecimientos muy importantes en Barcelona. Por un lado, una gran manifestación de personas que, una vez mas, se manifestaban pacíficamente reclamando unos derechos que  pueden gustar a unos mucho y a otros nada pero que legítimos son. Por otro, el que ya hemos descrito, altercados, no solo pero principalmente en Barcelona, apedreamientos, intercambio de ataques y hogueras que nos asustaron a todos.

¿Es posible que durante horas y horas,….y horas no hubiera otra noticia que mereciera la atención mediática, de forma que sólo se vieran las hogueras de Cataluña en varias cadenas televisivas? ¿Ayuda algo esta insistente atención? Pero, pasan los días y las imágenes de esa Barcelona ardiendo son casi ubicuas. Hay otras cosas, claro, que le importan a muchas personas, problemas de cada día realmente graves, pero es más rentable la imagen del fuego. Por supuesto que no podían dejar de prestar atención a estos hechos, pero, ¿era el tratamiento adecuado? ¿No supone excitar la opinión pública en una determinada (peligrosa) dirección?

Desde la Sociología del Conflicto existe una amplia experiencia en analizar este tipo de fenómenos que creo que ayuda. La teoría del proceso político permite entender que tanto la manifestación pacífica como los disturbios no dejan de ser dos repertorios de protesta, es decir, dos maneras de expresar un fondo, fondo que no debería ocultar el exceso de atención a las formas. Porque las imágenes del fuego están ocultando muchas cosas, no sólo el hecho político que, evidentemente, no está siendo bien gestionado como demuestra este ciclo de protesta que vive en la actualidad uno de sus momentos álgidos. Se ha extendido un tratamiento que podríamos llamar evasivo (lo de sólo mirar el dedo) y hay muchos ejemplos de ello. En primer lugar, muy serio, la criminalización de la desobediencia civil. Desobedecer las leyes tiene consecuencias, bien lo saben los voluntarios de Green Peace cuando obstaculizan con sus cuerpos el entierro de residuos nucleares; lo sufría Gandhi cuando sus sentadas impedían el paso y recibían los apaleamientos de la policía. Fue lo que hizo Rosa Parks cuando se negó a respetar la ley que le obligaba a ceder el asiento a una persona blanca en el autobús,… y muchos más casos de este estilo son desobediencia civil. Criminalizarla evidencia un retroceso de las libertades civiles. Siempre que se lleve a cabo sin violencia es una estrategia que la evolución de la civilización ha convertido en legítima acción política. Usar la violencia transforma el repertorio, es otra cosa.

Algunos de los más reputados representantes de la teoría del proceso político muestran cómo gestionar la violencia insurgente (pero también de la de las autoridades) en una sociedad democrática es altamente delicado. Della Porta y Tarrow nos explican hasta qué punto es fácil escalar los conflictos, en los momentos álgidos de un ciclo de protesta como es éste, si enfocamos de manera prioritaria las tácticas violentas de los insurgentes y la atención pública y política en la represión de las mismas, máxime si hay alguna duda sobre la legalidad de éstas lo que puede provocar un abanico de retroalimentación cada vez más violento (Amnistía Internacional ha denunciado abusos en algunas actuaciones policiales que habrá que investigar). Pero es igual o más grave crear un estado de opinión que predispone al consentimiento de medidas que intensifican la espiral del conflicto, al fomentar la emotividad de la población y privilegiar marcos de odio y rechazo. Las imágenes televisivas conducen a una naturalización de la represión que es altamente peligrosa y gratuita; gratuita sí, porque los encuadres se eligen y se pueden trabajar las imágenes de distintas maneras. Los últimas días hemos escuchado noticias sobre cargas policiales en las que el periodista olvidaba explicarnos qué fue lo que ocurrió para que dichas cargas se produjeran, la gente llegará por sí misma al peligroso argumento del “algo habrán hecho”. Como nos enseñaba Tilly, la violencia es un repertorio de acción colectiva directamente relacionado con la interacción de los actores en conflicto a lo largo del tiempo, conviene repasar estas interacciones y su grado de acierto.

Encontramos otra interpretación equivocada y muy extendida: “El referéndum no pretendía la independencia de Cataluña, era sólo un farol” ¿???? Esto sólo puede ser una opinión de parte, el análisis nos dice que fue una táctica dentro de una estrategia política de transformación, que engloba tácticas con objetivos a corto plazo y otras con objetivos a medio plazo. Se ejerce presión desde diversos puntos intentando avanzar hacia el objetivo deseado, es un eslabón más de una cadena en un proceso que busca transformación. Los cambios en la historia se han conseguido así, colectivos que sienten lesionados sus derechos presionan de diversas formas para empujar a las autoridades a cambiar las leyes, poco a poco. Y así se consiguió el voto de las mujeres, el matrimonio igualitario, …. Se repite que el referéndum fue un engaño pero es, sin más, otro repertorio mal interpretado.

Vivimos lo que Palacios denomina “dilema de orden público” las autoridades se enfrentan a un problema complejo: deben garantizar la paz y el orden pero, a la vez, la gestión de la violencia que aplica la fuerza puede tener costes de legitimidad asociados, no es fácil oponerse a una violencia tan intensa sin generar heridos y, previsiblemente, no sólo de los actuantes. El endurecimiento de la represión sobre una población que demuestra un alto grado de empoderamiento, unos intereses definidos y una sólida estructura comunicativa bien experimentada, puede incrementar agravios y multiplicar los motivos insurgentes en un círculo infernal de difícil salida. Tilly, Tarrow y Della Porta, entre otros, han estudiado a fondo estas escaladas de acción/represión cuyas consecuencias pueden ser las contrarias de las esperadas.

Vivimos un conflicto político de libro, según la concepción de Tilly este caso cumple todos los requisitos. Pero, siguiendo a este autor, hemos dado un paso más y nos encontramos, ya hace tiempo, en una situación revolucionaria que en sus palabras requiere la existencia de: dos bloques diferenciados con aspiraciones, incompatibles entre sí, a controlar el Estado, y una fracción importante de la población apoya las aspiraciones de ambos. El apoyo de las bases se une a poderosas elites aliadas y la aparición de estos núcleos opositores evidencia una debilidad del Estado. El grado de división de la comunidad política es clave, tanto en las élites como en las bases sociales. La mayoría de las veces una situación revolucionaria no termina en resultado revolucionario, la gestión de la disidencia y la atención a las razones del conflicto darán un resultado u otro.

En este caso ¿qué es la luna y qué es el dedo? Volviendo al 18 de octubre, el tratamiento mediático de dos repertorios de protesta simultáneos hizo que uno de ellos eclipsara al otro, no hay más que ver los titulares de la prensa al día siguiente,… o cuantificar las horas en las que la imagen de las hogueras monopolizaba la televisión. Aquella noche, incluso en los momentos en que se mostraba la manifestación pacífica en un cuadradito pequeño se mantenía la imagen del fuego. A pesar del fuego, o por el fuego, conviene poner orden en las ideas y, por tanto, habrá que decir que estos repertorios son el dedo y el conflicto político: la ubicación de Cataluña en España y/o las relaciones mutuas, eso es la luna. Y la luna,… está extremadamente difícil como para utilizar estrategias evasivas con intereses espurios que fomentan la confusión, lesionan muy gravemente la cohesión social y dificultan el entendimiento.

Referencias Bibliográfica:

Della Porta, Donatella (1998) Policing Protest. The control of Mass Demonstrations in Western Democracies. Minneapolis/London. Minnesota University Press.

Palacios, Diego (2011) “Sin efusión de sangre. Protesta, policía y los costes de la represión” en Funes, María Jesús. A propósito de Tilly: conflicto, poder y acción colectiva. Madrid: CIS, 247-266.

Tarrow, Sidney (1995) “Ciclos de acción colectiva: entre los momentos de locura y el repertorio de contestación” en Traugott, Mark. Protesta Social. Barcelona: Hacer, 99-130.  

Tilly, Charles (1995) Las revoluciones europeas 1492-1992. Barcelona: Crítica.

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